jueves, 15 de agosto de 2013

TRAGAR SALIVA












Busqué algo de saliva para humedecer mi boca, pero estaba absolutamente seca y con mis mucosas bucales pegadas a las piezas dentarias. Con la lengua recorrí cada esquina de mi boca, pero por más que  la agitaba nada se modificaba, absolutamente ausente de cualquier humedad y fluido. ¿Cómo llegué a este estado? Espero que lo comprendas amigo lector.
Soy una persona corriente, hago muchas cosas pero ninguna bien, y padezco una distocia social fruto de mi timidez y de mi falta de práctica de relacionarme con el prójimo. Lo descubrí hace años, cuando siendo un joven con posibilidades, fui renunciando a ellas por mi falta de estímulos en superar los obstáculos que se me presentaban.
Esos renuncios me hacían ser un personaje  terriblemente desgraciado y sufría cuando me encontraba con una situación que podía ser comprometida para conmigo. Y en especial cuando discutía e intentaba mantener una posición comprometida y poco usual. En un sucinto  resumen, soy un desastre como persona pública y privada.
¿Por qué se me secó la boca? Aunque tenga pudor debo decir que me siento un cobarde y cuando alguna situación me sobrepasa tengo sensaciones  de  aturdimiento y no consigo elaborar razones de ningún tipo, incluso me atenaza tal pánico que no consigo elaborar la más mínima defensa incluso física.
Me encontraba guardando lugar en una cola, para conseguir un empleo en  una oficina de registro público, cuando apareció un personaje corpulento y acompañado por una joven de ajustadas ropas que con un discreto empujón apartó una mujer de la fila y permaneció en su lugar. La mujer no le dio tiempo a protestar, cuando  el grandullón ya le estaba replicando que se callara porque él estaba antes que ella. Yo, estaba detrás y mi primer impulso fue girarme discretamente para ausentarme de un asunto que no me afectaba, pero si me afectaba porque el se ponía delante y yo estaba ya cansado de la espera, además el tipo pretendía el mismo trabajo que yo, según manifestó. Le repliqué mientras ayudaba a la mujer a recoger los papeles que todos llevábamos para ser aceptados en el desempleo. El grandullón se giró y cogiéndome del cuello me zarandeó violentamente, mientras yo sin razonar y sintiendo una gran alevosía le propiné una patada en el lugar que llamamos entrepiernas. Mi boca estaba fruto del forcejeo algo reseca pero algo húmeda, por la excitación que había sentido y el enorme enfado que me produjo el abuso del tipejo aquel.
Como no es usual que me vea implicado en una hazaña de violencia social me sentí algo confuso y no pude apercibir de inmediato, que el tipo estaba tirado en el suelo con los ojos cerrados y sin movimiento. Intenté ayudarlo mientras escuchaba que le mujer de ropas ajustadas gritaba, denunciando que lo había matado, mientras me señalaba con el dedo. Pasaron dos minutos, cuando aparecieron dos guardias nacionales, que me sujetaron las manos con unas esposas y me empujaron hacia una habitación con sillas y mesa. Hablamos o quizás mejor ellos hablaron de la violencia que esta a flor de piel en la sociedad, y de lo difícil que es el mantenimiento de un orden cívico. Fue ahí cuando comencé a sentir que mi boca se secaba y que yo estaba realmente asustado, porque además los guardias comenzaron a pasar de un estado de tranquilidad a una furia incriminatoria  contra mi persona y situación. Pedí realizando un esfuerzo, comparecieran testigos de los hechos. Acudieron la señora empujada, la mujer de ropas ajustadas y un joven que protestó por el adelantamiento del individuo de marras.
Todos sin excepción me incriminaron como el culpable de los hechos, de uso desmedido de la violencia, de comportamiento bestial con un ciudadano que buscaba trabajo para alimentar a su familia. Y yo suplicaba que dijeran la verdad, que estaba realmente preocupado porque mi visión de lo acontecido era, según mi óptica, muy distinto de lo que se me acusaba. Los guardias llamaron  al furgón celular para llevarme ante el juez.  Antes me amenazaron, y fue en ese momento cuando sentí más pánico, intentaba por todos los medios que entendieran que todo era al revés, que el culpable era el otro hombre y que yo solo había salido en defensa del respeto por el orden. Pero fue inútil. Cuando salí de la habitación pude comprobar como todos mi miraban con gestos despectivos, y sentí asco y arcadas. Cuando se me pasó las ansias, vi el hombre grande y poderoso siendo atendido por servicios sanitarios, y una aglomeración de paisanos alrededor lamentándose de aquella barbarie, que yo había acometido.
El guardia que estaba más cerca me empujo, mientras me aseguraba que jamás un policía puede sufrir violencia por parte de un civil, y que a mi se me caería el pelo con la jueza de guardia, defensora a ultranza de los cuerpos de seguridad del estado.
Fue cuando me di cuenta que realmente pudiera ser que yo deformara la realidad, y que  con una visión complicada de los hechos excusara mi actitud violenta para con todos los que me rodean, y de ahí la distocia social que padecía.
Ya no tenía nada en mi boca e incluso tenía dificultad para tragar, y cada gesto que realizaba para respirar me desgarraba la laringe. Temí por mi vida en aquellos momentos, adelante uno de mis brazos para avisar al guardia, y este creyendo que le estaba amenazando me golpeo con la culata de la pistola. Al llenarse la boca de sangre sentí un enorme alivio ya que al fin podía tragar y respirar sin dificultad, aunque sinceramente me dolían las encías por la caída de piezas dentales.

Marzo 2013         INDALESIO   


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