Con algunas dificultades con el motor que funcionaba cuando
le daba la gana, en especial para cargar baterías, el resto funcionaba sin
problemas, era un barco fácil de gobernar y colaborador cuando empujaban las
rachas de viento y mar, del peligroso y proceloso Mediterráneo. Ahora sabíamos
por dónde estábamos situados y los rumbos que navegábamos, la electrónica nos
daba información que nos parecía increíble y desconocida. Bien es verdad que
habíamos hecho los cursos de Patrón de Yate durante cuatro meses y que
conseguimos la titulación necesaria para las exigencias de las compañías de
seguro y de la guardia marítima. Realizábamos turnos de cuatro horas y el resto
se dedicaban a sestear en los cois o a contemplar el piélago de nuestro mar.
Cuatro días sin incidencias con la sola inquietud de un
islote sin vida en el norte de Sicilia, que según las cartas náuticas a veces
se ausentaba de la visión. Avistamos tierra sin marcar el islote Egadi que nos
había metido el miedo en el cuerpo, y tardamos otras cuatro horas en
aproximarnos a tierra, cuando ya la luz del sol comenzaba a ocultarse. Teníamos
delante la ciudad de Trapani y nula información sobre su puerto, pero algo si
nos apercibimos, en la zona norte de la bocana del puerto había naufragado un
velero español “El Fortuna” velero
patrocinado por tabacalera.
Entramos en el puerto a vela porque nada de arrancar el motor
y con todos atentos con bicheros y defensas, pero no vimos que nos montábamos
sobre un patín de un barco catamarán de pasajeros. Con el mayor sigilo
desenganchamos la orza del patín del hydrofoil y nadie se apercibió. Nos
abarloamos a otro próximo y descansamos.
Dos días después zarpamos sin un rumbo claro, por de pronto
al 280º para alejarnos de la costa, sin motor teníamos que mantener un
resguardo libre de riesgo. Las velas portaban llenas con la brisa intensa de
poniente, poco a poco nos fuimos alejando de la isla de Sicilia y así dos días.
Mantuvimos el rumbo suroeste con los vientos portantes de oriente. En la segunda noche con la única luz de una
linterna de carburo por falta de energía de batería, y estando yo de guardia,
escuché un gran ruido y la luz potente de un foco sobre nuestro barco. Y como
deslumbraba no podía ver que era y se me ocurrió pudiera ser algo descontrolado,
como sería una maquina extraterrestre. Desperté a los demás y todos nos
quedamos muy sorprendido, a los pocos minutos aumentó el ruido y la luz se fue
alejando hasta desaparecer. No nos pudimos poner de acuerdo en que podría ser
aquel objeto, quizás yo más incrédulo propuse que solo me creería un objeto
real como pudiera ser un helicóptero o un avión de despegué vertical.
Pero empezó una divertida serie de suposiciones llenas de
fantasías sobre la presencia de seres de otros mundos que estaban abduciendo
algunas mentes para conseguir entender la sucia y compleja mente de los
humanos. Entre risas por teorías llenas de contenido fantástico, pasamos el día
sentados en la bañera, aunque pronto se cortaron las risas porque sobre
nuestras cabezas tronó un gran ruido que si pudimos identificar con el paso de
un avión a propulsión que antes del enorme ruido sobrevoló por encima de
nuestras cabezas. El ruido explotó como una bomba y nos aturdió porque pensamos
que en realidad habíamos sido alcanzado por un proyectil, pero, aunque nos
movimos por el efecto de la onda expansiva, a pocos sitios podíamos ir, pero
por fortuna delante de nuestros ojos apareció la imagen del avión. Este solo
fue el primero de una larga serie de vuelos en picado sobre nuestro silencioso
y tranquilo velero, e ignorábamos los motivos de ese violento comportamiento.
Dos horas después los aviones desaparecieron y quedamos solo acompañado del
ruido de las velas y del aguaje del barco surcando el mar. Aún con el miedo en
el cuerpo, volvimos a la verborrea de las suposiciones del origen de esta
agresión, pero estábamos aislados y con poco daño físico, solo el susto que nos
habían dado. Continuamos con el mismo
rumbo, los vientos continuaban de poniente y con una alegre intensidad que nos llevaba
a diez nudos permanente. De vez en cuando elevábamos las cabezas para buscar la
presencia de nuevos aviones, pero nada volvió a perturbar las tranquilas aguas
del sur de Sicilia. Ahora cerramos más el rumbo para aprovechar los vientos que
se habían ennortado y marcábamos los trescientos grados, con confirmación de
rectas de alturas, pero nos situaba en los márgenes del golfo de Sydra algo que
ignorábamos su navegación porque no lo llevábamos en las cartas náuticas, así
que dimos un margen de varias horas para cambiar el rumbo y continuar
aprovechando los vientos de ceñida.
Aquella tarde iniciando el crepúsculo, estaba de guardia y
miraba con los prismáticos la luz del ocaso, cuando me apercibí de un objeto en
movimiento, que aunque estaba bastante distante, se acercaba levantando aguaje
por su gran velocidad. Avisé a mis compañeros, señalando en la dirección en que
venía y todos sospechamos que se dirigía hacia nuestro encuentro, y en efecto
cada vez su imagen se iba agrandando hasta que pudimos identificar una lancha
motora con la bandera libia y con armamento sobre la cubierta. Nuevo susto, pero por más que quisiéramos
nada podíamos hacer, así que completamos la indumentaria y esperamos. En menos
de diez minutos la poderosa barcaza está girando en derredor del que es nuestro
Ítaca. Sobre la cubierta cuatro árabes armados y apuntándonos con los
Kalashnikov, otro sentado en una ametralladora pesada. Uno de los árabes
gritaba palabras que no entendíamos, pero por precaución hicimos gestos de que
no oíamos, lanzó una ráfaga al aire y eso si lo entendimos, arriamos velas en
menos de tres minutos. El árabe que saltó al barco si hablaba inglés, y nos
pidió entregáramos armas, costó esfuerzos convencerlo que no teníamos nada
peligroso ni para ellos ni para nosotros. Se llevaron violentamente la patente
y rol del barco y nos indicaron navegar a motor hacia la ciudad costera de Al
bayda, con un desfigurado y descarado árabe que parecía ser mudo. Por
indicación del que hablaba ingles nos colocamos sobre cubierta y Carlos
pilotando el barco, con las velas sobre cubierta. Nos advirtieron que si veían
algo raro dispararían sin aviso previo, y que se nos acusaba de invadir su
territorio y zona marítima de influencia sin la preceptiva autorización. Cuatro
horas después entrabamos en el puerto de Al bayda y nos situaron en un muelle junto a la
patrullera. Nos advirtieron que nada de salir del barco y que un tribunal
militar nos juzgaría en varios días y que los especialistas valorarían el
barco. Fueron cuatro días muy preocupados por nuestra situación, una vez al día
nos llevaban unas botellas de agua y algo de pan, pero sobrevivimos con
nuestras reservas. Al segundo día apareció un personaje peculiar que dijo ser
el cónsul español en Trípoli, nos advirtió que habíamos metido la pata porque
en estos momentos Libia y su general Gadafy estaban en guerra con los Estados
Unidos, y España no podía hacer nada por nosotros porque era aliado de los
americanos. Los libios querían quedarse con el barco y una multa de mil dólares
por persona, pero no disponíamos de ese dinero ni el consulado nos lo podía
facilitar, así que tendríamos que esperar al dictamen del juez magistrado.
El guardia de seguridad que estaba en el barco me paró y me cogió el colgante que llevaba en el cuello, lo miró por delante y detrás, y comenzó hablar sin que yo le pudiera entender. Repetía el nombre de Laskar y su mirada había cambiado realizando pequeñas inclinaciones hacia mi persona. La medalla la había encontrado en uno de mis viajes por el mediterráneo, y el recuerdo de aquel hombre muerto sobre un pallet y como recuperé la medalla jamás podré olvidarle. Me había prometido que aquel hombre muerto y al que no pude dar sepultura, y que bien merecía un entierro, encontraría algún ancestro suyo y le daría el colgante con su supuesto nombre, aunque también los Laskars eran marinos orientales que navegaban los barcos ingleses hacía más de un siglo. El libio que nos hacia la vigilancia desembarco y desapareció, regresando al rato con compañía. Era un traductor y nos dijo que aquel medallón era de la familia de nuestro guardia y que era una casta descendiente de marinos orientales que eren muy respetados en su familia. No se me ocurrió nada mejor que regalarle el objeto y entonces con grandes signos de agradecimiento me ofreció que le pidiera lo que deseara. Fue Carlos el que se adelantó y le pidió salir del lugar, pero el ni contestó ni me pidió nada distinto, solo se giró y se fue con el traductor. Aquella noche el barco se soltó del pantalán y fue derivando hacia la bocana del puerto ante nuestro asombro que veíamos como éramos arrastrado por un pequeño bote de remos. En la bocana izamos velas y comenzamos a navegar con la brisa que despedía la recalentada tierra libia. Aunque teníamos miedo que se apercibieran de nuestra huida, nada ocurrió hasta que pusimos bastantes millas de distancia con la modificación del rumbo con dirección al Peloponeso. //
INDALESIO Abril 2022