viernes, 3 de octubre de 2014

MAL ASUNTO

                                       

Hacia menos de dos meses que me había jubilado, y una ferviente hiperactividad inundaba mis primigenios días. Una de las muchas actividades era mejorar mi condición física, que estaba muy alterada por tantos años de laborar con mínima repercusión sobre mi ajado cuerpo.
Caminaba dos horas, y lo consideré suficiente. Pero no estaba cerrado a otras actividades, así que cuando me llamó Decudermo para pasear por los andurriales del Acueducto de San Telmo, con la compañía del frenopático Byung-Chul-Han me pareció una magnifica idea.
Ignoro los porqués, pero Decudermo mantenía una pasión desaforada por recorrer los siete kilómetros del acueducto, y cada dos meses como mucho lo paseaba sujeto a sus dos bastones. Todos sabíamos que años atrás, en uno de sus intensos recorridos había ocurrido un accidente, que le había costado  un severo disgusto, porque en un puentecillo del acueducto habían encontrado el cadáver de una mujer joven en avanzado estado de descomposición. El cadáver lo reconoció Decudermo como perteneciente a una amiga personal con la que mantenía una intensa relación amorosa y que había desaparecido hacia dos meses. El estaba bajo sospecha y se encontraba sujeto al procesamiento judicial, debiendo presentarse en el juzgado semanalmente.  Quizás por ese motivo se hacia acompañar por Byung- Han, personaje que le daba una estabilidad física y emocional a muchos de sus arriesgados recorridos accidentados.
Yo, por supuesto ignoraba esa parte de la vida de Decudermo, solo había escuchado algún cotilleo pero carente de toda verosimilitud.
Me citó en el amanecer de un lunes, en los arrabales de la entrada norte de la ciudad, donde comienzan las primeras construcciones del acueducto, sobre un cauce rigurosamente seco de un río que hacia años no trabajaba su cauce. Me sentí algo desprotegido, cuando avizore la gran cantidad de herramientas que sacaban de las mochilas, bastones, cabos, botas, linternas, cascos y una interminable cantidad de medidas de seguridad.  Yo solo una mochilita con una botella de agua y un chubasquero. Al fin no me habían dicho que llevara más preparos, y además no creí fuera necesario todas estas parafernalias para un simple paseo sobre un cauce seco. Les pregunté y solo me dijeron  que era una rutina fruto de costumbres de años y por la precaución que se aconseja.
La primera media hora la recorrimos sobre el cauce  del río, con algunos restos de las conducciones destruidas por el tiempo y por la fuerza de un río que quizás años atrás llevara agua. Decudermo nos fue contando algunos aspectos de la historia de la construcción de la faraónica obra de ingeniería hidráulica, y mantenía un correcto equilibrio enseñándome por donde ir, por donde pisar y los cuidados a tener. Byung caminaba absorto en sus ensoñaciones y más pendiente de su marcha que de nosotros dos.
Noté a Decudermo más nervioso de lo habitual, pero tampoco lo había acompañado por el campo en otras ocasiones, así que le di algo de conversación con carácter superficial y lo que permitiera el resuello. Hicimos una parada y bebimos agua, hacía calor y ya el sol picaba incluso a través de la ropa. Decudermo se giró y apoyándose en sus bastones me dijo:
-         Ahora viene la parte más delicada, veras se tiene que pasar por un puente estrecho durante cien metros y sin protección lateral, ¿tú que tal vas?
-         Pues me imagino que lo podré soportar, aunque realmente padezco de un severo vértigo, pero en alturas muy grandes.
Subimos hacia el acueducto y continuamos la marcha. Sendero ocupado la mitad por la conducción  de agua y por el paso para personas. Sentí unas mariposas en la barriga cuando la ruta se abrió de foresta y me quedé en un puentecillo de unos quince centímetros con un pie delante y otro detrás.
Fue entonces cuando me atacó.
Una crisis de pánico invadió mis sentidos y mi mente se nubló, atenazado sentí algo tan desagradable que deseé arrojarme desde la altura del puente. Entonces escuché la voz de Byung  que me gritaba:
-         Dobla las rodillas y cierra los ojos. Respira fuerte y arrástrate hacia atrás.
Sentí que la vida se me acababa y que no podría soportar la sensación de perdida de contacto con la tierra, grité y creo que incluso me meé encima. Lentamente me deslicé lateralmente hacia el precipicio, deseando que todo aquello acabara de una vez y no sentir el sufrimiento de vacío. Mi cuerpo se quedó suspendido y mis manos me sujetaban del lateral del acueducto. Entonces escuché a Decudermo junto a mi oreja que me pedía tranquilidad, mientras Byung pasaba una cuerda por mi pecho y lo sujetaba a un bastón atravesado en la acequia. Desplazándome lateralmente me fui acercando hacia el inicio del puente donde el contacto con la tierra me hizo comenzar a sentir algo de seguridad con mi vida.
Con la uñas descarnadas y babeando me tendí en el inicio del puente, y cuando levanté la cabeza escuché como Decudermo emitía unos hipidos y tapaba su cara con ambas manos. Le pregunté que le pasaba, porque me correspondía a mí, el llanto, pero su desconsuelo era grande y profundo.
Al rato nos contó que en ese lugar había encontrado el cadáver de Clara y que posiblemente le había pasado algo parecido, porque ella también sufría de vértigos en las alturas, y que toda aquella situación que ahora habíamos vivido le había hecho revivir todo lo anterior, y que jamás volvería por aquellos andurriales, al menos hasta que no arreglaran la seguridad de aquellos puentes del acueducto de san Telmo.


CIRALECIO  Septiembre 2014

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