La primera vez que me
enfrenté a un folio en blanco con el deseo de comunicar una idea, me
encontraba en la universidad. Me aburría por una mala administración
del tiempo libre, y decidí escribir unos requiebros amorosos a la
joven que se encontraba en la ventana central del patio del colegio
de las universitarias . Había decidido escribirle porque soy un
tímido compulsivo y no tenía valor para invitarla a tomar un
refresco. Cogí papel y lápiz y me lancé, ¿que le digo? Levanté
la cabeza y volví a mirar en la dirección de la ventana donde se
encontraba ella, se levantó y desapareció. La verdad que el gesto
me desanimo, pero decidí continuar y contar mis deseos castos para
con ella. Volví al papel y puse el encabezado, “mi querida amiga”
puaff.. es una cursilería, como voy a dirigirme a ella llamándole
“Querida”se reirá de mi. Continué arrancando hojas del cuaderno
y lanzando a la papelera, pero de escribir nada de nada. En verdad no
lo intenté muchas más veces en aquellos tiempos y me colgué la
etiqueta de “no tengo puñetera idea de escribir” lo mio es la
comunicación oral. Años más tarde y siendo ya un profesional,
necesité hacer algunos informes que realicé sin mayor dificultad, y
quizás me reconcilio con la organización conjunción y armonía
de las letras. Pero siendo ya avanzada mi edad, bueno sin exagerar,
debió ser pasados los treinta y cinco años, decidí por motivos de
vanidad escribir algún relato que me permitiera competir con la
pluma de mi compañera, licenciada en filología hispánica. Decidí
escribir con ordenador y puse música de fondo, eligiendo los poemas
sinfónicos de Lisz. Por aquellos entonces fumaba y disfrutaba con
los cigarrillos, así que tenía un ambiente perfecto, solo me hacia
falta escribir. Cuando pulsé la primera tecla y apareció la
letra y después la frase, creí morir de gusto, había superado mi
asignatura pendiente, ya sabía escribir. Imprimí la hoja de un
relato que llamé Ítaca y lo volví a leer, me sentí a gusto y
satisfecho, esa sería el primero de una larga sucesión de cuentos
que el mundo aceptaría con honores. Lo pasé a mi compañera y me
humilló, faltas ortografías, incorrecciones sintácticas y una
vulgaridad de composición, así que me tragué mi vanidad y pasaron
varios años antes de que volviera hablar de escribir. Decidí
continuar escribiendo aunque fueran paparruchadas y así lo hice,
cada semana escribía un relato, hasta que conseguí una extensa
colección de novelas y relatos, que ya con mayor criterio almacené
sabiendo que valían poco pero que me divertían, hasta el punto que
ya no podía vivir sin escribir cada día un par de horas. Pero
cuando la jubilación se apodero de mi vida y después de algunos
problemas mal resueltos, me aparté dos meses de la escritura, esa
fue mi perdición. Sentía pánico cuando me sentaba a escribir, y
claro ya no tuve valor para superar la barrera del hecho narrativo.
Fueron años difíciles, tuve que conformarme con la lectura.
INDALESIO
Es curioso, admitimos que los cuentos que no se publican y, simplemente están, generan la inquietud suficiente como para obligarnos a encontrar la forma de que vean la luz del día. Y cuando pasan de ser imaginados a leidosmuchas veces es solo para que su autor experimente, decepción, no identificación con lo escrito, distancia etc. Siempre hemos sabido que el canal del parto es potencialmente infectante. Cual es el canal por el que atraviesan nuestros cuentos o nuestros deseos para que finalmente solo alcancen esos calificativos que más arriba expresaba?
ResponderEliminarEn efecto, todo lo que escribimos tiene el peligro de contaminación, pero de igual manera todo los escribidores tienen elementos de ficción porque es el mundo que conocen y hemos vivido. Lo ideal es que la mezcla de lo vivido y lo imaginado tenga un equilibrio que haga atractivo el relato, y mi querido amigo las proporciones depende de los grupos de genes que cada cual atesora. Muchas veces escribimos para uno mismo.
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