Mi madre fue una gran mujer, se
desvivió por los cuidados para con sus hijos, asistiendo en su educación en
todos los aspectos. Ella nos enseñó a cada uno a leer y escribir con gran
paciencia y dedicación, lo cual nos permitió sentir entusiasmo por cada una de
las enseñanzas que con ella realizábamos. En los periodos vacacionales
organizábamos paseos culturales, nos enseñaba a reconocer los tipos de piedras
y cada una de las flores que nos encontraba en nuestro dilatado e interesante
paseo. Una vez terminado el recorrido en el bosque cerca de nuestra casa, nos
invitaba a tomar una horchata que hacia ella misma para los tres hermanos y los
dos únicos amigos y vecinos que compartíamos los afectos de mi madre. Este
último verano nos anunció que deberíamos aprender la identificación del canto
de los pájaros de nuestro entorno, adquirimos en forma de préstamo un casete de
nuestro padre para grabar el sonido de los muchos pájaros que vivían en el
bosque cercano a nuestra casa. Cada día nos obligábamos a reconocer un nuevo
tipo de ave de los muchos que habitaban en nuestro entorno, mi madre nos contó
que su padre tenía un oído muy fino para imitar el canto de los pájaros y que
realizaba el reclamo con una enorme habilidad, algo que ella aprendió para no
solo identificarlo, sino para entablar un intercambio de sonidos que tuviera
utilidad tanto para el ave como para el humano. Nos propuso realizar una
aventura con un pájaro peculiar del que todos andábamos enamorados, el
abejaruco. Le enseñaríamos a emitir sonidos que tuvieran algún significado para
nosotros, y una vez reconocido realizar el recorrido inverso, emitir sonidos
que significaran algo para ellos. Cuando mi madre inició los sonidos del
abejaruco, nos quedamos sorprendidos, eran de un parecido idéntico a los
auténticos animales, incluso el ave estiraba el cuello buscando el origen de
aquel sonido tan cercano a los suyos. Grabamos sus sonidos y veíamos su
reacción cuando mi madre imitaba su canto, que por cierto despertaba la
curiosidad del animal. Aquel animal nos fascino porque con la provocación del
canto de mi madre, respondía con una imitación igual, levantando el cuello y
buscando el lugar de donde procedía aquella imitación. La fascinación incluía
igualmente el colorido de su plumaje y el dorado de su panza, cada una de sus
virtudes nos estimulaba aún más su observación y los detalles de su
comportamiento que lo transcribíamos con todo tipo de anotaciones, en el
cuaderno que disponíamos para su localización y descripción. La semana
siguiente acudimos llenos de ilusión a ver nuestra pareja de abejaruco, y en
efecto allí estaban la pareja, pero algo debía pasar porque estaban inquietos
revoloteando por la bocana de su nido, fue entonces cuando observamos un cuervo
que se lanzaba en picado sobre la cueva - nido y mientras nuestra pareja huía atrayéndole
hacia sus piruetas. El cuervo, consiguió alejarlos y entró en el nido, al
momento salió con el pico lleno de cascara de huevo y se lanzó en vertical
hacia un eucalipto donde mantenía su nido. Los abejarucos huyeron y nunca más
lo conseguimos ver, también nosotros perdimos el interés y nos dimos cuenta lo
cruel que puede ser la vida.
INDALESIO
C'est la vie, querido camarada.
ResponderEliminarY la vida continuó en otro sitio... Enhorabuena, Indalesio
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