lunes, 27 de noviembre de 2017

SECUELAS

                                                    


Fue el mismo año en que se escuchó ese celebre parte de guerra, “ En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado.” En casa lo escuchamos por la radio y se celebró con alegría contenida pero con pan y agua porque nada había para llevarse a la boca. Era verano y de esos tórridos por los vientos de poniente, la familia estaba sentada en la mesa donde solíamos charlar y a veces comer algún alimento. Mi padre tenía que comunicarnos algo de interés. De forma respetuosa nos sentamos los seis hermanos y los padres.
  • Queridos hijos, vuestra madre y yo tenemos la obligación de daros de comer todos los días, pero como habéis podido comprobar nada tenemos y menos hay en el mercado. Así que alarmados por vuestro estado de salud hemos decidido enviar al más pequeño de vosotros a pasar tres meses con vuestra tía Olaya al Priorato de la Barosa en Portas donde tenemos el compromiso que sera bien recibido y suficientemente alimentado para conseguir fuerzas que le permita superar esta terrorífica hambruna en la que nos han metido los rebeldes.
Una semana después mi padre me llevó a la estación en su bicicleta, llevaba una gorra con visera de mi hermano mayor, y un hato con una muda y dos calcetines de distintas parejas recolectado del resto de mis hermanos. Mi madre me había colocado un pequeño letrero de hule de la mesa con mi nombre y lugar de destino y sujeto con un imperdible en la solapa de la chaquetilla. En la estación y en consideración a mi corta edad, diez años, el revisor se comprometió con mi padre darme agua de una damajuana cada tres horas. Mi tía me recogería en la estación de destino Pontevedra treinta y seis horas después.
Antes de que el tren se fuera me agarré a las piernas de mi padre y le pedí no me dejara. Mucho tuvo que hablar mi padre para convencerme de que era bueno para mi y que sería divertido. Al final la receta de la autoridad dio sus esperados frutos y subí al tren entre hipidos de desesperanzas. Desde la ventanilla del vagón y con el hato sobre mis piernas, contemplé como aquella maquina de humo se alejaba de lo único que conocía en este mundo, mi familia.
Después de girar la cabeza para comprobar que me alejaba de la imagen de mi padre, y sin comprender porque tenía que separarme de mis querida familia, habiendo sido obediente y comido todos los días las acelgas que mi madre cultivaba en el jardín y que tanto asco me daba, ahora me quedaba solo y metido en una maquina infernal en dirección opuesta donde mantenía la mayor de las felicidades. Bien es verdad que según nos informó nuestros padres, todos los hermanos tomaríamos el mismo camino en direcciones opuestas, pero pasaríamos el verano con familiares que dispusieran de recursos para alimentarnos, así que mis padres quedarían solos y comiendo solo las tristes e insípidas acelgas.
Continuaba mirando por la ventanilla por vergüenza ya que gruesas lagrimas surcaban mis mejillas, y un sentimiento de congoja atenazaba mi pecho. Esperé hasta que serené mis sentimientos, y el ruido del vagón empezó a tener cuerpo, entonces pasé la manga de la chaqueta por mi cara y limpié los restos de tristeza.
INDALESIO



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