Una suave brisa
acariciaba mi rostro y aunque movía mi pelo, agradecía que me aligerara el
sudor que producía mi cuerpo. Estaba sentado en el jardín de la casa donde
vivía, mis padres habían salido y yo permanecía solo y aburrido. Me asomé por
el vallado del oeste y distraidamente oteé las casas próximas. En el jardín de
la casa de los Bolin había una persona sentada debajo de una Jacarandá con todo el suelo lleno de sus preciosas flores
azules malvas, y un caballete que
sostenía un lienzo donde pintaba algo que no podía distinguir.
No me hubiese
llamado la atención sino fuera porque en aquella casa no vivía nadie y tenía
conocimiento que la cancela disponía de
un hermoso candado que impedía cualquier paso.
No se que clase
de valor saqué de mi mente, soy un joven de dieciséis años bastante tímido y
suelo rehuir de situaciones comprometidas, pero el caso fue que cogí un palo
que se usaba para espantar los perros, y salí de la casa haciendo ruido.
Atravesé el llano arrastrando los pies, costumbre que me persiguió toda mi vida
y que me hizo llevar siempre los zapatos sucios de polvo y gastado en sus
punteras, hasta que me informó un amigo médico que había tenido un sufrimiento
fetal en el nacimiento, algo que ignoro su razón y que tampoco me importa, ya
que según me dijo no tenía solución.
Bajé con algo
más de precaución y me acerqué a la puerta de villa CHIPI como así se llamaba
la casa, desde la misma puerta distinguí la figura de una mujer joven con las
piernas cruzadas y el vestido drapeado enseñando un trozo de muslo en tono
tostado. Fue suficiente para que me interesara por la persona y me armara de
valor para abordarla y averiguar quien era.
Sabía que en la
zona sur había un boquete en la tela metálica por donde sin mucha dificultad se podía
acceder al interior del jardín. Me di cuenta
que la intrusa no había pasado
por el angosto lugar, porque había telas de araña ocupando el boquete, así que
pensé que debería haber otros pasos francos para entrar en el precioso
santuario. Entré y carraspeé para avisar de mi presencia y no provocar un
sobresalto, pero no advertí ninguna maniobra en aquella mujer. Repetí la misma
advertencia y nada, continuaba absorta en la pintura del lienzo. Entonces me
detuve y pude apreciar la pintura que estaba realizando. Eran colores fuertes
pero atenuados con blanco, mostraba dos cuerpos de mujer en un segundo plano y
un frondoso jardín que podía ser el de villa CHIPI pero más cargado de flores
tanto en la mata como en el suelo. En la mitad superior se apreciaba el dibujo
de la cornisa de la casa con el envejecimiento propio del abandono y los
desconchones de la pared. El conjunto era sorprendente y de una belleza enorme,
para nada resultaba recargado y no sobraba nada de aquel abigarrado conjunto
pictórico. Me moví pero como no llamaba la atención, hice un amplio rodeo para
hacerme ver y ya de frente. En efecto, levantó la cabeza y me miró. Al momento
levantó la mano y me saludó.
Era bellísima,
llevaba un traje blanco de encajes en la parte superior y abierto en los lados
la parte inferior, así se podía ver el inicio de sus muslos. Un sombrero de
paja cubría su cabeza, pero al momento lo retiro y lo agitó en el aire en señal
de saludo. Me acerqué y le pregunté que hacia allí, pero lo hice mirando hacia
un lado, por vergüenza. Entonces habló, y lo hizo con una terrible voz gangosa
que le salía del fondo de su faringe, en un principio me sorprendió tanto que
no la entendí, pero al repetir dijo que era sordomuda y que le tenía que mirar
de frente para poder leer mis labios.
Me quedé quieto
y mudo yo también, y seguro que con cara de atontado. Ella movió las manos como
para despertarme del embelesamiento, y se levantó del asiento, extendió la mano
y me dijo su nombre, Violeta.
Aún sorprendido
por su belleza y por la decepción de la articulación de sus palabras, le cogí
la mano con precaución y le dije mi nombre, Decudermo.
Algo más
repuesto de tanto sobresalto, entendí lo que me dijo, que aquella casa era de sus padres, pero que
hacia años que no vivían en ella. Que ella usaba el jardín en estos días como inspiración para su
pintura, que en los próximos meses tenía una exposición, y que había
descubierto mucha paz y sosiego en aquel maravilloso lugar. Me preguntó por mis
gustos artísticos y me pidió opinión sobre su cuadro. Solo conseguí articular
algunas palabras, le pregunté el porque de usar tanta pintura azul. Me contestó
como sorprendida, y era por dos razones, una porque la Jacarandá da flores dos
veces al año y son de color azulado, y lo segundo porque es el color de la
fidelidad, algo que para ella muy importante, en la amistad y en el amor.
Miré en varias
direcciones inquieto por encontrarme solo con aquella joven y el pedí que
continuara con su trabajo, pero la verdad es que estaba asustado por la
seguridad que mostraba, a pesar de lo horroroso
del sonido de sus palabras. Me giré sobre mis talones y me fui. Toda mi vida
arrastré las imágenes de las escenas del jardín de Villa CHIPI y el recuerdo de
mí comportamiento estúpido con aquella mujer tan bella, del que me arrepentí momentos
después de darle la espalda.
INDALESIO Julio
2014