El
corredor se pone en marcha cuando sale de su casa, se siente
orgulloso de su equipación, zapatillas deportivas, pantalones a
medio muslo, cinta sudadera y un registro para conocer sus
pulsaciones y la distancia recorrida. Se mira hacia abajo y ve el
efecto que produce su visión desde el cenit. Piensa el ritmo que le
va a dar a su carrera de dos horas, y decide que no debe forzar
porque aún tiene dolor en su rodilla derecha desde el último día.
Baja el paseo lleno de hojas, aún recién comenzado el Otoño,
cruzándose con pocos peatones y se entretiene acompasando el volumen
de su respiración. Por el momento no encuentra esa sensación de
bienestar que le produce el esfuerzo, pero piensa que aún es pronto,
que sus músculos están entumecidos ya que lleva dos semanas sin trabajarlos. Cruza la amplía avenida llena de coches, sorteando
vehículos y cuidando no distraerse por las motos, así llega al
Paseo Marítimo su lugar preferido para correr.
Nada
más llegar a la parte terriza, le detiene un compañero de trabajo,
es Alberto, quiere hablar con él. Se detiene y le da su versión,
muy amplia por cierto, de lo acaecido en la reunión de la mañana,
él que también ha asistido y no entiende él porque de tanta
explicación de hechos que son repetidos casi todos los días y que
le aburren. Aún así continua su exposición, y quiere estimularlo
para que comparta su punto de vista, el corredor se cansa de
escucharlo y decide darle la razón para que lo deje tranquilo y
pueda correr. Al cabo de unos minutos lo consigue y se siente
liberado, no sin que antes el tal Alberto le concierte una cita para
el próximo día y pueda continuar su explicación. Cuando lo
abandona, gira los ojos al cielo en señal de resignación, y
comienza de nuevo a pensar en sus músculos y en su frecuencia
cardíaca, tendrá que forzar un poco para
coger ritmo y buenas sensaciones. Mira al horizonte, que confunde la
mar blanca y el cielo azul de otoño, y piensa que el día es
magnifico para el ejercicio y para la posterior ducha, también
dormirá como un niño chico por estar impregnado de endorfinas.
Escucha una voz tenue que le llama por su nombre, gira la cabeza y
contempla en el paseo su adorable y pesada tía Carmina. Se detiene y
trepa la muralla que los separa para llegar a saludarla, varios besos
y las manos sujetas, le pide su parecer con los acontecimientos
ocurridos en el Partido Conservador, cuando le da una impresión
somera y reducida más por cortesía que por interés, tiene que
escuchar en primer lugar la reprimenda por su actitud crítica y
liberal, y con posterioridad una amplísima versión sobre su
justificación de la metedura de pata del líder conservador. Cuando
comienza a sentir la piel erizada, se acerca y después de darle dos
besos se despide con confianza, aunque aún tiene que sentir a sus
espalda el apelativo de Radical.
Cien
metros delante encuentra a Rosita, una antigua y deseada novia que
con un magnifico conjunto contonea su atributos en espera de
mejorarlos si es que eso es posible. Rosita viene de vuelta, aunque
según refiere ella no corre más de una hora a paso soportable, y
por su aspecto así lo diríamos. Le cuenta los problemas que tiene
con sus padres y explica él porque de esa actitud, hace un análisis
pormenorizado de los momentos en que le han hecho insoportable su
vida y los motivos que tenían por sus continuas desavenencias
personales y de pareja. El corredor intenta quitarle importancia,
pero Rosita amplia su disertación incluyendo su postura sobre el
feminismo y el uso de la píldora. Hace fresco y el sol se ha
ocultado, Rosita decide despedirse y deja al corredor que mira como
se aleja contoneando sus atributos a paso de expectación.
El
corredor cruza la carretera del Paseo Marítimo y se introduce en los
callejones que van hacia la Avenida, piensa que hoy tampoco podrá
hacer su ejercicio que tantas satisfacciones le produce y que también
le sienta, pero sobre todo se encuentra muy molesto porque esta
cansado de escuchar las opiniones de todo el mundo y él no quiere
escuchar opiniones, solo quiere correr y sentir las drogas que tiene
oculta en sus entrañas.
INDALESIO