miércoles, 6 de abril de 2022

NAVEGANDO EL MEDITERRANEO

 




Con algunas dificultades con el motor que funcionaba cuando le daba la gana, en especial para cargar baterías, el resto funcionaba sin problemas, era un barco fácil de gobernar y colaborador cuando empujaban las rachas de viento y mar, del peligroso y proceloso Mediterráneo. Ahora sabíamos por dónde estábamos situados y los rumbos que navegábamos, la electrónica nos daba información que nos parecía increíble y desconocida. Bien es verdad que habíamos hecho los cursos de Patrón de Yate durante cuatro meses y que conseguimos la titulación necesaria para las exigencias de las compañías de seguro y de la guardia marítima. Realizábamos turnos de cuatro horas y el resto se dedicaban a sestear en los cois o a contemplar el piélago de nuestro mar.

Cuatro días sin incidencias con la sola inquietud de un islote sin vida en el norte de Sicilia, que según las cartas náuticas a veces se ausentaba de la visión. Avistamos tierra sin marcar el islote Egadi que nos había metido el miedo en el cuerpo, y tardamos otras cuatro horas en aproximarnos a tierra, cuando ya la luz del sol comenzaba a ocultarse. Teníamos delante la ciudad de Trapani y nula información sobre su puerto, pero algo si nos apercibimos, en la zona norte de la bocana del puerto había naufragado un velero español   “El Fortuna” velero patrocinado por tabacalera.

Entramos en el puerto a vela porque nada de arrancar el motor y con todos atentos con bicheros y defensas, pero no vimos que nos montábamos sobre un patín de un barco catamarán de pasajeros. Con el mayor sigilo desenganchamos la orza del patín del hydrofoil y nadie se apercibió. Nos abarloamos a otro próximo y descansamos.

Dos días después zarpamos sin un rumbo claro, por de pronto al 280º para alejarnos de la costa, sin motor teníamos que mantener un resguardo libre de riesgo. Las velas portaban llenas con la brisa intensa de poniente, poco a poco nos fuimos alejando de la isla de Sicilia y así dos días. Mantuvimos el rumbo suroeste con los vientos portantes de oriente.  En la segunda noche con la única luz de una linterna de carburo por falta de energía de batería, y estando yo de guardia, escuché un gran ruido y la luz potente de un foco sobre nuestro barco. Y como deslumbraba no podía ver que era y se me ocurrió pudiera ser algo descontrolado, como sería una maquina extraterrestre. Desperté a los demás y todos nos quedamos muy sorprendido, a los pocos minutos aumentó el ruido y la luz se fue alejando hasta desaparecer. No nos pudimos poner de acuerdo en que podría ser aquel objeto, quizás yo más incrédulo propuse que solo me creería un objeto real como pudiera ser un helicóptero o un avión de despegué vertical.

Pero empezó una divertida serie de suposiciones llenas de fantasías sobre la presencia de seres de otros mundos que estaban abduciendo algunas mentes para conseguir entender la sucia y compleja mente de los humanos. Entre risas por teorías llenas de contenido fantástico, pasamos el día sentados en la bañera, aunque pronto se cortaron las risas porque sobre nuestras cabezas tronó un gran ruido que si pudimos identificar con el paso de un avión a propulsión que antes del enorme ruido sobrevoló por encima de nuestras cabezas. El ruido explotó como una bomba y nos aturdió porque pensamos que en realidad habíamos sido alcanzado por un proyectil, pero, aunque nos movimos por el efecto de la onda expansiva, a pocos sitios podíamos ir, pero por fortuna delante de nuestros ojos apareció la imagen del avión. Este solo fue el primero de una larga serie de vuelos en picado sobre nuestro silencioso y tranquilo velero, e ignorábamos los motivos de ese violento comportamiento. Dos horas después los aviones desaparecieron y quedamos solo acompañado del ruido de las velas y del aguaje del barco surcando el mar. Aún con el miedo en el cuerpo, volvimos a la verborrea de las suposiciones del origen de esta agresión, pero estábamos aislados y con poco daño físico, solo el susto que nos habían dado.  Continuamos con el mismo rumbo, los vientos continuaban de poniente y con una alegre intensidad que nos llevaba a diez nudos permanente. De vez en cuando elevábamos las cabezas para buscar la presencia de nuevos aviones, pero nada volvió a perturbar las tranquilas aguas del sur de Sicilia. Ahora cerramos más el rumbo para aprovechar los vientos que se habían ennortado y marcábamos los trescientos grados, con confirmación de rectas de alturas, pero nos situaba en los márgenes del golfo de Sydra algo que ignorábamos su navegación porque no lo llevábamos en las cartas náuticas, así que dimos un margen de varias horas para cambiar el rumbo y continuar aprovechando los vientos   de ceñida.

Aquella tarde iniciando el crepúsculo, estaba de guardia y miraba con los prismáticos la luz del ocaso, cuando me apercibí de un objeto en movimiento, que aunque estaba bastante distante, se acercaba levantando aguaje por su gran velocidad. Avisé a mis compañeros, señalando en la dirección en que venía y todos sospechamos que se dirigía hacia nuestro encuentro, y en efecto cada vez su imagen se iba agrandando hasta que pudimos identificar una lancha motora con la bandera libia y con armamento sobre la cubierta.  Nuevo susto, pero por más que quisiéramos nada podíamos hacer, así que completamos la indumentaria y esperamos. En menos de diez minutos la poderosa barcaza está girando en derredor del que es nuestro Ítaca. Sobre la cubierta cuatro árabes armados y apuntándonos con los Kalashnikov, otro sentado en una ametralladora pesada. Uno de los árabes gritaba palabras que no entendíamos, pero por precaución hicimos gestos de que no oíamos, lanzó una ráfaga al aire y eso si lo entendimos, arriamos velas en menos de tres minutos. El árabe que saltó al barco si hablaba inglés, y nos pidió entregáramos armas, costó esfuerzos convencerlo que no teníamos nada peligroso ni para ellos ni para nosotros. Se llevaron violentamente la patente y rol del barco y nos indicaron navegar a motor hacia la ciudad costera de Al bayda, con un desfigurado y descarado árabe que parecía ser mudo. Por indicación del que hablaba ingles nos colocamos sobre cubierta y Carlos pilotando el barco, con las velas sobre cubierta. Nos advirtieron que si veían algo raro dispararían sin aviso previo, y que se nos acusaba de invadir su territorio y zona marítima de influencia sin la preceptiva autorización. Cuatro horas después entrabamos en el puerto de Al bayda  y nos situaron en un muelle junto a la patrullera. Nos advirtieron que nada de salir del barco y que un tribunal militar nos juzgaría en varios días y que los especialistas valorarían el barco. Fueron cuatro días muy preocupados por nuestra situación, una vez al día nos llevaban unas botellas de agua y algo de pan, pero sobrevivimos con nuestras reservas. Al segundo día apareció un personaje peculiar que dijo ser el cónsul español en Trípoli, nos advirtió que habíamos metido la pata porque en estos momentos Libia y su general Gadafy estaban en guerra con los Estados Unidos, y España no podía hacer nada por nosotros porque era aliado de los americanos. Los libios querían quedarse con el barco y una multa de mil dólares por persona, pero no disponíamos de ese dinero ni el consulado nos lo podía facilitar, así que tendríamos que esperar al dictamen del juez magistrado.

El guardia de seguridad que estaba en el barco me paró y me cogió el colgante que llevaba en el cuello, lo miró por delante y detrás, y comenzó hablar sin que yo le pudiera entender. Repetía el nombre de Laskar y su mirada había cambiado realizando pequeñas inclinaciones hacia mi persona. La medalla la había encontrado en uno de mis viajes por el mediterráneo, y el recuerdo de aquel hombre muerto sobre un pallet y como recuperé la medalla jamás podré olvidarle. Me había prometido que aquel hombre muerto y al que no pude dar sepultura, y que bien merecía un entierro, encontraría algún ancestro suyo y le daría el colgante con su supuesto nombre, aunque también los Laskars eran marinos orientales que navegaban los barcos ingleses hacía más de un siglo.  El libio que nos hacia la vigilancia desembarco y desapareció, regresando al rato con compañía. Era un traductor y nos dijo que aquel medallón era de la familia de nuestro guardia y que era una casta descendiente de marinos orientales que eren muy respetados en su familia. No se me ocurrió nada mejor que regalarle el objeto y entonces con grandes signos de agradecimiento me ofreció que le pidiera lo que deseara. Fue Carlos el que se adelantó y le pidió salir del lugar, pero el ni contestó ni me pidió nada distinto, solo se giró y se fue con el traductor. Aquella noche el barco se soltó del pantalán y fue derivando hacia la bocana del puerto ante nuestro asombro que veíamos como éramos arrastrado por un pequeño bote de remos. En la bocana izamos velas y comenzamos a navegar con la brisa que despedía la recalentada tierra libia. Aunque teníamos miedo que se apercibieran de nuestra huida, nada ocurrió hasta que pusimos bastantes millas de distancia con la modificación del rumbo con dirección al Peloponeso. //

INDALESIO   Abril 2022

lunes, 14 de marzo de 2022

NAVEGANDO ( Primeros viajes)

 

   

 

Por aquellos tiempos manejaba una severa desazón, tanto en el plano personal como en el profesional. Sufrí sentimentalmente la separación forzada de Luisa, y andaba desesperado y picoteando en varios jardines, sin conseguir el consuelo necesario. En el plano profesional me enfrente con el responsable del servicio y decidí marcharme del Hospital, sabía que tendría poco recorrido profesional y que mis deseos iban a estar muy mediatizado por el mal hacer del jefe de servicio.

 Así que me refugié con tres amigos en una locura de proyecto. Haríamos un barco, y nos pusimos manos a la obra casi de inmediato. Lideraba el proyecto Carlos, con una enorme capacidad para programar y organizar mentalmente los pasos necesarios para realizar el proyecto. Casi cada día nos reuníamos en el bar del puerto del Candado y hablábamos de los pasos y fantasías necesarios para comenzar los gestos creativos. Hasta que llego el día en que se decide que había que aportar cincuenta mil pesetas para comenzar las primeras adquisiciones, me sentí asustado porque parecía que la cosa iba en serio y yo no estaba preparado, así que pasé el fin de semana, recorriendo la bahía en el GABIROL y navegando con la única compañía de mi amada música, y en este caso óperas veristas. El lunes ya lo tenía claro, participaría en el proyecto, que decidimos se llamara ITACA, así que lo celebramos tan intensamente que después tuvimos dificultades para volver a casa.

Aquellos años fueron muy intensos, pero conseguí refugiarme en el esfuerzo físico y creativo del barco para esconder mis miserias, arrastradas de los años anteriores. Sentados en el pestilente bareto del Candado. Carlos nos hizo la primera propuesta, un queche de catorce metros diseñado por Bruce Robertson con dos puestos de gobierno y dos palos. El diseño era espectacular, aunque me preguntaba para que queríamos un barco tan grande y a además en acero naval, esa era la segunda parte de la historia, el barco era para viajes con un margen amplio de seguridad. Los primeros pasos y pagos fueron para comprar la patente de diseño y algunas modificaciones que queríamos, y para comprar los materiales y herramientas necesarios para desarrollar la construcción del navío. Viajamos al Puerto de Santa María   y nos entrevistamos con un ingeniero naval, era un tipo simpático y muy enrollado que enseguida sintonizó con nuestras ideas. Trabajamos durante varias semanas en las modificaciones que eran necesaria para contentar a todos, y le pagamos un adelanto para que comenzara la construcción de nuestro, por ahora, sueño.

Algo decepcionado porque llevábamos tres meses y aún no habían llamado, continuamos avanzando en conseguir los mástiles, motor y la madera necesaria para forrar el barco en su interior. Pero pasaban los días y la cosa iba para largo, así que decidimos hacer una buena navegada en el GABIROL, porque aún faltaban varias semanas sin nada mejor que hacer. Aparejamos el GABIROL y compramos algo de alimento, y un veinte de septiembre a la caída del sol, partimos con rumbo a las islas Baleares. Mar plana con nada de viento, pusimos motor y piloto automático, Carlos y yo, únicos viajeros, tendimos en la proa comenzamos a soñar sobre la belleza y buena temperatura de nuestro mar mediterráneo. Sentimos el aguaje de la proa rompiendo el mar y nos asomamos, eran delfines que nos acompañaban a nuestra altura dando saltos a ras de agua. Emocionados como nunca, íbamos atentos a la marcación con faros y pronto encendimos nuestras luces de situación, decidimos que haríamos guardias de cuatro horas, aunque en caso de necesidad acudiríamos los dos. Nos abrigamos porque la brisa era fresca y encendimos unos cigarrillos, sentado en la bañera avistamos varios barcos que navegaban con lo que a nosotros nos parecía rumbo de colisión, pero que en realidad estaban a muchas millas de nosotros, aun así, navegar en la noche y sin poder tomar referencias claras no me dejaba muy tranquilo. Pero amaneció y volvió la alegría porque avistamos la isla de Alborán, hicimos un chocolate caliente con galletas y nos sentamos a ver con los prismáticos el movimiento de los militares en la isla.

 

MALÁGA 25/05/2018

miércoles, 29 de diciembre de 2021

PASIÓN POR LA MAR

                                                    

 

No todo en la vida serán sentimientos trágicos, ni hablar, al menos no lo ha sido en la mía, aunque lo que ha ocurrido es que han prendido en mí, de forma muy fuerte y segura. Muchos momentos de mi vida han sido alegres y muy divertidos, porque siendo joven era explosivo, alegre y arriesgado en mis actividades lúdicas. Una de ellas que sirva a modo de muestra, es la actividad náutica.

Con diez y siete años conseguí mi primer barco, bueno en realidad no era un barco era un bote con motor de no más de cinco metros. Lo compré por mil pesetas a medias con mi primo Antonio, huérfano de ingeniero naval y amante de todo lo que flotara. Fue mi primo Antonio quién me llevo al embarcadero de botes de recreo y veleros, quién me contó la historia de algunos barcos viejos y abandonados del club y quien me hizo respirar el olor a brea de los calafates y a tocar las herrumbres de motores y aparejos que abandonados por todos los pantalanes nos acompañaban. El bote venía de un invalido militar que se había cansado de arreglar las muchas necesidades que padecía el desvencijado barco, pero con alguna ayuda de mecánica naval conseguimos que funcionara.

Cuando el capitán  Alvarez nos ofreció vender el barco nos pareció sublime, en especial porque no teníamos sentido de las proporciones, nos parecía enorme y con muchas posibilidades, así que elaboramos un programa de adquisiciones para navegar con seguridad y con el menor riesgo. Claro que tardamos unos seis meses en poder soltar el amarre y pasear por el puerto, mientras asesorados por algunos marineros nos aconsejaron por dónde empezar. Aún no conocíamos que pasaba debajo de aquella cubierta y que pasaría cuando abriéramos la puerta del camarote, pero la curiosidad nos embargaba, así que una mañana de junio el barquero del club llamado Caparros nos acercó al barco cuyo nombre habíamos propuesto que fuera BOGAVANTE en memoria de tan rico y desconocido alimento. Embarqué lleno de emoción, aunque bamboleaba más de lo que sospechábamos, nos sentamos en la bañera y gritamos de alegría ante la cara de sorpresa de Caparros que solo nos avisó “mucho cuidiao”. Ahora ya estábamos solos y encima de nuestro barco, si nuestro barco, jope que alegría. ¡Con dificultad liberamos en candado que bloqueaba la apertura de la puerta del camarote, pero con la llave algo doblada al fin pudimos hacer franca la entrada al …joder no había sitio nada más que para el motor y una pequeña alacena! Dos pequeños cristales laterales daban luz a aquel espacio y uno frontal para iluminar la parte delantera. Levantamos unas tablas que formaban un suelo y vimos con horror la sentina llena de agua sucia y pestilente, en el costado de estribor una palanca que oscilaba de adelante atrás y que al intentar mover estaba agarrotada por falta de engrase y dura como una piedra, le pusimos un poco de aceite y con ambas manos le hicimos oscilar de delante atrás, poco a poco se fue moviendo y un extraño ruido de absorción comenzó a sacar la espesa y grasienta agua de la sentina. Ya sabíamos algo, al barco le entra agua y se le podía sacar con una bomba manual. En verdad no estábamos decepcionados solo sorprendido de lo mucho que nos quedaba por aprender, para ir con un margen de seguridad. Sucios y sudorosos nos sentamos en la bañera y nos tomamos un refresco, ambos codos apoyados en la regala y la gorrilla levantada, nos sentimos las personas más afortunadas del mundo. Como el tiempo estaba limitado para cumplir el horario familiar, avisamos al barquero para que acudiera a recogernos, tardó más de lo esperado y cuando acudió con sus pies gruesos y callosos apoyados en el banco travesaño, continuaba con la misma sonrisa que nos había llevado.

-       ¿Qué tal habéis encontrado el yate? 

Le miramos con cara de pocos amigos ya que no estábamos dispuestos a bromas con nuestro BOGAVANTE, pero de inmediato se ofreció a prestarnos ayuda, ya que conocía mi vinculación con el comodoro del club de botes, mi tío Pepe. Cada mañana quedábamos para trabajar en el barco, limpiamos cornamusas, pasa cabos y todos los componentes que fueran de bronce y que se pudieron limpiar y ponerlos relucientes. Pero sabíamos que había dos problemas, uno la propulsión, a saber, el motor, y otro que seguía haciendo agua y cada día había que achicar la sentina. Buscamos la solución, sacar el barco y hacerle un calafateado, y el motor un mecánico para ponerlo en marcha. En una semana lo sacamos del agua y lo colocamos en una cama de barco y encima de un camión lo trasladamos a la Azucarera por cortesía del hijo del Ingeniero -director, allí el calafate nos enseñó cómo se hacía con estopa y brea sellando las juntas de madera. Dos semanas después de vuelta al muelle para botarlo, pero para nuestra sorpresa conforme el bote entraba en el agua, el bote se hundía. Le gritamos al gruista que lo mantuviera izado mientras organizábamos una solución y de nuevo Caparros salió de su aislamiento y nos dijo que hacer. Había que dejar el barco en contacto con el mar para que la estopa y la brea sellaran la unión de las duelas, al menos un par de horas. Buscamos unos duros para compensar el transporte y así lo hicimos y por la tarde ya estaba...semi hundido, como el perro de Goya.

El motor fue mucho más complejo y tuvimos que aprender que era y de que se componía, el mecánico desmontó el motor con bastante esfuerzo, las válvulas estaban defectuosas y tuvimos que hacerles una culata y las válvulas nuevas. Era un motor Renault marineado con cuatro cilindros a los que hubo que colocar le unas camisas a medida. El embrague era de acción directa con un plato en cuyo interior había un juego de muelles que se ajustaban al plato cuando le introducía el dado del embrague.

Ya llevábamos seis meses y aún no habíamos navegado. Los padres enfadados por el mucho tiempo dedicado al barco, igual que las chicas que eran habitual compañía y que para nada les dedicábamos atenciones. Pero el día que el mecánico arrancó el motor echando le unas gotas de éter en la cámara de combustión, ese día gritamos de alegría entre una intensa humareda que salía por el tubo de escape. Nos enseñaron a cambiar la culata y su junta, a esmerilar las válvulas y a desmontar los muelles del balancín. Pusimos varias herramientas de utilidad en la alacena y recambios de bujías y juntas para posibles incidencias. Y el día tres de septiembre del año 1966 soltamos amarras y navegamos dentro del puerto durante una hora, sentí un cosquilleo de importancia en la barriga y ya había decidido que sería un marino de aventuras. Las aventuras duraron varios años e incluso navegamos hasta las boyas de amarres de los petroleros del oleoducto de Puerto llano, pero no teníamos autorización para ir más lejos.       



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lunes, 22 de noviembre de 2021

ABEJARUCO

 

                                               


 

Mi madre fue una gran mujer, se desvivió por los cuidados para con sus hijos, asistiendo en su educación en todos los aspectos. Ella nos enseñó a cada uno a leer y escribir con gran paciencia y dedicación, lo cual nos permitió sentir entusiasmo por cada una de las enseñanzas que con ella realizábamos. En los periodos vacacionales organizábamos paseos culturales, nos enseñaba a reconocer los tipos de piedras y cada una de las flores que nos encontraba en nuestro dilatado e interesante paseo. Una vez terminado el recorrido en el bosque cerca de nuestra casa, nos invitaba a tomar una horchata que hacia ella misma para los tres hermanos y los dos únicos amigos y vecinos que compartíamos los afectos de mi madre. Este último verano nos anunció que deberíamos aprender la identificación del canto de los pájaros de nuestro entorno, adquirimos en forma de préstamo un casete de nuestro padre para grabar el sonido de los muchos pájaros que vivían en el bosque cercano a nuestra casa. Cada día nos obligábamos a reconocer un nuevo tipo de ave de los muchos que habitaban en nuestro entorno, mi madre nos contó que su padre tenía un oído muy fino para imitar el canto de los pájaros y que realizaba el reclamo con una enorme habilidad, algo que ella aprendió para no solo identificarlo, sino para entablar un intercambio de sonidos que tuviera utilidad tanto para el ave como para el humano. Nos propuso realizar una aventura con un pájaro peculiar del que todos andábamos enamorados, el abejaruco. Le enseñaríamos a emitir sonidos que tuvieran algún significado para nosotros, y una vez reconocido realizar el recorrido inverso, emitir sonidos que significaran algo para ellos. Cuando mi madre inició los sonidos del abejaruco, nos quedamos sorprendidos, eran de un parecido idéntico a los auténticos animales, incluso el ave estiraba el cuello buscando el origen de aquel sonido tan cercano a los suyos. Grabamos sus sonidos y veíamos su reacción cuando mi madre imitaba su canto, que por cierto despertaba la curiosidad del animal. Aquel animal nos fascino porque con la provocación del canto de mi madre, respondía con una imitación igual, levantando el cuello y buscando el lugar de donde procedía aquella imitación. La fascinación incluía igualmente el colorido de su plumaje y el dorado de su panza, cada una de sus virtudes nos estimulaba aún más su observación y los detalles de su comportamiento que lo transcribíamos con todo tipo de anotaciones, en el cuaderno que disponíamos para su localización y descripción. La semana siguiente acudimos llenos de ilusión a ver nuestra pareja de abejaruco, y en efecto allí estaban la pareja, pero algo debía pasar porque estaban inquietos revoloteando por la bocana de su nido, fue entonces cuando observamos un cuervo que se lanzaba en picado sobre la cueva - nido y mientras nuestra pareja huía atrayéndole hacia sus piruetas. El cuervo, consiguió alejarlos y entró en el nido, al momento salió con el pico lleno de cascara de huevo y se lanzó en vertical hacia un eucalipto donde mantenía su nido. Los abejarucos huyeron y nunca más lo conseguimos ver, también nosotros perdimos el interés y nos dimos cuenta lo cruel que puede ser la vida.

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sábado, 4 de septiembre de 2021

TRAVESÍA DEL ITACA

 






Este es una de los acontecimientos más atrevidos que he vivido en la mar, por ser el de más duración y por ser el más peligroso, debido a que el Atlántico en esta época no se anda con chiquitas y es muy ingrato y peligroso. Habíamos construido un velero de catorce metros en acero naval y aparejado en queche, a saber dos mástiles para velas mayor y mesana, más el consabido foque de trabajo. También le habíamos confeccionado unas trinquetas gemelas para la navegación con vientos portantes, por último un foque balón o spinnaker para tenerlo guardado en el arcón de reempuje náutico y dormir sobre la sedosa vela Ya habíamos navegado con este velero por todo el mediterráneo y habíamos aprendido que en la mar se debe ser prudente y navegar con ojos avizores porque cuando se enfrenta al lugar donde viven las argonáutas, las posibilidades de salir con parabienes son escasas. Habíamos navegado hacia el archipiélago canario el quince de noviembre desde el puerto de Gibraltar donde habíamos encontrado refugio por una tormenta de poniente que nos ataco durante más de diez horas y que nos causó algunos desperfectos en el velamen y un severo agotamiento físico en nuestros castigados cuerpos. Cuando completamos las reparaciones nos lanzamos a navegar con unos deseos intensos de conseguir avizorar lo antes posible el archipiélago canario, como así fue después de cinco días de navegación y sin ninguna complicación. Después de un merecido descanso y reposición de alimentos frescos y bastantes latas de proteínas, carne de cerdo en manteca, decidimos salir el veinte y nueve de noviembre al amanecer y con el aprovechamiento de los vientos alisios .A las cinco de la tarde navegábamos a la altura de la isla del Hierro con un particularidad, todas la brújulas se habían vuelto locas y señalaban rumbos caprichosos e inconstantes. La cosa empeoró al caer la noche ya que no sabíamos en que dirección navegábamos, y tuve que recurrir al uso del sextante que llevaba en mi equipaje. Tomé las rectas de altura de dos astros elegidos y calculé la estima, cuando busqué las tablas náuticas sentí un enorme golpe que me desplazo hasta la dinnet golpeándome en la cabeza. Quizás duro dos horas la perdida de conocimiento de mi dura cabeza, el caso fue que mi compañero de navegación me recostó en las colchonetas y me cosió una brecha de mi cabeza. Cuando me pude poner de pie me sentí mareado y con dificultad para mantenerme estable, pero si me dí cuenta que el barco no se movía, me asomé a cubierta gritando a mi amigo por donde se encontraba, el no contesto pero yo si pude ver que estábamos varado en un playa de arena fina. Me giré en todas direcciones hasta que pude ver que estaba encaramado al mástil de la mayor, desde allí me saludo moviendo su mano derecha. Me dio animo la poca importancia que le dio a esta situación tan dramática para mi. Cuando bajó me dijo que calculaba que en unas tres horas reflotaría el Ítaca con la subida de la marea, que había repasado el casco, orza y timón y que todo estaba en perfecto estado, y que la enorme putada había sido la afectación de todas las agujas magnéticas del barco y que según las cartas de pilotos es un fenómeno frecuente que se debe a el origen volcánico de la isla del Hierro y que es la magnetita. En efecto a las tres horas y con la ayuda solo de un rezón y el empuje de las velas pudimos hacer navegar al Ítaca y continuar nuestra travesía hacia el Caribe. 


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lunes, 9 de agosto de 2021

LA BICICLETA

 




Mi padre fue un hombre robusto, de altura media y buena musculatura, nunca realizó ejercicios ni actividad deportiva alguna. Paso muchas penurias en los tiempos en que todos los españoles lo pasaban, pero supo adaptarse a sus tiempos y a las jodidas circunstancias. Por motivo de su oficio, era médico y realizaba visitas a domicilio, se convirtió en un gran andarín, caminaba con una leve inclinación hacia delante y golpeaba el suelo con las punteras del calzado. Cada mañana se vestía cuidadosamente y empleaba su buena cantidad de tiempo, limpiaba sus calzados y cepillaba el traje que cuidadosamente descolgaba de la percha, después de la higiene y afeitado, se colocaba un sombrero tipo Fedora y se dirigía a la salita donde tomaba un nuevo café de pie, y con sus dos carteras se dirigía al jardín en dirección al garaje. En el año 1934 compro un coche de importación americano de cuatro cilindros y veinte caballos, un Ford modelo cuba, que pago de forma cuidadosa y honrosa a pesar de lo delicado de los tiempos. Cuando lo compró realizó su primer viaje desde el muelle del puerto donde lo desembarcaron hasta nuestro domicilio, fue toda una odisea de la que fui testigo. Paramos más de veinte veces sin contar los saltos del embrague y sino tuvimos percances fue porque el azar nos ayudo pero tardamos más de sesenta minutos en un distancia de no más de cinco kilómetros. La subida al Monte de Sáncha fue gloriosa, cada curva y tienen más de seis, tardamos diez minutos con maniobras de giro y con un leve golpe sin abolladura, cuando llegamos al llano de entrada de villa Candela mi padre se bajo ya sin chaqueta y con toda la espalda mojada del sudor, allí nos esperaba mi madre y todos los cinco hermanos. Los hermanos se lanzaron a observar el coche, entraron por las cuatro puertas y curiosearon por todos los rincones, luego mi hermano mayor Gustavo levantó la tapa del motor y señaló al interior, eso es el motor, todos conocíamos su pasión por los coches y nos refirió algunas de las partes de la mecánica. Mi padre permaneció en una segunda fila sujetando a mi madre por la cintura, o más bien ella lo estaba sujetando porque le notaba un terrible temblor, le miró con cariño y le pregunto que le pasaba: - No estoy hecho para llevar esta maquina infernal. Padre decidió contratar un mecánico que hiciera las veces de chofer para que le enseñara a manejar el auto. Durante un año llevo a mi padre a los visitas domiciliaria y se supone que le enseñó a manejar pero por motivos económico pasó a chofer de los Kunsner. En la crisis económica de la guerra civil se racionó la gasolina y había mucha dificultad para encontrarla , padre decidió cambiar el modo de desplazamiento por una bicicleta Orbea de color negro. Un motocarro la llevó a casa con la expectación exagerada de todos los hermanos, que algo sabíamos de su uso, aunque faltaban años para poder usarla. Mi padre apareció con cara de preocupación, recogió el falso del pantalón y se lo sujeto con una pinza. Rodeado de sus hijos empujo la bicicleta y la colocó en el llano del garaje, allí levantó una pierna y quiso pasarla por encima del cuadro, primera caída. Poco daño, solo rasguños en rodilla derecha y muñeca izquierda. Acercó la bici a la pared y sujetándose consiguió subirse al velocipedo, luego empujo sin violencia su cuerpo y la maquina y se separo del muro, la rueda delantera realizo pequeños giros violentos antes de atravesar la rueda delantera y hacer capotar sujeto y aparato, cayendo sobre el duro suelo. Segunda caída, rasponazo sobre el quinto dedo mano izquierda, con herida sucia y sangrante. Después de la limpieza y cura con vendaje, nuevo intento, mi hermano mayor le sujetaría el portabultos hasta que cogiera estabilidad y velocidad. Ambos desaparecieron por la primera curva, mi padre sentado en el sillín y mi hermano mayor agarrado al portabultos. Corrimos para ver su inicio de viaje, y en realidad lo que vimos fue la tercera y definitiva caída, cayó capotando por encima del manillar y golpeando el rostro con el suelo. Limpieza de la herida y reposo durante una semana por la conmoción cerebral. Nunca más volvió a subirse a una bicicleta, siempre procuraba el transporte público o caminatas ordenadas por distancia. La bicicleta pasó a mi hermano mayor y el coche permaneció meses en el garaje, hasta que decidió usarlo para el callejeo.


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domingo, 11 de julio de 2021

RELATO FRAGMENTADO. DIBUJO DE ERIIKA

 

                                        





La vida cotidiana en mi barrio era bastante aburrida, muchos abuelos que practicaban paseos cortos y cinco niños que no tenían interés en el juego de pelota o en las canicas, únicas aficiones que practicábamos los zagales. Las niñas solo dos, en la sombra con su eterna rayuela Así que conseguía pasar el tiempo con la observación detenida de la vida de los adultos, que aunque era lenta y con un ritmo apagado, me resultaba entretenida. Cada día rellenaba una hoja de un cuaderno que había conseguido por el buen hacer de mis calificaciones académicas, y usaba la mitad de cada hoja en escribir lo que yo consideraba diversión de los abuelos, y la otra mitad dibujaba alguno de lo atributos que me parecían más relevante de mis queridos adultos. La primera hoja llamaba la atención el dibujo, por el uso exagerado de colores y por unas formas desproporcionadas de su anatomía que con dificultad podían identificar con un ser humano. Erika parecía caminar balanceando todo su cuerpo, sobre todo porque sus piernas tenían un exagerado arqueamiento en varo de ambas rodillas. Llevaba un canasto de caña y una pala metálica en su mano izquierda. Siempre que nos veíamos entreabría su boca desdentada como forma de saludo, luego bajaba su testuz y seguía su camino. Un día me acerqué para ver el contenido de la cesta y cuando lo vi me sorprendió, eran cagajones de caballo. Pedí explicaciones a mi padre de tan extraño comportamiento y contenido, y riendo me contó que Erika los usaba para abonar los geranios negros que poblaban su jardín. Exageré la nota con algunas arcadas y pidiendo a mi madre no hacer lo mismo con nuestra macetas de geranios. Pude pintar esa figura de Erika con mucha dificultad y en verdad pudiera ser cualquier vecino, pero me forcé destacando lo más relevante de su imagen que por cierto era además de la cesta y la pala, un cíngulo que le apretaba bajo los pechos que le hacia destacar sus atributos, si bien caídos por su provecta edad. Y aunque planteaba aún más dificultad, usé carboncillo para destacar en difuminado las siluetas de los pies, que no fui capaz de definir les. Pero si pude hacer una detallada descripción del calzado, jamás había visto unos iguales, la lengüeta superior del botín era de cuero y se fijaba con un cordón pasante horizontal, la lengüeta superior se sostenía con una costura a la suela de esparto y con cada paso se escuchaba un sonido rechinante del cuero al estirarlo. Llevaba el pelo cortado al nivel de las enormes orejas y sujeto con una cinta en el lado derecho, un movimiento permanente de su barbilla hacia llamar la atención. Caminaba oscilando con movimiento lateral, cuando entraba en su jardín de escuchaba el roce de los chinos al aplastarlos con su peso y alpargata. Sabía que pasado varios minutos volvería a salir al jardín y que llevaría un platillo de los de café con unas natillas amarillentas que dejaba en el asiento de un banco de madera, mientras me buscaba con la mirada y su eterna oscilación de barbilla. En la otra parte de la hoja era mucho más difícil poder explicar que era lo que quería contar, con la goma de borrar había hecho un surco arañando el grafito sobre el papel, ya que había iniciado con demasiada duda lo que quería representar, pero después de muchos intentos y sabiendo que me quedaba poco espacio para desarrollar la idea que tenía, decidí acabar este primer relato agrandando el titulo que sería Pensión Alemana, que era la casa y pensión donde vivía mi primer personaje del cuaderno. ERIKA KESSLER.

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