Habría que echar mano a las
hemerotecas para rescatar las crónicas que hacían referencia a la
oscura y decisiva trayectoria del Gato durante la dictadura. Pero,
como todo el mundo sabe, este personaje dejó de actuar hace tiempo.
No lo hizo porque la policía lo tuviera acorralado, ya que el inepto
cuerpo de policía política, a la que se conocía como los grises,
nunca sospechó quién pudiera ser el allanador del honor de lo más
granado del ejército, sino porque empezó a dar leña a destajo
siguiendo el razonamiento de Herodes: si nos cargamos a todos,
envuelto en el paquete irá el Gato. Así que dejó el trabajo de
solidaridad por solidaridad hacia los inocentes. Porque solidaria fue
su labor de humillar a los engreídos generales que tanta
fanfarronería derrochaban linchando al pueblo inerme y que tanta
impotencia mostraban asistiendo al espectáculo de ver a su esposas
gozar (no sufrir el escarnio de) en cuerpo y alma las habilidades
sexuales del Gato.
Retirado pues de sus escaladas se hizo
clandestino dedicándose a escribir cuentos. Y como el hijo de la
gata ratones mata, al cabo de los años apareció en escena otro
funambulista que alegró las noches de algunas próceres mientras
amargaba la vida de sus esposos. Al discípulo le fue más fácil que
al maestro acceder a las mansiones de los magnates de ahora,
protegidas por compañías que se fiaban de alarmas tan fáciles de
desmontar como las tripas de las muñecas de antes.
Para empezar entró una noche en un
dormitorio de Majadahonda donde descansaba una pareja ejemplar:
política ella y empresario él; esbelta la hembra, pastoso el macho,
el cual, amordazado con facilidad derritió seis kilos del panículo
que le sobraba viendo los virajes que ejecutaba su Lola ante las
maniobras del nuevo Gato. Como no había niños cerca ni vecinos que
acudieran, el equilibrista no se tomó la molestia de taparle la boca
a la chulapa, ni durante el calentamiento, ni mucho menos cuando el
grito es un aliciente más de la fiesta.
Lo que más le
dolió al marido es que su mujer se presentara en una rueda de prensa
el día siguiente como si tal cosa y dijera que todo iba bien, que no
había motivos para meter a nadie en la cárcel y que se dejaran
correr, eso correr, los acontecimientos. Dicho todo en ese tono de
chufla que utilizaba en su trato con los periodistas, como si todavía
le hirviera la entrepierna por las acometidas del felino.
CIRANO
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