Este es una de los acontecimientos más atrevidos que he vivido en la mar, por ser el de más duración y por ser el más peligroso, debido a que el Atlántico en esta época no se anda con chiquitas y es muy ingrato y peligroso. Habíamos construido un velero de catorce metros en acero naval y aparejado en queche, a saber dos mástiles para velas mayor y mesana, más el consabido foque de trabajo. También le habíamos confeccionado unas trinquetas gemelas para la navegación con vientos portantes, por último un foque balón o spinnaker para tenerlo guardado en el arcón de reempuje náutico y dormir sobre la sedosa vela Ya habíamos navegado con este velero por todo el mediterráneo y habíamos aprendido que en la mar se debe ser prudente y navegar con ojos avizores porque cuando se enfrenta al lugar donde viven las argonáutas, las posibilidades de salir con parabienes son escasas. Habíamos navegado hacia el archipiélago canario el quince de noviembre desde el puerto de Gibraltar donde habíamos encontrado refugio por una tormenta de poniente que nos ataco durante más de diez horas y que nos causó algunos desperfectos en el velamen y un severo agotamiento físico en nuestros castigados cuerpos. Cuando completamos las reparaciones nos lanzamos a navegar con unos deseos intensos de conseguir avizorar lo antes posible el archipiélago canario, como así fue después de cinco días de navegación y sin ninguna complicación. Después de un merecido descanso y reposición de alimentos frescos y bastantes latas de proteínas, carne de cerdo en manteca, decidimos salir el veinte y nueve de noviembre al amanecer y con el aprovechamiento de los vientos alisios .A las cinco de la tarde navegábamos a la altura de la isla del Hierro con un particularidad, todas la brújulas se habían vuelto locas y señalaban rumbos caprichosos e inconstantes. La cosa empeoró al caer la noche ya que no sabíamos en que dirección navegábamos, y tuve que recurrir al uso del sextante que llevaba en mi equipaje. Tomé las rectas de altura de dos astros elegidos y calculé la estima, cuando busqué las tablas náuticas sentí un enorme golpe que me desplazo hasta la dinnet golpeándome en la cabeza. Quizás duro dos horas la perdida de conocimiento de mi dura cabeza, el caso fue que mi compañero de navegación me recostó en las colchonetas y me cosió una brecha de mi cabeza. Cuando me pude poner de pie me sentí mareado y con dificultad para mantenerme estable, pero si me dí cuenta que el barco no se movía, me asomé a cubierta gritando a mi amigo por donde se encontraba, el no contesto pero yo si pude ver que estábamos varado en un playa de arena fina. Me giré en todas direcciones hasta que pude ver que estaba encaramado al mástil de la mayor, desde allí me saludo moviendo su mano derecha. Me dio animo la poca importancia que le dio a esta situación tan dramática para mi. Cuando bajó me dijo que calculaba que en unas tres horas reflotaría el Ítaca con la subida de la marea, que había repasado el casco, orza y timón y que todo estaba en perfecto estado, y que la enorme putada había sido la afectación de todas las agujas magnéticas del barco y que según las cartas de pilotos es un fenómeno frecuente que se debe a el origen volcánico de la isla del Hierro y que es la magnetita. En efecto a las tres horas y con la ayuda solo de un rezón y el empuje de las velas pudimos hacer navegar al Ítaca y continuar nuestra travesía hacia el Caribe.
INDALESIO
Genial, qué experiencia!,
ResponderEliminarEspero que...to be continued, nos dejas en ascuas
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