martes, 19 de noviembre de 2019

UN MAL TROPIEZO








Cada jueves de la semana habíamos decidido salir a caminar, por varios motivos y el principal era mi precaria salud que me obligaba a realizar ejercicios físico para poder controlar mis impotencias. El grupo que se formo era muy agradable, no más de cinco y todos del mismo gremio, sanitarios. El lugar elegido, el camino de los Almendrales, lugar habitual pero no único. El grupo se formó por iniciativa de los más mayores, en especial del generoso profesor y lector de las mentes, que cuido siempre de que la armonía y equilibrio de nuestras podridas mentes estuvieran controlada por la rectitud de sus sabios consejos. El otro pilar del grupo igualmente era quien suministraba el espíritu filosófico, y aunque se empeñaba que ese espíritu era de filosofía barata, a mi siempre me pareció divertido y riguroso en sus planteamientos.
Este relato lo construí hace más de dos años, cuando aun mis torpezas estaban controladas por medicación y por los muchos ejercicios que realizaba casi a diario. Como ya podéis imaginar estas notas no van dirigidas a nadie ni representa situaciones peculiares, solo deseaban contar una historieta para hacer trabajar esa parte de mi cerebro que estimulan los instintos cognitivos. Pero como suele pasar, una vez que mejoré de mi enfermedad, me lancé a pecho descubierto a los ejercicios para el desarrollo físico, gimnasio tres días y de nuevo paseo por el monte. El jueves quince de octubre salimos desde los inicios del sendero que solíamos recorrer, íbamos con buen humor y gestos de complicidad, la temperatura era aún muy agradable sin sobrepasar los veinte y seis grados. Solo escuchábamos el ocasional grito de la tórtolas y un silencio muy acogedor, pero ese no era mi día, ni diría que tampoco era el de mis compañeros. No llevaríamos más de media hora cuando bajando un pequeño balate perdí contacto con el pie derecho y se torció el tobillo, escuché el sonido de desgarro del pie dentro de la bota y me senté para lamentarme. Pocos minutos después el tobillo se inflamó y me quedé incapacitado. Intenté caminar con la ayuda de los bastones, pero dolía mucho. Me explore quitándome la bota y supe que no estaba roto el hueso, pero si los ligamentos externos del tobillo. Me volví a colocar la bota, ante el riesgo de que tuviera dificultad para que entrara de nuevo en el calzado. Me ayudaron a levantarme para buscar la forma de evacuarme de aquel lugar, el maestro filosofo se colocó a mi izquierda y el terapeuta mental a mi derecha, al estabilizarme para incorporarme fallaron las manos del filosofo y caí a plomo sobre un voluminosa piedra y sentí un fuerte dolor. El terapeuta le reprochó al filosofo su debilidad y el ocasional daño que me podía haber hecho, aunque me recuperé con cierta prontitud un poco alarmado por el rostro de reproche que apareció en la cara del filosofo. Se dijeron algunas lindezas con demasiada agresividad aunque en el descenso intenté transmitir sosiego sacando temas inocentes y banales. Aquella historia acabó bien para la recuperación de mi tobillo que en tres semanas podría volver a mis actividades físicas, pero mal para mis amigos que aun se guardan rencor de forma incompresible y continuada.

INDALESIO

1 comentario:

  1. Bonito relato, Indalesio, pero el término rencor puede que sea una conclusión desde fuera. Desde dentro , el "terapeuta" no siente ningún rencor. Es otra la historia...

    ResponderEliminar