Quizás no estuviera justificado pero sentí un gran enfado con mi amigo Manolo, y le retiré mi amistad e incluso el saludo. Éramos inseparable desde hacia muchos años, habíamos vivido momentos políticos difíciles y situaciones personales delicadas, y siempre habíamos acudido a buscar consuelo, del amigo entrañable. Es esa situación que algunos llaman química y que todos los demás denominamos empatía, pero lo que realmente era cierto es que nunca habíamos fallado el uno al otro, y quizás porque ambos teníamos una formación similar y unos intereses sociales y filosóficos parecidos.
Habitualmente nos citábamos los fines de semana y paseábamos mientras contábamos inquietudes, proyectos y empresas utópicas, que nos servían para referenciar la potente imaginación que poseíamos y la enorme frustración que arrastrábamos por no poder realizar ninguna.
No fue óbice para que en cierto momento yo escribiera unas páginas, sobre un hecho que habíamos vivido ambos. Con algo de ilusión aquel sábado se lo di para que lo leyera y me diera su opinión con vista a enviarlo al diario El País, periódico conocido por sus ideas del beneficio propio. Manolo lo enrollo en su mano derecha y no dijo nada, continuó contándome un asunto que le preocupaba. Pero yo estaba deseoso de que me pidiera sentarnos para leerlo y con sus bendiciones enviarlo por correo electrónico ese mismo fin de semana, único momento libre para veleidades de ese tipo.
Pero pasaban los minutos y nada, yo miraba con disimulo su sudorosa mano y las hojas arrugadas y húmedas. Al fin nos acercábamos a la cafetería El Rodeo y divisamos al conocido periodista Rafael Buendía y a un compañero de ambos afamado pianista y hombre amante de la divergencia oral e incluso escrita. Era inevitable el sentarse y cambiar impresiones, por supuesto de política, y denostar sin faltar al gobierno de la nación.
Nada más sentarnos, Manolo desplegó las cuartillas y pidiendo autorización y ante mi horrorizada cara, comenzó a leer con una entonación que rallaba en la sorna. Yo intenté en vano que callara y dejara de hacer pública unas notas personales, de las que solo me interesaba su opinión, pero él lo excuso para que todos pudieran conocer mi ambiciosa pluma. Al terminar y sabiendo que aquellos bifrontes eran unos reaccionarios, me levanté ofendido y le retiré las hojas de sus manos. Antes de irme pude escuchar algún comentario que como ya supuse eran de neto color ambiguo conservador, pragmático y reaccionario. Perdí un amigo y una persona que pudiera compartir conmigo las inquietudes y deseos de los amantes de la razón pura y crítica.
INDALESIO
11de junio de 2007
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