Fue el mismo año en que
se escuchó ese celebre parte de guerra, “ En el día de hoy,
cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas
nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado.”
En casa lo escuchamos por la radio y se celebró con alegría
contenida pero con pan y agua porque nada había para llevarse a la
boca. Era verano y de esos tórridos por los vientos de poniente, la
familia estaba sentada en la mesa donde solíamos charlar y a veces
comer algún alimento. Mi padre tenía que comunicarnos algo de
interés. De forma respetuosa nos sentamos los seis hermanos y los
padres.
- Queridos hijos, vuestra madre y yo tenemos la obligación de daros de comer todos los días, pero como habéis podido comprobar nada tenemos y menos hay en el mercado. Así que alarmados por vuestro estado de salud hemos decidido enviar al más pequeño de vosotros a pasar tres meses con vuestra tía Olaya al Priorato de la Barosa en Portas donde tenemos el compromiso que sera bien recibido y suficientemente alimentado para conseguir fuerzas que le permita superar esta terrorífica hambruna en la que nos han metido los rebeldes.
Una semana después mi
padre me llevó a la estación en su bicicleta, llevaba una gorra con
visera de mi hermano mayor, y un hato con una muda y dos calcetines
de distintas parejas recolectado del resto de mis hermanos. Mi madre
me había colocado un pequeño letrero de hule de la mesa con mi
nombre y lugar de destino y sujeto con un imperdible en la solapa de
la chaquetilla. En la estación y en consideración a mi corta edad,
diez años, el revisor se comprometió con mi padre darme agua de una
damajuana cada tres horas. Mi tía me recogería en la estación de
destino Pontevedra treinta y seis horas después.
Antes de que el tren se
fuera me agarré a las piernas de mi padre y le pedí no me dejara.
Mucho tuvo que hablar mi padre para convencerme de que era bueno para
mi y que sería divertido. Al final la receta de la autoridad dio sus
esperados frutos y subí al tren entre hipidos de desesperanzas.
Desde la ventanilla del vagón y con el hato sobre mis piernas,
contemplé como aquella maquina de humo se alejaba de lo único que
conocía en este mundo, mi familia.
Después de girar la
cabeza para comprobar que me alejaba de la imagen de mi padre, y sin
comprender porque tenía que separarme de mis querida familia,
habiendo sido obediente y comido todos los días las acelgas que mi
madre cultivaba en el jardín y que tanto asco me daba, ahora me
quedaba solo y metido en una maquina infernal en dirección opuesta
donde mantenía la mayor de las felicidades. Bien es verdad que según
nos informó nuestros padres, todos los hermanos tomaríamos el mismo
camino en direcciones opuestas, pero pasaríamos el verano con
familiares que dispusieran de recursos para alimentarnos, así que
mis padres quedarían solos y comiendo solo las tristes e insípidas
acelgas.
Continuaba mirando por la
ventanilla por vergüenza ya que gruesas lagrimas surcaban mis
mejillas, y un sentimiento de congoja atenazaba mi pecho. Esperé
hasta que serené mis sentimientos, y el ruido del vagón empezó a
tener cuerpo, entonces pasé la manga de la chaqueta por mi cara y
limpié los restos de tristeza.
INDALESIO