miércoles, 6 de abril de 2022

NAVEGANDO EL MEDITERRANEO

 




Con algunas dificultades con el motor que funcionaba cuando le daba la gana, en especial para cargar baterías, el resto funcionaba sin problemas, era un barco fácil de gobernar y colaborador cuando empujaban las rachas de viento y mar, del peligroso y proceloso Mediterráneo. Ahora sabíamos por dónde estábamos situados y los rumbos que navegábamos, la electrónica nos daba información que nos parecía increíble y desconocida. Bien es verdad que habíamos hecho los cursos de Patrón de Yate durante cuatro meses y que conseguimos la titulación necesaria para las exigencias de las compañías de seguro y de la guardia marítima. Realizábamos turnos de cuatro horas y el resto se dedicaban a sestear en los cois o a contemplar el piélago de nuestro mar.

Cuatro días sin incidencias con la sola inquietud de un islote sin vida en el norte de Sicilia, que según las cartas náuticas a veces se ausentaba de la visión. Avistamos tierra sin marcar el islote Egadi que nos había metido el miedo en el cuerpo, y tardamos otras cuatro horas en aproximarnos a tierra, cuando ya la luz del sol comenzaba a ocultarse. Teníamos delante la ciudad de Trapani y nula información sobre su puerto, pero algo si nos apercibimos, en la zona norte de la bocana del puerto había naufragado un velero español   “El Fortuna” velero patrocinado por tabacalera.

Entramos en el puerto a vela porque nada de arrancar el motor y con todos atentos con bicheros y defensas, pero no vimos que nos montábamos sobre un patín de un barco catamarán de pasajeros. Con el mayor sigilo desenganchamos la orza del patín del hydrofoil y nadie se apercibió. Nos abarloamos a otro próximo y descansamos.

Dos días después zarpamos sin un rumbo claro, por de pronto al 280º para alejarnos de la costa, sin motor teníamos que mantener un resguardo libre de riesgo. Las velas portaban llenas con la brisa intensa de poniente, poco a poco nos fuimos alejando de la isla de Sicilia y así dos días. Mantuvimos el rumbo suroeste con los vientos portantes de oriente.  En la segunda noche con la única luz de una linterna de carburo por falta de energía de batería, y estando yo de guardia, escuché un gran ruido y la luz potente de un foco sobre nuestro barco. Y como deslumbraba no podía ver que era y se me ocurrió pudiera ser algo descontrolado, como sería una maquina extraterrestre. Desperté a los demás y todos nos quedamos muy sorprendido, a los pocos minutos aumentó el ruido y la luz se fue alejando hasta desaparecer. No nos pudimos poner de acuerdo en que podría ser aquel objeto, quizás yo más incrédulo propuse que solo me creería un objeto real como pudiera ser un helicóptero o un avión de despegué vertical.

Pero empezó una divertida serie de suposiciones llenas de fantasías sobre la presencia de seres de otros mundos que estaban abduciendo algunas mentes para conseguir entender la sucia y compleja mente de los humanos. Entre risas por teorías llenas de contenido fantástico, pasamos el día sentados en la bañera, aunque pronto se cortaron las risas porque sobre nuestras cabezas tronó un gran ruido que si pudimos identificar con el paso de un avión a propulsión que antes del enorme ruido sobrevoló por encima de nuestras cabezas. El ruido explotó como una bomba y nos aturdió porque pensamos que en realidad habíamos sido alcanzado por un proyectil, pero, aunque nos movimos por el efecto de la onda expansiva, a pocos sitios podíamos ir, pero por fortuna delante de nuestros ojos apareció la imagen del avión. Este solo fue el primero de una larga serie de vuelos en picado sobre nuestro silencioso y tranquilo velero, e ignorábamos los motivos de ese violento comportamiento. Dos horas después los aviones desaparecieron y quedamos solo acompañado del ruido de las velas y del aguaje del barco surcando el mar. Aún con el miedo en el cuerpo, volvimos a la verborrea de las suposiciones del origen de esta agresión, pero estábamos aislados y con poco daño físico, solo el susto que nos habían dado.  Continuamos con el mismo rumbo, los vientos continuaban de poniente y con una alegre intensidad que nos llevaba a diez nudos permanente. De vez en cuando elevábamos las cabezas para buscar la presencia de nuevos aviones, pero nada volvió a perturbar las tranquilas aguas del sur de Sicilia. Ahora cerramos más el rumbo para aprovechar los vientos que se habían ennortado y marcábamos los trescientos grados, con confirmación de rectas de alturas, pero nos situaba en los márgenes del golfo de Sydra algo que ignorábamos su navegación porque no lo llevábamos en las cartas náuticas, así que dimos un margen de varias horas para cambiar el rumbo y continuar aprovechando los vientos   de ceñida.

Aquella tarde iniciando el crepúsculo, estaba de guardia y miraba con los prismáticos la luz del ocaso, cuando me apercibí de un objeto en movimiento, que aunque estaba bastante distante, se acercaba levantando aguaje por su gran velocidad. Avisé a mis compañeros, señalando en la dirección en que venía y todos sospechamos que se dirigía hacia nuestro encuentro, y en efecto cada vez su imagen se iba agrandando hasta que pudimos identificar una lancha motora con la bandera libia y con armamento sobre la cubierta.  Nuevo susto, pero por más que quisiéramos nada podíamos hacer, así que completamos la indumentaria y esperamos. En menos de diez minutos la poderosa barcaza está girando en derredor del que es nuestro Ítaca. Sobre la cubierta cuatro árabes armados y apuntándonos con los Kalashnikov, otro sentado en una ametralladora pesada. Uno de los árabes gritaba palabras que no entendíamos, pero por precaución hicimos gestos de que no oíamos, lanzó una ráfaga al aire y eso si lo entendimos, arriamos velas en menos de tres minutos. El árabe que saltó al barco si hablaba inglés, y nos pidió entregáramos armas, costó esfuerzos convencerlo que no teníamos nada peligroso ni para ellos ni para nosotros. Se llevaron violentamente la patente y rol del barco y nos indicaron navegar a motor hacia la ciudad costera de Al bayda, con un desfigurado y descarado árabe que parecía ser mudo. Por indicación del que hablaba ingles nos colocamos sobre cubierta y Carlos pilotando el barco, con las velas sobre cubierta. Nos advirtieron que si veían algo raro dispararían sin aviso previo, y que se nos acusaba de invadir su territorio y zona marítima de influencia sin la preceptiva autorización. Cuatro horas después entrabamos en el puerto de Al bayda  y nos situaron en un muelle junto a la patrullera. Nos advirtieron que nada de salir del barco y que un tribunal militar nos juzgaría en varios días y que los especialistas valorarían el barco. Fueron cuatro días muy preocupados por nuestra situación, una vez al día nos llevaban unas botellas de agua y algo de pan, pero sobrevivimos con nuestras reservas. Al segundo día apareció un personaje peculiar que dijo ser el cónsul español en Trípoli, nos advirtió que habíamos metido la pata porque en estos momentos Libia y su general Gadafy estaban en guerra con los Estados Unidos, y España no podía hacer nada por nosotros porque era aliado de los americanos. Los libios querían quedarse con el barco y una multa de mil dólares por persona, pero no disponíamos de ese dinero ni el consulado nos lo podía facilitar, así que tendríamos que esperar al dictamen del juez magistrado.

El guardia de seguridad que estaba en el barco me paró y me cogió el colgante que llevaba en el cuello, lo miró por delante y detrás, y comenzó hablar sin que yo le pudiera entender. Repetía el nombre de Laskar y su mirada había cambiado realizando pequeñas inclinaciones hacia mi persona. La medalla la había encontrado en uno de mis viajes por el mediterráneo, y el recuerdo de aquel hombre muerto sobre un pallet y como recuperé la medalla jamás podré olvidarle. Me había prometido que aquel hombre muerto y al que no pude dar sepultura, y que bien merecía un entierro, encontraría algún ancestro suyo y le daría el colgante con su supuesto nombre, aunque también los Laskars eran marinos orientales que navegaban los barcos ingleses hacía más de un siglo.  El libio que nos hacia la vigilancia desembarco y desapareció, regresando al rato con compañía. Era un traductor y nos dijo que aquel medallón era de la familia de nuestro guardia y que era una casta descendiente de marinos orientales que eren muy respetados en su familia. No se me ocurrió nada mejor que regalarle el objeto y entonces con grandes signos de agradecimiento me ofreció que le pidiera lo que deseara. Fue Carlos el que se adelantó y le pidió salir del lugar, pero el ni contestó ni me pidió nada distinto, solo se giró y se fue con el traductor. Aquella noche el barco se soltó del pantalán y fue derivando hacia la bocana del puerto ante nuestro asombro que veíamos como éramos arrastrado por un pequeño bote de remos. En la bocana izamos velas y comenzamos a navegar con la brisa que despedía la recalentada tierra libia. Aunque teníamos miedo que se apercibieran de nuestra huida, nada ocurrió hasta que pusimos bastantes millas de distancia con la modificación del rumbo con dirección al Peloponeso. //

INDALESIO   Abril 2022

lunes, 14 de marzo de 2022

NAVEGANDO ( Primeros viajes)

 

   

 

Por aquellos tiempos manejaba una severa desazón, tanto en el plano personal como en el profesional. Sufrí sentimentalmente la separación forzada de Luisa, y andaba desesperado y picoteando en varios jardines, sin conseguir el consuelo necesario. En el plano profesional me enfrente con el responsable del servicio y decidí marcharme del Hospital, sabía que tendría poco recorrido profesional y que mis deseos iban a estar muy mediatizado por el mal hacer del jefe de servicio.

 Así que me refugié con tres amigos en una locura de proyecto. Haríamos un barco, y nos pusimos manos a la obra casi de inmediato. Lideraba el proyecto Carlos, con una enorme capacidad para programar y organizar mentalmente los pasos necesarios para realizar el proyecto. Casi cada día nos reuníamos en el bar del puerto del Candado y hablábamos de los pasos y fantasías necesarios para comenzar los gestos creativos. Hasta que llego el día en que se decide que había que aportar cincuenta mil pesetas para comenzar las primeras adquisiciones, me sentí asustado porque parecía que la cosa iba en serio y yo no estaba preparado, así que pasé el fin de semana, recorriendo la bahía en el GABIROL y navegando con la única compañía de mi amada música, y en este caso óperas veristas. El lunes ya lo tenía claro, participaría en el proyecto, que decidimos se llamara ITACA, así que lo celebramos tan intensamente que después tuvimos dificultades para volver a casa.

Aquellos años fueron muy intensos, pero conseguí refugiarme en el esfuerzo físico y creativo del barco para esconder mis miserias, arrastradas de los años anteriores. Sentados en el pestilente bareto del Candado. Carlos nos hizo la primera propuesta, un queche de catorce metros diseñado por Bruce Robertson con dos puestos de gobierno y dos palos. El diseño era espectacular, aunque me preguntaba para que queríamos un barco tan grande y a además en acero naval, esa era la segunda parte de la historia, el barco era para viajes con un margen amplio de seguridad. Los primeros pasos y pagos fueron para comprar la patente de diseño y algunas modificaciones que queríamos, y para comprar los materiales y herramientas necesarios para desarrollar la construcción del navío. Viajamos al Puerto de Santa María   y nos entrevistamos con un ingeniero naval, era un tipo simpático y muy enrollado que enseguida sintonizó con nuestras ideas. Trabajamos durante varias semanas en las modificaciones que eran necesaria para contentar a todos, y le pagamos un adelanto para que comenzara la construcción de nuestro, por ahora, sueño.

Algo decepcionado porque llevábamos tres meses y aún no habían llamado, continuamos avanzando en conseguir los mástiles, motor y la madera necesaria para forrar el barco en su interior. Pero pasaban los días y la cosa iba para largo, así que decidimos hacer una buena navegada en el GABIROL, porque aún faltaban varias semanas sin nada mejor que hacer. Aparejamos el GABIROL y compramos algo de alimento, y un veinte de septiembre a la caída del sol, partimos con rumbo a las islas Baleares. Mar plana con nada de viento, pusimos motor y piloto automático, Carlos y yo, únicos viajeros, tendimos en la proa comenzamos a soñar sobre la belleza y buena temperatura de nuestro mar mediterráneo. Sentimos el aguaje de la proa rompiendo el mar y nos asomamos, eran delfines que nos acompañaban a nuestra altura dando saltos a ras de agua. Emocionados como nunca, íbamos atentos a la marcación con faros y pronto encendimos nuestras luces de situación, decidimos que haríamos guardias de cuatro horas, aunque en caso de necesidad acudiríamos los dos. Nos abrigamos porque la brisa era fresca y encendimos unos cigarrillos, sentado en la bañera avistamos varios barcos que navegaban con lo que a nosotros nos parecía rumbo de colisión, pero que en realidad estaban a muchas millas de nosotros, aun así, navegar en la noche y sin poder tomar referencias claras no me dejaba muy tranquilo. Pero amaneció y volvió la alegría porque avistamos la isla de Alborán, hicimos un chocolate caliente con galletas y nos sentamos a ver con los prismáticos el movimiento de los militares en la isla.

 

MALÁGA 25/05/2018