Días tranquilos, sueño reparador.
Quizás me levante para evacuar mi vejiga por la estranguria que me atormenta.
Luego vuelvo a ese lecho acogedor, me tapo con el embozo y adelanto la pierna
izquierda. Busco el frío por los laterales de cama y de nuevo cierro los ojos
para quedar profundamente dormido. Quizás me hubiese gustado contar ovejitas,
esas ovejitas que vemos en los campos cuando viajamos en los trenes modernos,
muy rápidos y que no da tiempo a contar, pero que nos miran con caras de
indiferencias. Y solo tengo tiempo para recordar el cuento, si en singular, el
cuento de la oveja.
Pero hace dos días me encontré
sentado en mi cama con un enorme sobresalto y sobrecogido. Tarde varios minutos
u horas para centrar la causa por la que había sufrido ese sobresalto. Había
soñado que una crisis comicial había atacado mi cerebro y me había producido
una enorme convulsión. Cuando mi corazón bajo de revoluciones, y mis ideas
comenzaron a colocarse en su lugar y pude reconocerme, me asusté por que no
sabía si había soñado el hecho o bien era una realidad que había sufrido.
Me dejé caer sobre la almohada y
reposé, porque sentía confusión y mis
sentidos aturdidos. Debí dormir un buen rato, aunque nunca supe cuanto, pero
cuando desperté, ahora si estaba más conectado con la realidad.
Repasé lo acontecido y encontré
un silencio de algunos minutos en mis recuerdos. ¿Pero que había pasado en esos
minutos? Vagamente visualice mi cuerpo sentado en la cama, mi corazón latiendo
desaforado y un regusto a sangre en el interior de mi boca. No podía ser más
que una crisis comicial, o la ficción de un sueño muy cercano a la realidad.
Pero yo jamás había padecido de
enfermedad neurológica alguna. Esperé varios días y nada aconteció, así que
solo sentía que dormía muy mal, despertaba por las noches y a veces con dolor
en algún pie porque golpeaba las estanterías que rodeaban mi lecho y las
sabanas fuera del meticuloso lugar donde las solía colocar.
Acudí al Médico, era un
neuropsiquiatra recomendado por algún escéptico que pensaba más en una neurosis
que en algún proceso de mi corteza cerebral. Me dio un listado de pruebas
médicas a realizar y ni me realizo la más mínima exploración clínica. Tres preguntas y después la lista.
Eso si cuando la tuviera completada volviera a pedir cita para diagnostico y
tratamiento. Le pregunté si sospechaba algo, se encogió de hombros.
Aquella noche sentí pánico, me
desperté con medio cuerpo fuera de la cama y con un estado de severa confusión
mental. Recuperé algunos sentidos cuando el sol se encontraba en la vertical.
Me dirigí al teléfono y llame a mi ex. Mi ex-esposa, ex-madre, y cientos de ex,
incluso había decidido que no sería ella la persona con la que había decidido
reposar mi cabeza momentos antes de mi muerte, pero era solo ella la única que
estaba más a mano.
Cuando llegó a la casa, comprobó
el estado de pánico en que me encontraba. Como era Médico me reconoció
detalladamente, y me dijo con toda sinceridad que no encontraba nada, salvo mi
habitual estado de imbecilidad, apelativos que solía usar con mucha frecuencia.
Me llevó al Hospital y me ingreso en observación.
Aquella tarde comprendí que todo
había sido una paranoia propia de un hombre de sesenta años y fruto de una mala
experiencia vivida en mi juventud con la enfermedad de mi padre, cuyo desenlace
viví muy intensamente.
Bronca con mi ex y salí del
Hospital con el convencimiento pleno que prefería acabar mis días con la
tranquilidad que puede dar una soledad bien acompañada. Y sobre todo
bien asumida.
INDALESIO. FEBRERO 2013