El
campo es el equivalente al saco vitelino donde se desarrolla la existencia, la
vida es todo lo demás, como el camino que se conoce al pasar. En el campo se
habita esa libertad constreñida por límites invisibles, igual que el feto
rodeado por la inmensidad protectora de la matriz.
Me
contaron que mi madre tuvo un accidente estando embarazada de ocho meses, rodó
varias veces sin control hasta quedar volcada sobre un precipicio. De allí nos
rescataron cuando su cuerpo resbalaba hacia el abismo.
Ella habría muerto si no la auxilian, a mi me habrían salvado del silencio por
cesárea a vida desde la muerte.
Una
vez que me llevaron al circo me tuvieron que sacar desvanecido cuando los
acróbatas subieron al trapecio. Este niño está muy débil, dictaminó el médico,
necesita tomar aceite de ricino y vitaminas. Cuando me detuvo la policía por
distribuir propaganda subversiva también me administraron aceite de ricino y no
porque estuviera débil, sino por escarmiento; pero la bocanada del vómito
procuré dirigirla a la cara del comisario con lo que me gané una paliza.
Ahora,
cuando veo a alguien en peligro, temo que me den aceite de ricino y que me
apaleen, por eso me pongo tenso y evito el vacío por pequeño que sea. El vacío
es el huevo de gelatina del que me sacaron a tirones, es el vómito del ricino y
es la paliza con la que el comisario me majó a palos mientras dos esbirros
vestidos de gris me sujetaban por las axilas. Es el miedo que siento por los
que veo al borde del precipicio del paro, de los desahucios, de las preferentes
y también de los que se asoman a los balcones a jalear independencia. Es miedo
por nacer (que debió ser parecido a la bocanada avarienta tras una prolongada
inmersión), miedo porque me envenenen y miedo por que me majen a palos. El
vértigo es la escusa.
CIRALESIO
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