miércoles, 22 de abril de 2020

EL PERCHAS





Joaquín caminaba con pasos distraídos mirando todos los rincones de la calle, llevaba unos enormes lentes que por su peso le resbalaban por su arrugada nariz sudorosa. Hacia varios años que acudía, al menos tres veces en semana con un saco en su espalda lleno de perchas, visitando casas y ofreciendo las útiles perchas que siempre echamos en falta.
Su cara denotaba que vivía para otro mundo, y es de esas personas que desconocemos lo que sufría porque es difícil relacionarse con ellas. Gritaba con voz ahuecada el nombre de su producto, mientras con su pie golpeaba un guijarro, e insistía con meticulosa prontitud de nuevo con el grito de Percchhass. Hacia tantos años que vivía entre nosotros que le habíamos perdido el respeto que en un principio le teníamos, por la rareza de su cara, de su lenguaje y de su manera de comportarse.
Cuando oíamos su reclamo, le acechábamos, y cuando divisábamos su desgarbada figura, le llamábamos por su apodo “Perchas”. Aquello por no sé que extraño motivo le enfadaba, y comenzaba una retahíla de voces llamándonos por nuestros nombres, con voz bronca y lastimera. Cuando callaba, de nuevo lo provocábamos y volvía a insistir repitiendo nuestros nombres, hasta que nos identificábamos por pura conmiseración o por reclamo de algún vecino cansado de escuchar los gritos. Con los años perdió la visión y llevaba una gancha con la que golpeaba el suelo mientras acudía a las casas, no ya para vender perchas sino para recibir alguna ayuda con la que subsistir. Cualquier voz o ruido que escuchaba la identificaba con una exactitud que inducía al miedo.
INDALESIO

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