Mis
recuerdos más lejanos se pierden en algo húmedo y oscuro, pero no quiero
retocar escenas difusas para que no digan que son inventadas. Pronto fui capaz
de valerme por mí mismo y reconocer el roce metálico de mis semejantes. Me veo
arrastrando una enorme pelota de materia orgánica con mis patas posteriores
mientras agacho la cabeza para tomar fuerza. Nunca había sentido preocupación
por mi existencia hasta que aquel muchacho de Praga me cazó con una redecilla y
me colocó en una caja de cartón que tiró a su cartera con indiferencia. Os
podéis imaginar la de tropiezos que di intentando mantenerme erguido en medio
de aquella agitación. La oscuridad no me preocupaba porque estaba acostumbrado
a ella. Lo que me producía terror, aparte del vaivén, era la variedad de atmósferas
que atravesamos. Primero el sol del que venía se nubló, luego el calor de un
motor mecánico me asfixiaba, más tarde la humedad de la lluvia y por fin el
agobio de sentirme debajo de una cama, donde el cazador me dejó, me produjeron
angustia (cosa que nunca había sentido). Al principio intenté escapar mordiendo
la caja, cuyo sabor era parecido al de la corteza de los árboles, pero en
cuanto saqué la cabeza y pude beber la orina que resbalaba por el borde de una
taza blanca, empecé a sentirme mejor, aunque noté que me dolían todas las
partes del cuerpo como si me descoyuntara. Y es que estaba creciendo. Cuando
alcancé un tamaño considerable me arrastré hasta la esterillay me descubrió el
bárbaro del hermano deGregorSamsa. Sin pensárselo dos veces me tiró la manzana
que se estaba comiendo sin pelar. Lo hizo con tanta fuerza que la fruta quedó
incrustada en mi caparazón, que ahora era tan débil como la ubre de una vaca.
Salió despavorido dando gritos pero no encontró a nadie en casa, así que se
lanzó a la calle en busca del señor Kafka que estaba en su tienda de telas
atendiendo a unos clientes. Sin dejarlo abrir la boca, el comerciante lo
encerró en el despacho en donde lo olvidó hasta que terminó la jornada. Durante
ese tiempo mi organismo sufrió una terrible trasformación. El brillo de mi
caparazón se atenuó hasta convertirse en una especie de telilla pálida sin
resistencia. Mi abultado y robusto vientre adelgazó hasta pegarse casi a la
espalda. Mis fuertes apéndices se transformaron en manos
las de arriba y pies las de abajo. Las ventrales se unieron debajo de la
barriga para formar un colgajo flácido al que se adosaban dos bultos blandos.
Mi cuerpo había aumentado hasta alcanzar el tamaño del chico que me cazó.
Cuando llegaron estaba todavía debajo de la cama, asustado y muerto de frío. Lo
primero que vi fueron los ojos vidriosos del señor Kafka que me dijo:
- Vamos Frank, sal de ahí –al tiempo que
me tendía la mano ayudándome a salir-, bueno hijo ¿qué te ha pasado esta vez?
A
duras penas pude evitar abrazarlo; pero cuando me dejó en manos de su esposa,
ya no pude contenerme. No sabía como decirle, entre sollozos, que yo no era
Frank y que su hijo llegaría de un momento a otro y lo aclararía todo. Pero no
fue así. El muy tuno tenía previsto alejarse de la casa y dejarme como
sustituto. Aparecía por la noche o en los momentos más insospechados para
pedirme que no lo delatara, que sería mejor que sus padres me tuvieran a mí, un
escarabajo como hijo, que a él, al que no querían y que se estaba volviendo
cada vez más oscuro. Por las noches le oía roer madera como hacía yo cuando era
bicho.
CIRANO
CIRANO