Salvadora Carvajal fue la primera que extrañó la pareja que llegaba al hotel Metropolitano. Como todas las mañanas limpiaba la galería para que se instalaran las señoritas a tocar el piano. Después ocurrió la visita del recién llegado que cruzó la calle para saludar a las niñas, la amistad con los dueños y las desgracias. Asistió a los moribundos sumida en el silencio que le imponía la entrega espiritual que había decidido en el instante en que lo vio bajar del auto con impecable terno oscuro, camisa blanca y pechera almidonada sobre la que se recortabacorbata negra prendida con alfiler de oro. Pero el hechodecisivo quizás fué la mirada a través de los anteojos en la que reconoció la superioridad intelectual del hombre de letras junto a la fragilidad de un ser desamparado.
Le ayudó a preparar las medicinas sin hacer preguntas, sabiendo que no todo lo que contenían algunas cápsulas era quinina para la malaria. Cuando lo detuvieron y lo llevaron a la cárcel cedió a los requerimientos antiguos del capitán Ortiz y se dejó querer para estar cerca del preso, al que le llevaba todos los días la comida que le preparaban las damas de la ciudad, le aseaba la celda, le planchaba el traje, le apuntalaba los botones, le lustraba los botines y le informaba de lo que le sacaba a su amante.
Supo que iba a escapar y también supo que le aplicarían la ley de fugas, pero cuando fue a decirle que no huyera, ya había sucedido todo. Corrió por la calle Real y antes de llegar a Subtiaba sintió como si le entraran por el cuerpo los dos tiros con los que el capitán Ortiz acabó con la vida de Castañeda. Cuando Salvadora Carvajal se acercó, dos esbirros le enseñaron el cadáver limpio, porque en el último momento, el asesino se intimidó con la petición de la víctima que le gritó: ¡a la cara no! Corría el año 1933 y solo hace uno que faltan por Navidad floresen la tumba sin nombre del cementerio de Guadalupe.
CIRANO
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