Mis padres me pusieron el
nombre de Nicolás por ser el nombre de mi abuelo, aunque en verdad
era el segundo nombre, pero por mor del destino prometedor le
añadieron después de muchas discusiones, el apelativo de Nicolás
el que dispone de futuro. Yo en realidad creo que mi madre se
adelantó con lo de Nicolás, para que los crueles niños del
colegio me denominaran narizotas por la probóscide nasal tan
desarrollada que tenía. ¿Y sabéis que? Jamás ningún niño o
adulto me llamó narizotas, así que solo yo padecía de la enorme
nariz y de sus incomodidades. La edad y el desarrollo corporal mitigó
la desproporción de la nariz y el resto de los componentes faciales,
y me tranquilizó porqué mirando me al espejo no encontraba fealdad
alguna, bueno en realidad yo como único observador.
Con la edad de quince
años me encontraba aún en casa de mis padres y disponía de una
habitación y un baño para mi uso y solaz en exclusividad, ya que
necesitaba tranquilidad porqué comenzaban asomar algunos pelos
blandos y retorcidos por algunas zonas de mi cara, y con gran ilusión
decidí que había que cortarlo con un afeitado de cuchilla
diariamente. Así que buscaba la tranquilidad de mi baño para
realizar la minuciosa extirpación del lanugo heredado de mi
nacimiento. Esperaba que mi padre cerrara el garaje para con
discreción entrar en su baño y coger prestada su maquinilla de
afeitar, jabón y brocha y una toalla caliente. En el armario que
había a la derecha del lavabo, que también servía de apoyo con un
espejo auxiliar, encontré un bote de polvos que ignoraba su
utilidad, ya que las inscripciones estaban todas en ingles y no
entendía nada. Recordé que mi padre se ponía unos polvos después
del afeitado y decidí que también yo me los pondría. Regresé a mi
cuarto de baño, y comencé la operación de afeitado, sentí además
que ya era un adulto que demostraba mi hombría afeitando me. Me
coloqué delante del espejo y me miré, giré a derecha e izquierda
mi cabeza y observé con detenimiento los pelos que asomaban por
entré las depresiones faciales secuelas de mis múltiples granos.
Mojé la cara y preparé la brocha y la barra de jabón, lo organice
con mucha parsimonia como me gusta hacer las cosas, y froté el
gastado pincel de afeitar sobre la superficie de mis mofletes. Seguí
durante un buen rato esparciendo lo que sospeché era jabón de
afeitar, pero aquello se iba endureciendo y cuando más frotaba más
espuma generaba. Cuando llegué debajo de la nariz sentí mucho
picor porque penetró aquella pasta en el hueco de la ventanas
nasales, y ante que pudiera darme cuenta la pasta se endureció lo
que me impedía respirar con normalidad. Como instintiva mente la
boca la tenía cerrada para que no me entrara jabón, sentía que me
ahogaba. Intenté retirar el jabón de la nariz y boca pero se habían
endurecido y sellaba ambos orificios, comencé a sentir mareos y aún
me aturdía más, el caso fue que perdí en conocimiento y caí
golpeándome la incomoda nariz contra el bidé. Toda esta historia
pudo acabar con mi vida pero el atributo nasal me salvó ya que al
caer inevitablemente se encontró con la loza del bidé y a la vez
que se golpeaba fragmentó la pasta de yeso que bloqueaba los
orificios nasales y me permitía volver a introducir el deseado aire.
Entre mis hermanos me llevaron a la cama, y a los pocos minutos
respirando ya con normalidad, me hicieron un montón de preguntas y
una afirmación, como quería afeitarme con pasta de yeso y que había
hecho con mi nariz que ahora está derecha. Me dejé un generoso
bigote.
INDALESIO
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