viernes, 29 de agosto de 2014

LAS COSAS QUE PASAN

                              


Una suave brisa acariciaba mi rostro y aunque movía mi pelo, agradecía que me aligerara el sudor que producía mi cuerpo. Estaba sentado en el jardín de la casa donde vivía, mis padres habían salido y yo permanecía solo y aburrido. Me asomé por el vallado del oeste y distraidamente oteé las casas próximas. En el jardín de la casa de los Bolin había una persona sentada debajo de una Jacarandá  con todo el suelo lleno de sus preciosas flores azules  malvas, y un caballete que sostenía un lienzo donde pintaba algo que no podía distinguir.
No me hubiese llamado la atención sino fuera porque en aquella casa no vivía nadie y tenía conocimiento que la cancela  disponía de un hermoso candado que impedía cualquier paso.
No se que clase de valor saqué de mi mente, soy un joven de dieciséis años bastante tímido y suelo rehuir de situaciones comprometidas, pero el caso fue que cogí un palo que se usaba para espantar los perros, y salí de la casa haciendo ruido. Atravesé el llano arrastrando los pies, costumbre que me persiguió toda mi vida y que me hizo llevar siempre los zapatos sucios de polvo y gastado en sus punteras, hasta que me informó un amigo médico que había tenido un sufrimiento fetal en el nacimiento, algo que ignoro su razón y que tampoco me importa, ya que según me dijo no tenía solución.
Bajé con algo más de precaución y me acerqué a la puerta de villa CHIPI como así se llamaba la casa, desde la misma puerta distinguí la figura de una mujer joven con las piernas cruzadas y el vestido drapeado enseñando un trozo de muslo en tono tostado. Fue suficiente para que me interesara por la persona y me armara de valor para abordarla y averiguar quien era.
Sabía que en la zona sur había un boquete en la tela metálica  por donde sin mucha dificultad se podía acceder al interior del jardín. Me di cuenta  que la intrusa  no había pasado por el angosto lugar, porque había telas de araña ocupando el boquete, así que pensé que debería haber otros pasos francos para entrar en el precioso santuario. Entré y carraspeé para avisar de mi presencia y no provocar un sobresalto, pero no advertí ninguna maniobra en aquella mujer. Repetí la misma advertencia y nada, continuaba absorta en la pintura del lienzo. Entonces me detuve y pude apreciar la pintura que estaba realizando. Eran colores fuertes pero atenuados con blanco, mostraba dos cuerpos de mujer en un segundo plano y un frondoso jardín que podía ser el de villa CHIPI pero más cargado de flores tanto en la mata como en el suelo. En la mitad superior se apreciaba el dibujo de la cornisa de la casa con el envejecimiento propio del abandono y los desconchones de la pared. El conjunto era sorprendente y de una belleza enorme, para nada resultaba recargado y no sobraba nada de aquel abigarrado conjunto pictórico. Me moví pero como no llamaba la atención, hice un amplio rodeo para hacerme ver y ya de frente. En efecto, levantó la cabeza y me miró. Al momento levantó la mano y me saludó.
Era bellísima, llevaba un traje blanco de encajes en la parte superior y abierto en los lados la parte inferior, así se podía ver el inicio de sus muslos. Un sombrero de paja cubría su cabeza, pero al momento lo retiro y lo agitó en el aire en señal de saludo. Me acerqué y le pregunté que hacia allí, pero lo hice mirando hacia un lado, por vergüenza. Entonces habló, y lo hizo con una terrible voz gangosa que le salía del fondo de su faringe, en un principio me sorprendió tanto que no la entendí, pero al repetir dijo que era sordomuda y que le tenía que mirar de frente para poder leer mis labios.
Me quedé quieto y mudo yo también, y seguro que con cara de atontado. Ella movió las manos como para despertarme del embelesamiento, y se levantó del asiento, extendió la mano y me dijo su nombre, Violeta.
Aún sorprendido por su belleza y por la decepción de la articulación de sus palabras, le cogí la mano con precaución y le dije mi nombre, Decudermo. 
Algo más repuesto de tanto sobresalto, entendí lo que me dijo,  que aquella casa era de sus padres, pero que hacia años que no vivían en ella. Que ella  usaba el jardín  en estos días como inspiración para su pintura, que en los próximos meses tenía una exposición, y que había descubierto mucha paz y sosiego en aquel maravilloso lugar. Me preguntó por mis gustos artísticos y me pidió opinión sobre su cuadro. Solo conseguí articular algunas palabras, le pregunté el porque de usar tanta pintura azul. Me contestó como sorprendida, y era por dos razones, una porque la Jacarandá da flores dos veces al año y son de color azulado, y lo segundo porque es el color de la fidelidad, algo que para ella muy importante, en la amistad y en el amor. 
Miré en varias direcciones inquieto por encontrarme solo con aquella joven y el pedí que continuara con su trabajo, pero la verdad es que estaba asustado por la seguridad que mostraba, a pesar de lo  horroroso del sonido de sus palabras. Me giré sobre mis talones y me fui. Toda mi vida arrastré las imágenes de las escenas del jardín de Villa CHIPI y el recuerdo de mí comportamiento estúpido con aquella mujer tan bella, del que me arrepentí momentos después de darle la espalda.


INDALESIO Julio 2014