La señora Kunstner sabía que era una mujer guapa y deseada por los hombres que la conocían. Pero los hombres que la conocían eran los amigos de su esposo, el importante financiero señor Kunstner.
Este señor tenía muy abandonada a su esposa, en especial porque se había cansado de ella y ahora sentía poca excitación cuando compartían lecho. Además mantenía una relación consentida con su secretaria que le daba grandes satisfacciones y muy pocos problemas. Una vez en semana, el señor Kunstner acudía al domicilio de su secretaria y amante, y saciaba sus apetitos carnales y lujuriosos, porque ambos sentían gran atracción por el sexo y algunas de sus perversiones y sin reproches se despedían en paz y armonía hasta la siguiente semana.
Ana, que así se llamaba la señora Kunstner, decidió que haría la vista gorda con las veleidades de su rico esposo, y olvidaría las obligaciones que tenía como marido y cabeza de familia. Pero ella se iba a tomar buena cuenta de satisfacer sus sentimientos con quién quisiera y cuando quisiera.
No fue fácil porque muchos de los hombres que le gustaban, sabiendo que era mujer casada huían de su entorno y de frecuentar su compañía. Solo consiguió mantener una casta relación con un compañero de academia de pintura, que siendo soltero y de otra ciudad le invitaba a café una vez terminada las clases de pintura.
Cierto día volviendo de la academia, se encontró con un socio de su marido que siempre le había parecido formal y discreto. Charlaron durante un buen rato y aceptó una invitación para almorzar ese mismo día. Cuando terminaron y pasaron al salón del restaurante para tomar un licor, Ana se desabrochó el último botón del vestido y al cruzar las piernas se podía apreciar unas preciosas piernas torneadas, jóvenes y sugerentes. El socio se sentía abrumado y los ojos pasaban de la cara de Ana a las piernas que asomaban por el abierto traje. Entonces comenzó a hacerles requiebros y palabras seductoras, que Ana aceptaba con una cándida sonrisa. Pero el joven no terminaba de dar el paso y solo se ofreció a acompañarla a su casa. Ana le dio facilidades pero cada vez notaba al joven más aturrullado y confuso y decidió acabar la escena con un agradeciendo amable y con un hasta otro día.
Cuando llegó a su casa, fue al baño y se encontró con su ropa interior mojada, fue entonces cuando se acordó de su amiga de juventud y de los juegos amatorios que realizaron durante años. Se cambió y llamó por teléfono a su amiga. Aquella misma tarde quedaron para recordar viejos tiempos y lo mucho que se divertían.
10 de junio de 2007
AMOR ARCAICO
ResponderEliminarLe gustaba hacer el amor en primavera porque es cuando la vida renace, en otoño porque preludia la muerte, en verano porque el calor exalta los sentidos y en invierno porque el frío invita al abrazo. Los días nublados le ponían sentimental, los soleados brillante, la luna llena le excitaba y en cada cuarto necesitaba caricias. Pero dormía en el filo de la cama, trabajaba en la esquina del despacho, hablaba después de todos, no se atrevía a improvisar, hacía lo que le decían. Cuando lo encontró palpó el mundo con su mano, su corazón se abrió como una granada desbordando granos rojos que mordían de placer, descubrió su voz, apareció su alma como un ramalazo de luz. Fue como el arpa del poema a la que empezaron a arrancarle las notas.