sábado, 14 de diciembre de 2019

ESCENAS DIVERTIDAS






Año de 1966, acabados los estudios elementales y aceptado en la Universidad, me propuse pasar un verano glorioso y de lo más divertido, claro que tendría que buscar compañía porque divertirse solo no deja mucho margen para alegrarse. Mi padre que no se fiaba un pelo de su hijo por experiencias previas, le propuso un plan propio de personas inteligentes, ayudaría a mi tío Francisco en la clínica Santa Clara, así comenzaría su larga y abigarrada experiencia en el mundo sanitario. No me gustaba mucho la idea porque restaría tiempo para poner en valor mi planificación de diversión, pero dos acontecimientos ayudaron a aceptar el encargo de mi padre, uno era que me retribuirían simbólicamente con cincuenta pesetas mensuales, y lo otro que mi principal amigo del barrio y a la sazón pariente próximo tendría que estudiar en la vacaciones por fracaso escolar. Así que el primer día del mes de julio, me coloqué una enorme bata de mi padre que me hacía parecer adulto y unos zapatos deportivos blancos de tela de mi hermano mayor que me quedaban ajustados pero soportable, me miré en el espejo y me pareció interesante y muy profesional, con esa aprobación y el visto bueno de mi madre que no pudo remediar una tenue sonrisa, me lancé a mi primera experiencia laboral. Rechacé la oferta de mi padre de llevarme en su coche, todos le huíamos por lo mal que conducía, y salí de villa Candela con pasos poderosos y seguros, en menos de diez minutos me encontraba en la puerta de la clínica, tiré de un mango seguido de un cadena y sonó un tintineo al fondo de la casa, en breve me encontré acompañado de otro muchacho no mayor que yo que no paraba de observarme y que según me dijo se llamaba Paquíto y era hijo del jardinero, portero y celador. Me acompañó hasta el despacho del Director y me abandonó en la puerta, me dijo que no tardaría pero pasé allí toda la mañana aburrido como una mona. Al fin apareció jurando en arameo “por la puta fractura de rotula” y me saludó con un escueto “Hola”. Me citó para el día siguiente y se encerró en su despacho. En casa todos esperaban para que les contara como había ido el primer día de trabajo, pero me negué salvo con mis padres que no tuve más remedio de contarle todo. Mi padre me pidió paciencia y tolerancia con las rarezas de mi tío y magnifico cirujano . El día siguiente fue calcado al precedente, mi extraño tío no compareció, pero no me quedé allí, busqué al joven hijo del celador y le pedí me enseñara los contornos de la clínica, me miro en hito y asintió con la cabeza. De forma divertida me enseño todo los recovecos del edificio, cuando me señaló un sótano que según él era rehabilitación, me acerqué con precaución y por un ventanuco me asomé, una pareja, hombre y mujer estaban en buena coyunda con enormes jadeos y gritos sordos. Paquíto se fue corriendo porque al parecer era su padre, yo por contra ignoraba que era eso y que hacían, que al parecer se pegaban y gritaban de dolor. Me quité la bata y me fui a mi casa, no tuve más remedio que contarle a mis padres lo acontecido, ellos me libraron de continuar con mi asistencia a la Clínica y buscaron una excusa para con mi tío. Por aquellos días tuve una larga conversación con mi padre, que me puso al día de algunos aspectos que yo ignoraba, sobre las relaciones entre los seres humanos, y la deformada explicación que nos suelen dar en los colegios y en las familias.


INDALESIO  

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