Nací y me crié rodeado de libros, mi padre no paraba de traer bolsas llenas de libros de multitud de temas, tamaño y colores. Se almacenaban en las estanterías de la biblioteca y en las del cuarto de estar. Todos los miembros de la familia eramos lectores más o menos empedernidos, pero siempre bajo la dirección de mi padre que era el suministrador oficial de las lecturas adecuadas a la edad, sexo y condición de los miembros de la fratría. En los veranos mis padres descansaban después del almuerzo, y por añadidura los seis hijos, cada uno en su lugar de reposo habitual. Mi lugar era la biblioteca, ya que así lo había decidido mi padre y sus sugerencias eran ordenes que no se discutían. Mi madre me colocaba dos enormes cojines que me servían de apoyo y cobertura del frio mármol de la sala de lectura. El silencio se instauraba en la casa y yo que no solía dormir ocupaba mi tiempo en buscar los nombres de los lomos de los libros, los localizaba y memorizaba su lugar para los días siguientes encontrarlos sin dificultad. Mi edad no era superior a los nueve años y mi capacidad de lectura era muy disminuida, así que aunque leía poco a veces me llamaba la atención el lomo de algún libro o bien el nombre escrito en el lomo. En la última estantería en alto de la biblioteca del fondo, destacaba las letras blancas sobre negro de fondo, un libro de pastas rígidas que me llamaba la atención, tardé en realizar su lectura pero lo conseguí al fin sin que me tradujera nada, ya que el nombre me era ajeno. Arriba destacando, el nombre que me resultó ajeno, R. KIPLING , supuse que era un nombre propio pero completamente desconocido para mi, debajo tres letras algo más pequeñas también en blanco, KIM. Sentí miedo y no cogí la escalera para retirar el libro, solo me levanté para estar más cerca y confirmar lo leído como así fue. Cuando mi padre apagó la música clásica de la radio y cruzó la biblioteca se me quedó mirando, fue entonces cuando le pregunté si sería posible leer aquel bonito libro. Mi padre sonrió y acercándose a la estantería saco el libro tirando del lomo. Me lo pasó diciendo, “leí este relato hace años cuando tenía algo más de tu edad y me provoco un serio problema con mi padre” Embobado me quedé cuanto me contó la historia.
Eramos seis hermanos de edades muy cercanas, las disputas eran muy frecuentes por la querencia de ocupar la posición más cercanas para con mis padres. Unos rivalizábamos por la tolerancia, otros por el comportamiento, los mayores por las notas escolares y el conjunto por destacar para conseguir el afecto y el mayor número de muestras de inteligencia para con mis padres. Leí el libro de Kipling muy lentamente para conseguir el mayor provecho posible, y me divirtió en demasía, muchas aventuras y misterios para un niño de tan pocos años, pero en especial me dejó perplejo lo que denomino “El juego de las joyas” Lo releí varias veces hasta conseguir entenderlo y saberlo aplicar Supe desde el primer momento que me sería muy útil para la rivalidad con mis hermanos y para destacar por mis habilidades delante de mis padres. Elegí las veces que lo desarrollaría, el momento más oportuno donde lo aplicaría y algunos gazapos para distraer la atención. Cuando lo ejecuté, consistía en ejercicios de memorización divertidos y muy de observación y atención, mis hermanos se quedaron atónitos,y mis padres me aplaudieron. Cuando pasó el momento de euforia, mi padre me preguntó de donde había conseguido ese juego, yo para evitar quitarle valor le dije que era de mi invención. Padre se enfado mucho y me advirtió que no debemos tolerar las mentiras y engaños. Yo continuaba insistiendo que era de mi única imaginación, y entonces mi padre nos llamó a capítulo sacando un péndulo de cristal y realizando radiestesia para saber si decía verdad o era la mentira de un jovenzuelo. Como no podía ser menos, el péndulo cantó la verdad y yo quedé al descubierto, lloré muchos días, hasta que mi padre me levantó el castigo. Por ese motivo mi padre recordaba tan bien la “historia del juego de las joyas”, y me evitó pasar un mal rato. Conseguí su cariño de manera más natural y honesta.
INDALESIO
Muy bonito.
ResponderEliminarMe seducen estas historias de tu infancia.
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