viernes, 30 de enero de 2015

PRIMER VIAJE. LA HUIDA




Era evidente que el único recurso que disponía era, salir de mi ciudad antes de que me metieran en chirona por motivos políticos. Presumo de tener buenos amigos y en realidad así fue y sigue siendo. Ante mi falta de valor, los amigos esos que siempre están cerca, me prepararon en cuestión de horas y me dieron el antídoto contra las crisis de pánico a lo desconocido, grandes dosis de aguardiente y coñac.
Con una maletilla de cartón, algunos duros en el bolsillo y una libreta con varias direcciones, me sentaron en el avión gracias a la coordinación de ellos y la tolerancia del personal del avión, con dirección al lugar elegido, París. Sinceramente no recuerdo nada de nada, estaba completamente borracho y semiinconsciente, por lo cual la parte que sigue fue contada con posterioridad por una azafata a uno de mis amigos, Fernando, único responsable de la veracidad de estos hechos.
Me habían sentado en la última fila de asientos para mejor control por parte del personal de vuelo, y mientras acomodaban al resto de los pasajeros estuve de lo más discreto y prudente, en especial porque estaba dormido o inconsciente por el alcohol. Pero en cuanto el avión cogió pista y se inclinó para ascender comencé a roncar como un despavorido y autentico poseso. Siempre he roncado quizás por un defecto de mi laringe que poseía una enorme glotis capricho de la genética y que algunos especialistas estaban dispuestos a cortarla total o parcialmente. El personal de vuelo chascaban la lengua o me tocaban en el hombro, pero poco conseguían porque me movía un poco y continuaba los severos estertores. Tanto era el ruido que producía mi garganta que acudió el capitán para interesarse por aquel hecho patológico y tan poco usual. Decidieron en conciliabulo despertar al culpable de aquellas algarabías tan molestas, pero no fue fácil que el capitán encontrara voluntarios, así que se hizo por antigüedad en la empresa. La azafata comenzó con discreción a tocar el hombro, para pasar después de unos minutos inútiles a zarandeo franco de mi espeso y grandullón cuerpo. El resultado conseguido no fue el deseado, porque despertó la fiera que llevo dentro y organicé un gran escándalo, consistente en gritos pidiendo ayuda, peleas con lo cinturones que quería arrancar para saltar del avión, y una profusa, espesa y apestosa vomitera que iluminó a todas las diez últimas filas con el dicho contenido alcohólico.
Debió ser un viaje de lo más divertido, porque la azafata amiga de Fernando aún se acuerda con horror de todo lo acontecido y de que el capitán decidió tomar tierra en la capital del reino, aunque ante la imposibilidad de limpiar el apestoso vómito debió sentir fatiga y se encerró en la cabina. Además consiguieron tranquilizarme con un pinchazo de Valium intramuscular, y así sujetarme con varias correas al asiento asignado para mi tortuoso viaje. Antes de llegar a París, se escuchó por la megafonía el aviso del capitán de que por motivos meteorológicos el vuelo terminaría en Bruselas, yo por supuesto no me enteré porque dormía o estaba inconsciente, pero cuando llegamos permanecí sentado y dormido mientras todos los pasajeros bajaban y me miraban con, según me dijeron, desprecio y asco. Después gradualmente me fueron quitando las correas y apareció una persona tranquila con un severo dolor de cabeza pero de lo más equilibrado y pacifico del mundo. Así que decidieron no denunciarme a los policías y permitirme bajar del avión, con el aspecto de un pordiosero apestoso y bastante confundido. Cuando me enteré de que estaba en Bruselas y no en París, estuve a punto de caer de culo lleno de desesperación y lastima de mi. Pero como la suerte no me había abandonado, me subí a un autobús con destino a París y fletado por la compañía aérea. Tres horas después me bajaba en mi deseada ciudad de París.
INDALESIO





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