El que tiene algo que
contar escribe, quien está dispuesto a sostener lo que dice publica.
En ambos casos se obedece al instinto de supervivencia (lucha de la
vida contra la entropía) transmitiendo la idea. No es pretencioso
intentar hacerse entender, ni un alarde de vanidad mostrar lo
escrito, todo lo contrario, es un ejercicio de humildad con el que se
reclama que se acerquen, acepten y si puede ser disfruten de lo que
dices.
La
manera de escribir refleja la manera de ser y la manera de vivir, que
no siempre coinciden o mejor, que casi nunca coinciden. La libertad
empuja a ser como se piensa y a vivir como se es. Entre los rasgos de
la personalidad quizás sea la escritura, aunque no toda, el que más
libertad propone y el que mejor define el espíritu. Ya es
significativo que la inclinación a la escritura sea algo más que
afición a la literatura.
Escribir es atreverse a
dar un paso adelante como si se tratara de ofrecerse para una misión
arriesgada. Estás en formación y el capitán pide voluntarios. El
que se adelanta, por lo pronto, queda marcado. Sus compañeros que
siguen paralizados por el miedo se fijan en él, sienten envidia y al
final serán los primeros en desear, en necesitar, que fracase. Pero
incluso contando con bagaje suficiente para realizar la tarea te
pueden elegir o te pueden dejar en tierra de nadie. En esa penumbra
que cuando griten ¡rompan filas! quedarás señalado como quien
quiso y no pudo. Ni con los buenos que te mirarán con desprecio ni
con los malos que te aborrecerán por apuntarlos como cobardes.
Triunfes o fracases
tendrás que saber quien eres. Si lo que escribes es malo debes dar
la razón a quien te desdeña. Si consideras que lo haces bien y no
lo valoran deberás estimarte desgraciado, no exactamente perdedor
porque te conoces, sino alguien a quien la fortuna le niega sus
caricias. Puesto en ese tesitura no queda más que atreverse a
escribir como eres para acabar siendo como escribes.
CIRANO
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