sábado, 10 de noviembre de 2018

CENSURA






Las puertas plegables del garaje comenzaron el ritual de abrirse, con algún brusco tirón por el roce con el suelo. Apareció la figura de un niño de no más de diez años, que ejecutaba con conocimiento el pliegue de las hojas de la enorme y desvencijada puerta de madera que cerraba el lugar donde se guardaba el viejo y destartalado Ford modelo Cuba. Cuando las puertas estaban completamente abiertas y sujetas con unas piedras para evitar que se cerraran, se oyó el ronquido repetido de un motor de explosión cuando quiere ser puesto en marcha. Una tenue nube de humo blanco sale con fuerza por el escape del vehículo, que lentamente sale del garaje marcha atrás. Después las puertas comienzan a ser plegadas y zarandeadas para poder cerrarlas, hasta que la figura del niño desaparece cuando la batiente central termina por ser empujada y ajustada con firmeza, oyéndose el sonido de un cerrojo que se desliza para asegurar su cierre.
El coche continúa delante del garaje humeando, hasta que dos figuras humanas aparecen por la cancela de la derecha. Son una mujer adulta, alta y cubierta con un abrigo que le llega hasta media pierna, y el niño que realizó la operación de las puertas del garaje. Va vestido con pantalones cortos y calcetines hasta debajo de las rodillas y unos zapatos con suela de goma que le hace andar con pequeños saltos. Cuando todos están dentro, el coche hace un giro marcha atrás en la explanada y comienza el recorrido hacia su destino.
El conductor guía con prudencia el vehículo, quizás por su poca habilidad ya que entrecruza las manos torpemente sobre el volante al girar en las pronunciadas curvas de descenso, y también se oye rascar la caja de cambio porque le cuesta apretar a fondo el embrague, como muestra las muecas que realiza con la boca.
Al fin llegan a su destino, con un viaje corto de no más de veinte minutos realizado con parsimonia y que muestra el talante tranquilo, prudente e inexperto del conductor. Cuando bajan del coche, forman una familia que se dirigen a los servicios religiosos del Domingo, ya que el padre lleva en su mano un libro con los preceptos religiosos de la ceremonia. La madre despliega un velo negro sobre su rubia cabellera, y lo sujeta con dos pasadores. Ambos sujetan al niño con sus manos y se dirigen con paso decidido hacia la catedral, saludando con sonrisas y movimientos de cabeza a sus conocidos. Al llegar a la escalinata majestuosa de la catedral se detienen y forman el pasillo para cuando pase el Cardenal. El niño se entretiene mirando las personas que se agrupan alrededor y comparando con sus padres, a veces se siente orgulloso y otras hace disimulo, pero poco de lo que ocurre a su alrededor le pasa desapercibido. Cuando llega el Cardenal se escucha un murmullo, es hombre muy admirado y respetado en la ciudad, camina con paso corto aprovechando el fervor católico, y bendice a diestro y siniestro antes de acercarse y hablar con sus feligreses. Cuando llega a la altura de nuestra familia se detiene, cambia su expresión y se dirige con diligencia hacia ellos, el padre se agacha para besar el anillo pero la mano se retira, la madre hace una inclinación en señal de sumisión y el niño queda indeciso entre ambos.
Se oye la voz del Cardenal y se ve el movimiento de la mano, que con deliberado interés advierte: “ No quiero volver a recibir misivas suyas solicitando autorización para leer libros catalogados por la censura eclesiástica, no entiendo como un cristiano puede leer libros de catadura moral tan dudosa como los de Flaubert”. Después de hablar se da la vuelta e ignorando al resto entra con paso decidido y enérgico por el pórtico de la Catedral.
Nuestra familia se queda quieta, mientras las personas que la rodean los miran con caras de desprecio y condena. Al final se dan la vuelta y se dirigen a recoger el viejo Ford modelo Cuba, mientras la madre recrimina al cabeza de familia la fea costumbre que tiene de leer libros extraños, y la vergüenza que le hace pasar ante toda la comunidad católica por sus vicios. El niño mira hacia arriba buscando un gesto de la cara de su padre, y aunque no lo encuentra, le coge la mano y adopta el mismo gesto adusto del padre.
INDALESIO    10/11/2018

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