Si me comportara como los demás no
sabría reconocerme. Los detalles nos hacen como somos, nos dan
forma. La identidad es tapada y desconocida. Por eso el silencio no
amenaza. Ausencia es no estar, no tener, no saber. Es negación,
abandono. Esta confesión la hizo Leopoldo hablando para si. Ignoraba
que acababa de entrar y si lo supo se evadió como la historia que
contaba.
Leopoldo era un
compañero de colegio, tenía un hermano mayor que se llamaba Antonio
y vivían por la Plaza de los Lobos. Era zurdo como Zarzo, el que me
prestaba la bota derecha para jugar los partidos oficiales de la liga
del colegio. Con esa bota me encargaba de tirar los penaltis. No
porque fuera el mejor sino porque era el más seguro, el más
decidido. Los tiraba siempre de la misma forma: de puntera apuntando
a la escuadra izquierda del portero. Se veía que iba a ir por allí.
No solo porque tomaba carrerilla en esa dirección, sino porque no
sabía hacer otra cosa. A veces el portero se colocaba en ese lado,
pero yo obligaba al árbitro a ponerlo en el centro de la portería
inventando una regla que no existe. La seguridad con la que
tergiversaba el reglamento en beneficio de mi equipo y en el mío
propio operaba sobre la ignorancia, como suele pasar en la vida.
Hay una foto del equipo de Primero C donde aparece un niño que llegó
a futbolista profesional y hasta jugó en primera. A pesar de que era
bastante mejor que yo no le dejé nunca tirar un penalti y en eso me
apoyaba el entrenador, el hermano Antonio. Un fraile delgado que se
hurgaba por los bolsillos de la sotana cuando estaba con nosotros.
Fue de los pocos que ni me castigó ni me pegó nunca. Todo lo
contrario que el Talego, un cura cetrino y huraño que me dejaba
castigado las tardes de primavera cuando el cuerpo pedía libertad.
Su ausencia no la añoro; no porque
haga casi sesenta años que me expulsaron del colegio de los Maristas
de Granada, sino porque me fui con la sensación de que no les debía
nada. Lo mismo sentí al jubilarme de la Universidad y del Hospital:
ningún vínculo sentimental, ninguna añoranza. En los dos sitios
creo que he dado bastante más de lo que he recibido. Parecerse a
ellos sería desconfiar de mi mismo. Por alguna esquina del recuerdo
andan los niños del equipo y de travesuras; los frailes se han
desvanecido, quizás quede el escozor de algún castigo. Nuestra
mente es porosa para el olvido decía Borges.
CIRANO