sábado, 4 de enero de 2014

LUIS


                                               



Seguro que era verano porque yo estaba ocioso, y el recuerdo de Luis siempre va asociado a cielos luminosos y altas temperaturas. La historia se desarrolla en el jardín de la casa de mis padres y donde vivíamos toda la familia. No era un jardín enorme, pero si espacioso y lleno de flores y árboles frondosos. Adosado al jardín una enorme terraza de mármol blanco y desde donde se podía divisar toda la bahía de esta ciudad del sur del continente.
El jardín era además lugar de transito por donde inevitablemente se tenía que pasar para salir y entrar en la casa. La umbría y el paso de toda la familia   había hecho un surco en el césped y yo había puesto, `por encargo de mi padre, unas lozas de pizarra que nivelaba el suelo y hacia desaparecer la fea senda de los elefantes. En la valla de separación del derribo que lindaba al oeste, había un parterre plantado con multitud de calas y algunas rosas de   colores fuertes y pétalos grandes y luminosos. Justo delante de aquel parterre había un banco de madera y una butaca de mimbre donde habitualmente se sentaba Luis.
Luis siempre fue adulto, obeso y con una sola muda de vestir, unos pantalones blancos de lino y zapatos haciendo juego con la camisa igualmente blanca.  Cara gorda y con papada, llamaba la atención unos ojos inquietos y muy pequeños, que oscilaban en todas direcciones, como buscando no ser sorprendido. A veces se paraban y miraban algún lugar fijamente, entonces sonreía porque se sabía observado por mí.
La especial peculiaridad de Luis es que era hermano de mi padre, y mi padre era su referencia, igual que lo era para todos nosotros. Como mi padre estaba asociado siempre con libros, todos amábamos los libros y por supuesto Luis siempre llevaba un libro incorporado a  su sudado sobaco, y siempre el mismo, quizás porque no era muy grande y su portada estaba tapizada por un barniz que le daba una luminosidad que le debía llamar la atención, era Al faro de Virginia Wolf.
Como en mi barrio había pocos niños, pasaba mucho de mi tiempo cuidando de Luis, aunque no sabía que tenía que cuidar porque él se cuidaba con suficiencia. Quizás porque mi padre me dijo meses atrás, que cuando era niño, Luis se había caído de los brazos de su mucama y se había hecho daños en su cabeza, por eso había que ser cariñoso con él y cuidarlo.
Yo le hablaba, pero no él no contestaba a lo que le preguntabas, sino que decía alguna frase ajena a la pregunta, entonces me miraba y se reía. A veces me acercaba por detrás para darle un susto, y siempre me sorprendía, incluso cuando estaba con su libro abierto, libro que habitualmente sostenía en sus manos y se encontraba al revés. Después de contestarme algunas de sus lapidarias frases, ponía el libro delante de sus narices y continuaba largas horas moviendo los labios en su ignara lectura.
En la hora del almuerzo, le preparaban una mesita en la cocina y comía solo con mi  infantil compañía. Profundamente ordenado, nunca dejaba nada en el plato, y limpiaba hasta la perfección los cubiertos y platos. Después descansaba en la butaca de mimbre del jardín, con leves ronquidos que yo no terminaba de ver y oír, porque era la hora de la comida de mis hermanos y madre.
Por la tarde, cuando el sol comenzaba su declinar y era indefectiblemente las ocho en punto, con precisión que yo siempre dudé de donde sacaba, porque su reloj no tenía manecillas y siempre estuvo parado, se levantaba de la butaca, colocaba una larga tira de papel entre algunas páginas y colocándose el libro en su sobaco, se dirigía  de nuevo a la cocina para recibir su dosis de caldo con fideos y una naranja que pelaba de camino a la pensión donde pasaba la noche, a cincuenta metros de nuestra casa y siempre en mi compañía. Para despedirse me daba la mano y jamás aceptó que le diera un beso de despedida.
Murió cinco años después de forma fortuita en el incendio de un cine, lugar donde pasaba todas las tardes en los inviernos, viendo la misma película hasta cinco veces, con un pase que les proporcionaban a mi padre los dueños del cine que eran clientes de su clínica.



INDALESIO  Octubre 2013