domingo, 21 de marzo de 2021

TRANVÍA ESCOLAR




Rafaél era el peluquero del colegio que hacia de tranviario dos veces al día para recoger los niños externos que realizaban jornadas de mañana y tarde. Hacia el recorrido paralelo al mar en un magnifico tranvía de color amarillo que nos transmitía alegría y ganas de realizar bromas. Siempre llegaba con puntualidad a pesar de las muchas trabas que le poníamos, cortar el suministro eléctrico sacando el trole de su punto de apoyo, era el más usual . Cuando llegábamos al destino, Rafael se bajaba y enseñaba un disco con la palabra STOP, entonces gritaba “ahora” y corríamos como alma que lleva el diablo, entrando por la estrecha verja de metal que daba paso al colegio. Esta operación se repetía dos veces al día, más los dos recorrido de vuelta. Bien es verdad que no todos hacíamos el trayecto en el tranvía, algunos repeinados niños eran trasportados por coches con chauffeur y salían antes que los tranvías por motivos de seguridad, nos decían. Mis hermanos cuidaban de que yo llegara puntual al paso del tranvía y me jaleaban con premura para no llegar tarde, incluido el recorrido desde mi casa hasta la carretera de adoquines y vías de conducción del tranvía. En la noche subía solo por la escaleras de Bobastro, era una hora avanzada algo más de las seis y media y la oscuridad estaba ya presente, los cuarenta escalones las subía muerto de miedo y daba unos pequeños gritos como para avisar que subía el campeón. Hacia un alto en el segundo tramo de las severas escaleras, allí veía a través de la ventana la silueta del manto del canónigo Don Manuel Fernandez, gordo y orondo que habitualmente canturreaba música de Opera, una vez recuperado el resuello subía los trancos de escalones de dos en dos, hasta que llegaba al llano que daba entrada a la puerta de mi casa. Un viernes dos de Junio, mi hermano Ernesto corría detrás de mi pequeño cuerpo animando no para que no perdiera el tranvía sino para que él llegara a su debido tiempo a su colegio. Cuando llegamos a la carretera, se despidió de mi soltando mi mano para cruzar, y yo corrí para situarme bajo el redondo cartel que avisaba la parada del transporte escolar. Dos minutos más tarde Don Manuel el canónigo de la catedral se levantó de mi lado en el banco de la parada y dio dos pasos hacia delante, el asidero delantero del tranvía golpeo la parte posterior de su cabeza realizando un giro severo y colando su cuerpo bajo las ruedas metálicas de la maquina infernal, que le produjo una amputación de la pierna derecha por encima de la rodilla. Yo corrí a distancia para no ver aquel terrorífico espectáculo, y gritaba como un desesperado pidiendo ayuda. Cada noche que he comido más o he bebido cola, tengo pesadillas y se me aparece la imagen de Don Manuel Fernandez con su pierna arrancada de su poderoso cuerpo.


INDALESIO


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