Año de 1966, acabados
los estudios elementales y aceptado en la Universidad, me propuse
pasar un verano glorioso y de lo más divertido, claro que tendría
que buscar compañía porque divertirse solo no deja mucho margen
para alegrarse. Mi padre que no se fiaba un pelo de su hijo por
experiencias previas, le propuso un plan propio de personas
inteligentes, ayudaría a mi tío Francisco en la clínica Santa
Clara, así comenzaría su larga y abigarrada experiencia en el
mundo sanitario. No me gustaba mucho la idea porque restaría tiempo
para poner en valor mi planificación de diversión, pero dos
acontecimientos ayudaron a aceptar el encargo de mi padre, uno era
que me retribuirían simbólicamente con cincuenta pesetas
mensuales, y lo otro que mi principal amigo del barrio y a la sazón
pariente próximo tendría que estudiar en la vacaciones por fracaso
escolar. Así que el primer día del mes de julio, me coloqué una
enorme bata de mi padre que me hacía parecer adulto y unos zapatos
deportivos blancos de tela de mi hermano mayor que me quedaban
ajustados pero soportable, me miré en el espejo y me pareció
interesante y muy profesional, con esa aprobación y el visto bueno
de mi madre que no pudo remediar una tenue sonrisa, me lancé a mi
primera experiencia laboral. Rechacé la oferta de mi padre de
llevarme en su coche, todos le huíamos por lo mal que conducía, y
salí de villa Candela con pasos poderosos y seguros, en menos de
diez minutos me encontraba en la puerta de la clínica, tiré de un
mango seguido de un cadena y sonó un tintineo al fondo de la casa,
en breve me encontré acompañado de otro muchacho no mayor que yo
que no paraba de observarme y que según me dijo se llamaba Paquíto
y era hijo del jardinero, portero y celador. Me acompañó hasta el
despacho del Director y me abandonó en la puerta, me dijo que no
tardaría pero pasé allí toda la mañana aburrido como una mona. Al
fin apareció jurando en arameo “por la puta fractura de rotula”
y me saludó con un escueto “Hola”. Me citó para el día
siguiente y se encerró en su despacho. En casa todos esperaban para
que les contara como había ido el primer día de trabajo, pero me
negué salvo con mis padres que no tuve más remedio de contarle
todo. Mi padre me pidió paciencia y tolerancia con las rarezas de mi
tío y magnifico cirujano . El día siguiente fue calcado al
precedente, mi extraño tío no compareció, pero no me quedé allí,
busqué al joven hijo del celador y le pedí me enseñara los
contornos de la clínica, me miro en hito y asintió con la cabeza.
De forma divertida me enseño todo los recovecos del edificio, cuando
me señaló un sótano que según él era rehabilitación, me acerqué
con precaución y por un ventanuco me asomé, una pareja, hombre y
mujer estaban en buena coyunda con enormes jadeos y gritos sordos.
Paquíto se fue corriendo porque al parecer era su padre, yo por
contra ignoraba que era eso y que hacían, que al parecer se pegaban
y gritaban de dolor. Me quité la bata y me fui a mi casa, no tuve
más remedio que contarle a mis padres lo acontecido, ellos me
libraron de continuar con mi asistencia a la Clínica y buscaron una
excusa para con mi tío. Por aquellos días tuve una larga
conversación con mi padre, que me puso al día de algunos aspectos
que yo ignoraba, sobre las relaciones entre los seres humanos, y la
deformada explicación que nos suelen dar en los colegios y en las
familias.
INDALESIO