domingo, 22 de diciembre de 2013

EL MUNDO DEL CAMPO

                           



Una de las aficiones que se han asentado en mi cabeza, es el andar. Ando dos veces en semana y mucho, casi cinco horas. He recorrido calles, paseos y sobre todo campo, ese mundo que nos circunda y al que poco miramos.
En uno de mis extensos y divertidos paseos, con mochila incluida transportando elementos de supervivencia, subí una empinada y larga travesía que me llevaría a uno de los núcleos campesinos abandonados. Pasé varias poblaciones, donde me miraban con curiosidad y me juzgaban como otro loco del camino, pero yo a lo más saludaba con cortesía o bien preguntaba algún dato de localización. A veces me ofrecían un vaso de agua o de vino del lugar, ya habituado a dosificar mis ingestas, cuidaba mucho lo que tomaba y su cantidad, sin ánimo de ser pacato.
A los pocos minutos y no sin agradecer sus atenciones, continuaba mis caminatas con ánimos renovados. Y en concreto, esta ocasión me acosaba el tiempo porque había decidido acampar en algún lugar de que me resultara agradable. Iba en dirección al picacho que dominaba toda la bahía de la Málaga musulmana y que servía de vigía para invasiones foráneas. Llegué al cruce del camino de Totalán y decidí continuar una hora más, antes que se me cayera la noche encima, y culminar el Santón Pitar.
A pesar de ser una empinada cuesta no tuve dificultad en llegar a y sobrepasar la venta que coronaba el picacho, pero la venta estaba cerrada y nada ni nadie respondía a mis llamadas. Así que ascendí algo más y giré a la izquierda por un camino terrizo que me llevaría a la casa de de la finca del Santón Pitar, lugar que quizás me acogiera, aunque lo sabía deshabitado. Nada de luz que me ayudara a moverme por el entorno de la vivienda, la noche cubriendo completamente el cielo y para colmo nada de luna. Así que me acomodé bajo los soportales de la enorme casa, saqué estera y saco y me introduje para sentirme resguardado del frío y del miedo de encontrarme a la intemperie y con poca defensa para lo que pudiera ocurrir. Tomé una barrita energética y me cubrí incluyendo cabeza.
No tardé en dormir por el cansancio acumulado del día, y solo me desperté por los primeros rayos de luz que aparecían por el levante de la casa. Bueno también por los lamidos que me daba una simpática y sucia cría de perro que al parecer había dormido pegado a mí, quizás por el calor que desprendía mi protegido cuerpo. No me atreví a gritarle para que me dejara, porque ya se encargo él de tomar suficiente distancia para evitar lo que con todo seguridad ya había vivido.
No me paré en mirar las condiciones del lugar de acampada, pero pude observar que era una casa muy extensa con varios cuerpos de no más de dos alturas, varios balcones con rejas y múltiples ventanucos esparcidos por ambas fachadas. Un jardín abandonado jalonaba la zona oeste, pero conservaba unos magníficos fícus de hoja pequeña que preservaba el caserío del tórrido sol de la tarde. Entre los árboles encontré un nacimiento de agua, a pesar de encontrarme en una altura considerable, donde pude beber un agua cristalina y muy fría, y realizar abluciones higiénicas.
Recorrí el entorno de la casa, que parecía abandonada pero bien protegida de intrusos, y solo encontré una puerta que daba a la cocina forzada y con cristales rotos. Después de asegurarme de que estaba solo, y con la única compañía del perrillo, me introduje en la casa con multitud de  precauciones. Afloje los tornillos que sujetaban la cerradura de la puerta de la cocina y como sospechaba, encontré varios anillos de oro viejo, posiblemente propiedad del servicio domestico que lo escondía para proteger de posibles hurtos. Después me moví entre destrozos de utensilios de la casa, todos esparcidos sin ningún miramiento y rotos en su mayoría.
Me sorprendió el enorme salón, lleno de libros  y de telas de araña, donde desde hacía años no entrada nadie, miré por curiosidad los libros y eran no malas ediciones de libros de caballería, historias y grafismos diversos de posiblemente un valor elevado. Pero solo alimenté mi curiosidad, evité el hurto y más de tan importante valor.
Me senté en un sillón que hacia juego con una mesa castellana, llenos ambos de  una espesa capa de polvo, pero en cuya espalda un ventanal iluminaba esa zona del salón. Instintivamente abrí los cajones que jalonaban ambos lados de la mesa y solo había objetos de escritorios, llaves antiguas y muchos papeles. Me pudo la curiosidad e inevitablemente leí unas cartas, estaban dirigidas al Marques de la Iluminada, Don Antonio Maria Floreste y Domínguez del Castillo. Las reuní por fechas y había cercanas a las cien cartas, que cubrían un periodo de tres años de vida, mejor de su alegre y divertida vida.
Eran firmadas por una muy importante dama de la España de la Dictadura, yo diría que la más importante dama, y todas estaban escritas en tono amoroso y con una cuidada letra azul pálida. Pasé bastante horas leyéndolas y cada vez me iba interesando y entendiendo más.
En resumen se trataba de la relación amorosa del Marques con esa señora, algo que podría tener moderado interés, sino fuera porque la señora compartía secretos de alcoba que podrían tener mucho interés para la historia de nuestro país. 
Conforme me enteraba de más noticias, más alarmado me encontraba, aquello podía ser algo que desmontaba la imagen idílica del Dictador, acaso idílica para algunos, pero destructora para otros. Y sobre todo nada coincida con la imagen que nos mostraba los libros de textos de nuestra formación histórica. Rebusque más, pero nada encontré, y pude darme cuenta que las últimas cartas estaban escritas en tono de reproche, por lo abandonada que tenía a la excelsa señora, e incluso la última a forma de despedida.
Muy preocupado y alarmado, cogí todas las cartas y las sujeté con un cordel, salí de la casa con la mente ocupada por la enorme cantidad de información, y asustado como aún me siento, solo se me ocurrió prender fuego y hacer desaparecer la evidencia de que nuestra historia estaba trucada por un cúmulo de mentiras, que continuaron  favoreciendo a los más poderosos.
Siempre recuerdo con autentico dolor, la estúpida decisión que tome aquella mañana, al quemar aquellos documentos que contenían algunas verdades que jamás podré demostrar porque hice desaparecer su evidencia. 

INDALESIO  Octubre 2013 
  


   

viernes, 6 de diciembre de 2013

NADA


                                            

    
Preparaba la asignatura de Microbiología, y desarrollaba algún método que me permitiera recordar la enorme cantidad de familias de bacterias y demás parásitos que tenía que memorizar. Lo digo porque aquella tarde tome café y una centramina para sacar provecho de las pocas horas que me quedaban para el examen final de la materia. Me senté colocando un cojín bajo mis nalgas y un calefactor de resistencia  para combatir el frío. Había decidido que las manchas de la pared me servirían para recordar características de los estafilococos, de los enterococos y demás ralea, de forma que la pared de la derecha que tenía un saliente con una enorme cantidad de botes de dexedrinas y demás estimulantes, representaría características más relevantes de los cocos, la de la izquierda con ventanales y enormes manchas de humedad, los bacilos. De forma que recordaba con mayor facilidad las características y defectos de las paredes de la sala de estudios del piso donde vivía, que la retahíla insufrible de mis dichosas bacterias.
Como decía, me había sentado con todos los medios en la silla con cojín, cuando sonó el telefonillo de la puerta de acceso de la calle. Juré en arameo y maldije al inoportuno, pero no pude evitarlo y ante la insistencia decidí  mandar hacer puñetas al inoportuno. Pulsé el portero automático pero no pregunté el nombre de la molesta visita, así no tendría complicidad con nadie. Escuché desde la puerta, los pasos vacilantes de una persona que arrastraba los pies, y golpeaba las paredes quizás con las manos. A los pocos minutos apareció un conocido de la facultad y vecino de mi misma ciudad, con el que me unía una amistad, si bien no estrecha si de antigua. Traía la cara desencajada, la boca abierta y los ojos bailándoles en sus alojamientos, la boca llena de saliva y saliendo por encima del labio inferior. Balbuceaba sin reconocer nada de lo que decía, y dirigiéndose hacia mí se abrazó, deslizando su cuerpo hacia el suelo.
Aunque reconocí a Gustavo, sentí la necesidad de gritar para pedir ayuda, más fruto del pánico que de necesidad de ayuda, pero nada ni nadie respondió, aunque se escucharon las tapaderas de las mirillas de las puertas batir su giro de ojo avizor. Lo sujeté de los brazos y lo introduje en la casa arrastrando, hasta llegar a la habitación de Miguel mi compañero de piso, donde lo tendí sobre una raquítica  colcha.
Limpié su cara con una toalla y así pude comprobar que sus ojos no paraban de moverse y dirigiéndose  siempre al mismo ángulo superior y derecho de sus cuencas. Resoplaba con un profundo sueño y movía los labios al salir el aire por su boca. Me di cuenta por el olor que se había cagado y meado encima, lo cual me hizo sentir compasión a pesar del asco que me dan esas cosas. Le quité los pantalones y lo envolví en una sabana blanca, pendiente de después completar la higiene.
Mientras completaba estas faenas, se fue tranquilizando y cayó en un profundo sopor. Ignoraba si avisar urgencias o esperar que estuviera más despierto para acompañarlo al Hospital Universitario. Como parecía tranquilo decidí esperar y valorar que pasaba durante las siguientes horas.
No pude estudiar, nada conseguía retener, incluyendo el sistema de memorizar que había elaborado, además cada diez minutos me llegaba al cuarto para comprobar su estado, y continuaba igual, dormido profundamente.  Pasó la noche y mi situación se hacia más inquieta, dividida entre la salud de Gustavo y mi inminente examen de Microbiología. A las nueve de la mañana, mi amigo continuaba dormido con una respiración armoniosa y tranquila, yo tomé un café y me fui a la Facultad en un puro estado de nervios y con un agotamiento que solo pude vences con dos cafés más.
El examen fue un fracaso y yo mismo me suspendí no presentando los folios con unas respuestas inseguras e intensamente confusas. Volví derrotado a la casa, además de sueño me sentía inquieto, porque sería mi primer suspenso y yo es no me lo podía permitir, por las becas.
Cuando entré Gustavo no estaba en la cama sino en la ducha, al salir llevaba puesto mi albornoz y su cara estaba radiante y despejada. Le conté lo sucedido y el se rió. Yo enfadado le pedí explicaciones, y el derrapó con otras preguntas, cuando le insistí me confeso lo que nunca creí, que padecía un trastorno en su corteza cerebral que le producía esas crisis comiciales y que desaparecían después de un sueño reparador. Además había olvidado sus pastillas y había tomado alcohol, todo esto reunido produce con toda seguridad una crisis epiléptica.
Yo con una gran dosis de cabreo le pedí que no volviera más por mi casa y que sus crisis las resolviera en su casa o en cualquier otro lugar, pero no conmigo.
Su cara se transformo, y se volvió sería. Se vistió y dando un portazo se fue de la casa, sin darme las gracias y el adiós.

El siguiente curso, estudié  Neurología y pude encontrar y estudiar con horror como reproducía literalmente todos los síntomas que había padecido mi amigo Gustavo. Le busqué por toda la ciudad pero me dijeron que yo no vivía en la ciudad, y que se había tenido que refugiar en casa de sus padres por las crisis no paraban  de condicionarle la vida. Jamás tuve el valor de recordar aquel acontecimiento.     
 INDALESIO 12/05/2013 

viernes, 29 de noviembre de 2013

RELATOS MARIPOSA




            Los escritores cuentan las cosas como si los hechos fueran un relato, pero la realidad nunca es un relato, sino algo más amplio que lo que guarda la palabra, porque tiene dimensiones que no se pueden expresar. En la realidad cuenta el dolor invisible o el placer inexplicable que son mucho más que signos porque esconden la individualidad. También son tiempo que no se deja atrapar ni empaquetar en una frase. Las palabras están hechas para reproducir ideas o pensamientos y los hechos ni son ideas ni son pensamientos y cuando se convierten en ideas y pensamientos ya no son hechos, es pasado y el pasado tampoco es hechos. Por eso no hay más literatura que la de ficción ni más historia que la de ficción porque el recuerdo tampoco es hechos, ni la memoria, ni la fotografía o el cine. Los hechos son ese río donde decía Heráclito que no puedes entrar dos veces, los hechos son la vida y la vida vivida se puede imaginar pero no se puede rehacer. Como toda narración es creación (no se puede entrar dos veces en la misma idea) cada pensamiento brota como si fuera la primera vez.  Hay cosas que no se olvidan, dicen los sufridos, pero tampoco se puede volver a lo que no se olvida. Lo que fue ni se olvida ni se revive. Se sufre cada vez con un dolor nuevo, renovado, más alejado del hecho y más cerca del olvido. Si se apaga el amor que trabaja a favor tuyo, también se puede serenar el dolor que te maltrata. Los relatos son como hojas muertas que se hacen al viento creyendo que son mariposas.

CIRANO

sábado, 9 de noviembre de 2013

LA BOTA


                                          



Muchos de aquellos veranos me aburría, vivía en un barrio apartado y residencial, cuya población tenía una media de edad avanzada. Así que me críe observando personas y vidas. La casa de mis padres estaba situada al final de la carretera y justo delante había un llano donde los vehículos daban la vuelta y también daba acceso al garaje del coche de mi padre. Allí en aquel llano me sentaba a observar idas y venidas, y a esperar la llegada de mi padre para abrirle el garaje.
Una mañana me encontraba sentado en el murete de delimitación del llano, estaba enfadado porque mi madre me había obligado a ponerme un sombrero de paja en la cabeza para evitar la solanera, y yo un chico de ocho años parecía ridículo con aquel sombrero tan grande y tan raído.
Me divertía identificar por el ruido del motor quien era y saludarlo, parece ingenuo pero no había otra cosa que hacer en aquella hora tan matutina. Refunfuñando me encontraba cuando escuché un ruido muy intenso y no conocido, me levanté sobre el murete para observar quién podría ser, y era un ingenio no conocido por mi, sobre tres ruedas. Una motocicleta que runruneaba con severidad y que llevaba adosado a un lado un aditamento en forma ovalada y abierto en su parte superior, posiblemente para transportar personas, pero que en este caso transportaba objetos sujetos con cuerdas y que abultaban de forma considerable. Sin pereza y sujetándome el puñetero sombrero me acerqué a aquel desconocido engendro mecánico, ya que se paró en el radio de mis dominios, en el inicio del llano, justo en la puerta de los vecinos que conocía, la Familia Santos.
El conductor continuaba sentado en el sillín de la moto, llevaba guantes de cuero y un casco también de cuero, su mano derecha reposaba sobre los bultos que llevaba el side-card y parecía descansar. Giré entorno al engendro, que era de color crema y su pintura en perfecto estado,  el escapé  no dejaba de humear porque permanecía en funcionamiento, hasta que el conductor giró una llave que cesó el ruido de forma brusca y con unos tosidos agónicos.  
Me encontraba muy pegado al vehículo y el conductor alargó la mano y me tocó el sombrero, preguntándome de donde lo había sacado, me retiré a una distancia prudencial como me habían enseñado y continué observando los mecanismos de la moto. El hombre se incorporó levantándose, era obeso y un bigote de pelo negro que cubría el labio superior y se metía dentro de la boca,  levantó la pierna izquierda y apareció un enorme zapato en forma de bota de color negro y de tamaño menor que uno normal. Aquella bota tenía una suela gruesa y de altura importante, y en la superficie unos profundos y llamativos surcos de arrugas, coronado todo por unos cordones redondos y bastante gastados.
La moto y su aditamento perdió interés y todo se centro en contemplar aquel monstruoso artilugio que albergaba el pie izquierdo. Cuando el conductor se puso de pie y caminó para acercarse al aditamento de transporte, comprendí que era cojo por las enormes oscilaciones que realizaba para poder caminar.
Le pregunté que le había pasado para llevar aquel zapato tan especial, sonrió y me dijo que le había mordido un marranillo cuando era pequeño. Me separé de aquel hombre, sentí lastima por lo que debería haber sufrido y corrí hacia mi casa lleno de pánico y horror.
Se instaló en la casa de la Familia Santos y desmontó el side-card donde transportaba sus enseres personales, todas las operaciones  las fui vigilando desde el altillo de mi casa, y permanecía seducido por aquel zapatón tan  voluminoso.
Mis padres me dieron algunas explicaciones, pero me ordenaron  mantuviera una prudencial distancia de aquel hombre cuya filiación aun desconocían. La semana siguiente ví la moto en la puerta de su casa, me acerqué y acuclillado miraba el mecanismo que tanto me seducía, era una moto ISSO, con un ventilador lateral. Sin darme cuenta, el conductor estaba junto a mi cuerpo, me preguntó que me llamaba la atención, no sin darme un gran susto, aquella bota había estado a menos de un paso de mi cuerpo. Me separé de él y desde una distancia le respondí que lo que más me llamaba la atención era su zapato, el me miró con suavidad y me dijo que cuando el pudiera me daría un paseo en la moto, y quizás otro día me enseñaría el pie. Corrí hacia mi casa asustado y horrorizado de poder ver aquel pie amputado por una cría de cerdo, decidí mantener una prudencial distancia.
Dos semanas después mi padre nos informó que aquel hombre, que se llamaba Ángel Llanina y del gremio del Comercio y Representaciones, había tenido un accidente cayendo en las vías del Tranvía y sufriendo la amputación de la pierna enferma, fruto del accidente había muerto en el Hospital Provincial.  
Algunas noches desvelado, me viene  al recuerdo aquel zapato negro que tapaba la mutilación de un pie.

INDALESIO Agosto 2013


domingo, 20 de octubre de 2013

CARBÓN

  
                                           




La primera vez que me escapé del cerco de las mujeres de servicio doméstico, debía tener tres años. Muy inquieto, cansaba al más pintado con un ir y venir curioseando todo lo que encontraba, tocándolo y despreciándo casi de inmediato. Estaba al cuidado de una mujer de tez oscura y belleza salvaje, que tenía el sugestivo nombre de Aníta La Tosca, que me trataba con un gran cariño y esmero.
Pero aquella mañana de temperatura suave y sol radiante, Ana ayudaba a tender ropa  a la lavandera en la terraza de mármol. Y yo aproveché su inocente descuido para salir de su campo de visión, yéndome hacia la zona posterior de la casa donde un largo corredor delimitaba el amplio chalet donde habitaba con mis padres y hermanos.
En aquel callejón estaba prohibido pasar, al menos cuando yo me desplazaba hacia aquel lugar, escuchaba siempre la palabra “por allí no” Es normal que no me dieran explicaciones, y también es normal que yo sintiera curiosidad, aunque aquella mañana lo que me impulso hacia aquel lugar fue los ladridos que siempre escuchaba procedente del lugar.
Mis pasos a pesar de mis dos años, no eran demasiado seguros, quizás porque siempre me transportaban en el cuadril de mi habitual y querida Ana la Tosca. Así que con bastante frecuencia, me apoyaba sentado en el suelo y me arrastraba dando pequeños tirones con mis brazos. Primero me paré junto al lavadero, donde un grifo dorado llamó mi atención, giré la palometa que lo coronaba y comenzó a fluir un cristalino y ruidoso chorro de agua, que mojó mis pantalones, zapatos y camiseta, ante semejante susto volví a girar la palometa y cejó el flujo de líquido. Me sorprendió el charco que se formó debajo de mi acolchado culo, y aproveché para soltar una larga meada algo más caliente que el agua del grifo. Molesto con la humedad de mis partes de apoyo, me desplacé  hacia el inició del callejón desde donde divisaba toda la extensión del angosto y prohibido lugar, y unos rayos de sol calentaba el suelo del lugar elegido para observar.
Hacía la mediación y sentado en el suelo había un enorme perro de abundante pelo ensortijado y completamente negro, que levantó su labio superior cuando me divisó para enseñar sus poderosos dientes afilados. Casi de inmediato lo bajo y ladró. Se levantó y comenzó a pasear hasta donde le permitía su poderosa cadena metálica, a la vez que ladraba acompañado de un mugido de aullido.  Metí mi dedo pulgar en la boca, como habitualmente hacía y chupe con fruición, ante las situaciones que me eran desconocidas. No sentía miedo de aquella fiera, animal que habían recogido mis padres para preservarlo de una condena de muerte por haber mordido a su legítimo dueño, y sometido a observación mientras se veía la posible contaminación de la rabia. Entonces, avance arrastrando el culo, hasta colocarme dentro de su radio de acción, el animal me olisqueó posiblemente extrañado del asqueroso olor que desprendía mis pañales de tela de gasa. Me sujeté a su cuello, mientras me daba lengüetazos con su áspero apéndice bucal, y me levanté. Sujetándome a sus pelos me subí a su lomo mientras daba pequeños ladridos, me tendí y me abracé al cuello para no caerme.
En ese momento escuché un desgarrador grito, mi madre y La Tosca me miraban horrorizadas por la escena peligrosa a la que me encontraba sometido. El perro levantó el labio superior y volvió a enseñar los dientes mientras emitía un severo ronquido de advertencia, pero continuaba sin moverse, solo se escuchaba el ronquido.
Llegaron mis hermanos mayores y mi padre a medio afeitar con la cara llena de espuma, se organizó el rescate, mientras yo daba pequeños grititos mencionando el nombre del peligroso perro, Carbón.
Se soltó la cadena controladamente y se fue ajustando hasta que la cara de Carbón quedó pegada a la tubería, mientras mi hermano mayor se acercaba por detrás para realizar mi rescate, pero el perro no estaba dispuesto a ceder fácilmente, cabeceó mientras ladraba con auténtica furia y todos se tuvieron que apartar, ante el peligro que entrañaba un bocado de aquella fiera. Mientras yo reía agarrado a su cuello y pelos, divertido ante el espectáculo que me encontraba presenciando.
Al fin, la cabeza de  Carbón quedó bloqueada por la tensión de la cadena y yo fui rescatado por mi hermano que me sujeto con sus brazos. Después se volvió a la misma situación previa, y el perro ladró de forma desgarradora.
Mis padres me lavaron y revisaron mi cuerpo buscando alguna lesión, pero nada encontraron, todos invocaban a los santos agradeciendo que no hubiera sido desgarrado por el fiero animal.
Aquel animal nunca tuvo enfermedad alguna, como se demostró en los análisis practicados, y si se pudo demostrar que su dueño le había sometido a malos tratos. Se quedó en la casa durante años y murió de viejo diez años después. La Tosca se fue a la llamada de su familia, y lloró mucho cuando le separaron de mí.

INDALESIO Agosto 2013         



lunes, 30 de septiembre de 2013

NOSTALGIA III (LA CAUSA DEL DELITO)


                 



Angustias era la mayor de cinco hermanos, todos varones y gañanes de oficio en un pueblo atrasado y pobre, como solo las tórridas tierras del campo andaluz son capaces de soportar. Mientras los padres realizaban faenas del campo y de aparcería, Angustias cuidaba de sus hermanos, hasta la edad de dieciocho años, en que huyo de su casa, por las repetidas violaciones de sus hermanos, ya en edad de despertar instintos poco recomendables. Hizo un atillo, guardando un vestidillo cosido por ella y su madre, con la que mantenía una reducida relación, quizás por los celos que le despertó ver las miradas del padre hacía su joven hija, y una alianza que le dio su abuela, símbolo de un matrimonio desgraciado   y aún más pobre.
Cogió el tranvía de las seis de la mañana, donde se transportaba el personal de la Compañía de Tranvías que iban a su trabajo cotidiano, y se sentó en una ventanilla abrazando su ato. Miró todo el tiempo por la ventana, sin girar la cabeza, pero como era un joven despierta y lista, aunque nunca había asistido a la escuela, pudo apreciar como los tranviarios la miraban con cara de deseo. Cuando llegó a Puerta Real, esperó a que todos los tranviarios salieran y entonces se bajo del gris tranvía, sin saber hacia donde iría. Buscó un guardia municipal y le preguntó donde se encontraba la pensión Plata, y hacía allí se dirigió buscando a su prima  Magdalena. Magdalena había sido su paño de lágrimas y había sido preñada por su pretendiente, razón por la cual había salido del pueblo para conseguir resolver su problema, algo que casi le cuesta la vida, después de un aborto realizado por un aficionado sin escrúpulos. Así que las primas se encontraron  en la Pensión Plata y ambas sin dinero. Bueno Magdalena trabajaba en un puti-club que le permitía algunas monedas escasas, pero limitada por el hecho de haberle quedado una terrible secuela después del aborto, una fístula ano vaginal. Ella se encargaba de la limpieza del local y de asistir a las prostitutas en la limpieza de las habitaciones y toallas. Angustia le dijo a su prima que bajo ninguna manera volvería al pueblo, y que haría lo que fuera de menester para mantenerse independiente. Magdalena le habló a la dueña de la pensión, pero no había trabajo para ella, le permitió quedarse no más de una semana y compartiendo colchón y cuarto. Ambas salieron hacia el lugar de trabajo de Magdalena, le advirtió que era un lugar de mala reputación llamado SABATTINI  donde por algunas pesetas los hombres se creían poseedores del cuerpo de una mujer. Angustia estaba dispuesta a lo que fuera, pero necesitaba alejarse de las humillaciones de su familia.
La prima Magdalena se entrevistó con la encargada del lupanar y  con el dueño, que le prometió entrevistarla. Esperó una semana sin encontrar alternativa alguna, hasta que ya al borde de la desesperación la admitieron en el SABATTINI  por unas miserables cincuenta pesetas por noche. A los dos meses, Magdalena tuvo que ingresar en el Hospital por una grave infección, y Angustia se quedó sin el apoyo de su querida y buena prima. Algo que aprovecho unos de los tipos que merodeaban por el lugar y que sin protección la violó dejándole preñada.
Fueron duros los meses de embarazo, fajada para que no se notara su abultada barriga, y aguantando perversiones por las miserables  pesetas que le daban por día. Pero nació un precioso niño que amamantó con cariño y delicadeza y que le dio alegría a su vida.
 Si, en el SABATTINI  conoció a uno de los muchos estudiantes que frecuentaban el lugar, creé recordar un muchacho inocente con el que jamás practico  coyunda  y que le encantaba hablar con ella. Jamás le había contado a nadie ni su verdadero nombre, ni su historia tan triste, y se inventaba lo primero que le venía en suerte a su mente. Pero las exigencias de este muchacho, solo eran que le contara cosas de su pueblo y vida de los conciudadanos, hasta que le aburrió y le dio puerta porque ya nada tenía que contarle, al muy pesado. Después desapareció no sin antes haberle pedido vivir con él. El muy desgraciado, pretendía engañarme y todo por su timidez, ya que jamás tuvo cojones de decirle que quería follarle, y es que Angustias había vivido mucho y conocido a muchos desalmados, y este era uno más.

INDALESIO Agosto 2013


sábado, 21 de septiembre de 2013

NOSTALGIA II

                                      



El señor Padilla llevaba un día nefasto, en la mañana había perdido un cliente preferencial, de esos cuya cifra hace tambalearse la compañía. Tenía molestias de estómago y la secretaria había tenido que salir antes, por un asunto de fuerza mayor. Así que estaba solo en la oficina, atendiendo al teléfono y redactando el informe del cliente perdido  para la Dirección Regional de la Compañía. Repasó mentalmente el asunto del cliente preferencial, quería un descuento de un 20% para este año y eso supondría que el se quedaba sin comisión en ese asunto y eso la Compañía no solía autorizarlo, a pesar de lo cual, sin mencionar la conclusión con su negación, pedía autorización para continuar la negociación.
Sintió satisfacción después de leer por segunda vez el informe, lo cerró y lo deposito en la mesa de Charo, su secretaría.
Cuando se ponía la chaqueta notó un nudo en el estomago, y soltó un resguardo  aéreo y sabor de contenido cebollino, condimento que tenía el plato del medio día. Sonó el teléfono, cuando se giraba en dirección a la puerta,  dudo si cogerlo, pero le pico la curiosidad  y contestó. Era el habilitado que se encargaba de sus asuntos en la ciudad de la Alhambra, y en exclusividad de su hijo querido, que hacia carrera Universitaria y en concreto Farmacia, que por lo que el intuía lo conseguiría con magnificas notas, por el enorme grado de inteligencia que poseía. Y en efecto se trataba de un asunto sobre su hijo, pero notó que el habilitado daba algunos rodeos y sus palabras dudaban en salir de la torpe boca. Le animó hablar, y antes de gritar, escuchó algo como que su hijo pudiera ser que tuviera algún problema de faldas. Gritó e insulto al viejo habilitado, reprochándole la tardanza en informar y el no haber estado pendiente de la disciplina de su hijo. Lo emplazó de forma autoritaria para pasados dos días, a saber el viernes 24 de noviembre, en la puerta del Hotel Victoria a las doce en punto. Le pidió que esa misma mañana avisara a su hijo y que se presentara en mismo lugar y hora.
Cuando colgó, se sentó bruscamente en la butaca próxima, y encendiendo un cigarrillo se puso ha pensar en la situación. Le costaba trabajo entender en que lío de faldas podía haberse metido su inteligente hijo, pero si sabía que no iba a permitir que ninguna pelungona se llevara a su hijo que tanto prometía. Era su seguro de vejez, el que le tendría que cuidar y suministrar la compensación de sus necesidades económicas. Además su hijo era demasiado joven para saber de cosas del amor y del sexo, jamás le había hablado sobre esos asuntos y por lo tanto el joven no tenía opinión formada sobre esos temas. Seguro que ha sido una mala interpretación de ese viejo chocho del habilitado que no sabe ni entiende nada de la juventud.
El jueves tarde, después de cerrar la oficina y dar instrucciones a Charo, recogió a su señora esposa, que con cara de malas pulgas se sentó a su lado.
El viaje duro tres horas, la carretera era infernal, lleno de curvas y socavones que hacía que su destartalado Fiat fuera dando botes y bandazos entre las protestas de  la madre de su querido hijo.  
Cuando llegaron y no sin antes haber perdido la dirección del Hotel, que les costó vueltas y revueltas, consiguieron instalarse en las habitaciones, dos porque él roncaba, y dormir de un tirón hasta el amanecer.  
Pero el señor Padilla durmió mal, tenía frío y se arropó con varias mantas pero nada le consolaba, y después el maldito estómago, esa sensación permanente de que le salía la comida del estómago, le torturaba. A las siete se levantó, se lavó con fruición  y comenzó a relajarse, al menos ese dolor de estómago se le calmó. Escuchó a través de la puerta las respiraciones profusas y ruidosas de su mujer, y se preguntó ¿que para que levantarla? Ella dormiría siempre tranquila, porque sus preocupaciones se limitaban al funcionamiento de la casa, el resto era él quién organizaba  y dirigía la vida familiar. Pero su hijo en problemas, era algo que le había descolocado, estaba seguro de él, y convencido que era un mal entendido. Él que había hecho tan gran esfuerzo para conseguir que su hijo estudiara, que había pospuesto el comprarse otro coche, y que había renunciado al mantenimiento de su querida, enorme y oportuna justificación para desembarazarse de esa mujer ya algo ajada y caprichosa, que le hacía pecar en contra de su voluntad, pero que ya en los últimos meses estaba gorda y de pechos muy caídos, algo que le producía rechazo y desinterés. Pues después de todo esto, y resuelto con acierto, le plantea a su hijo que tienen  que hacer la carrera de Farmacia, él que es el más preparado de sus hijos, y el único que le brindaba la oportunidad de hacer carrera. Bueno también es verdad que solo tiene dos, una chica que esta trabajando en el Auxilio Social y que tiene novio formal y su adorado hijo en quién tenía puestas todas sus esperanzas.  
Bajó a desayunar, y solo tomó café a pesar de que le ofrecieron panecillos y bollería gratis, pero estaba preocupado y no quería despertar de nuevo las molestias gástricas. Leyó la prensa y tomó otro café. Despertó por teléfono a su mujer y la emplazó con urgencia en la recepción del Hotel, Y esperaron más de una hora, antes que pudieran ver entrar a su hijo acompañado del habilitado y vestido como un pincel. Pidió un reservado y entraron los cuatros en una pequeña salita decorada con una mesa redonda y unos tristes cuadros con motivos de la Alhambra.   
Todas las acusaciones que se imputaban al joven Padilla las refuto con brillantez, negó su relación en los antros de perdición, aceptó con resignación alguna escapada ocasional en estos lupanares, cosa que satisfizo al señor Padilla, y negó  ausencias  a las clases de la Facultad. Pero cuando entró en la sala Ureña, convocado por el habilitado, la cosa cambio y tuvo que aceptar que su dedicación al estudio era más bien escasa, porque el compañero traidor dio con pelos y señales información de sus nulas asistencias lectivas, y sus muy sonadas ausencias.
El señor Padilla zanjó el asunto, acabando con la carrera universitaria de su prometedor hijo, y aquella misma tarde montaron los enseres que disponía en su cuarto, liquidó los haberes en la casa donde se hospedaba, premió la fidelidad del habilitado y colgó alguna cinta en la capa del tuno Ureña cifrada en algunas miles de pesetas.
El regreso en el auto fue apoteósico, las famosas broncas del señor Padilla duraron más de una hora, y las respuestas de su ya menos adorado hijo escasas y pacatas, solo quedó claro algo, nunca volvería a estudiar la carrera de Farmacia. Esta afirmación no gusto nada al padre, porque no aceptaba le contradijeran, y le advirtió que haría lo que le mandara y donde le mandara. Pero ambos ya sabían que este enfrentamiento acabaría con la mutua confianza y que el joven Padilla se dedicaría a un oficio no académico y aprendido en la misma ciudad. Nunca consiguió publicar novela alguna, a pesar de su enorme valía en el dominio de la fantasía.


INDALESIO  Julio 2013  

lunes, 9 de septiembre de 2013

EL NAUFRAGO DE LAS DOS ORILLAS







            Santiago Individuo era por entonces un poeta olvidado de poco fuste que dudaba entre mantenerse en el anonimato o darse a conocer, sabiendo que sufriría el desprecio de los consagrados junto a la envidia de los consanguíneos. Intuía que el tiempo le iba a ser propicio cuando conoció a Alejandra Concepción Armenteros, asidua de conferencias y conciertos, dada al estudio, al trabajo, a una alegría infundada de soledad, sacrificada por un revés del azar que la dejó sin las frustraciones de la rutina del matrimonio, porque apagó de pronto la llama que todavía calentaba en la casa solariega de los Carvajales. Amparada en silencios de precipitada madurez, crió a los retoños en el olvido, un distanciamiento que se impuso como homenaje al tiempo de felicidad, pero sobre todo, con resolución de heroína, una apuesta a lo cotidiano sin concesiones a la pena para que no turbara el despertar de unas bellezas que recordaban el tallo cimbreante de las palmeras rubias de los desiertos. Además, los hijos, de motu propio, se dejaron llevar por el pensamiento de la madre que los guió con la docilidad del amparo protector de la debilidad. No utilizó la fuerza de carácter que debía emplear en el trabajo para conducirlos por el camino que consideraba acertado, el que le inspiraba el sentido propio, la sencillez, la lógica de su situación y todas las dificultades que la vida pone en la trayectoria de los mortales. Crecieron en la armonía y en la concordia, asegurándose cada uno la complicidad de los demás para cubrir sus necesidades que venían a ser las mismas; compartían lo compartible, evitaban enfrentamientos, dominaban las necesidades que pudieran entrar en conflicto con los intereses de los otros. Alejandra leía los pensamientos de su hija porque conoció a su padre y sabía lo que los genes podían aportar. Cuando la niña empezó a sentir los poemas de Santiago Individuo, notó que aquellos versos limpios, burdos, elementales como refranes por inventar, se pegaban en el alma sencilla de su hija como la arena mojada se pega a los pies en la playa; sabía que bastaba con dejarla secar para deshacerse de ella, pero no le gustaba que su hija sintiese ese cosquilleo pueril de persona inconclusa. No creyó conveniente contradecirla en algo que podría abrir la primera diferencia seria en sus relaciones, pero sintió un escozor agrio al que se resistió a darle el nombre de celos.
            Saborear el alma de un poeta a través de sus versos es como desnudar a una mujer con el pensamiento, nunca se llega a la verdad, nunca se descubre nada, nunca se besa la carne ni se siente el aroma oculto de la piel guardada. Toda interpretación es una conjetura, es una inmersión en la propia vida amparado en recursos ajenos. Es casi siempre el reflejo de uno mismo; se alaba lo que a uno le gusta porque se parece a sí, se critica lo que uno detesta porque no se encuentran referencias en uno mismo.
            Los poemas de Santiago Individuo no tenían la más elemental trama, eran como hojas secas que descansan en las umbrías a la espera de que la humedad las destruya. No tenían más que ser apretados con la mano para que se deshicieran como figuras hechas en arena. A veces podían ser decorativos como flores de plástico, aunque como elementos ornamentales eran imprevisibles. En ocasiones podían causar una impresión agradable al transmitir el sabor ligero de lo intrascendente, la alegría de lo meramente efímero, pero otras, eran sencillamente empalagosos y vacíos, aunque eso no era motivo para desdeñarlos ya que podían causar impresión en el alma débil de una niña, sobre todo, si eran recibidos del labio de su autor.
            Alejandra no leía los versos para satisfacción de su espíritu ni tampoco para criticarlos, indagaba los efectos que aquellas apretadas caricias podían tener en Concepción, obligada novicia de pasajes donde lo intrincado se convertía en simple y lo difícil en fácil. Hablar de amor como lo hacía Santiago Individuo podía parecer hasta impúdico en una persona de su edad y de su retraimiento, pero resultaba eficaz y contagioso. No se podía decir que fuese relamido o cursi, era simplemente fiel a una verdad que late en cada uno de nosotros y que casi nadie se atreve a enunciar o a reconocer. Su pasión aflorada con naturalidad, no era el premio a un acto heroico o una desventura dolorosa como padecían los románticos, tampoco se trivializaba ni se rebajaba a hechos fisiológicos como pretendían los novísimos distanciados del amor como si la realidad se analizara a través de un experimento, era tan cotidiana, tan natural, tan poco poética si se quiere, que resultaba de una fogosidad contagiosa, estimulando secreciones que ella pensaba que tenía definitivamente cerradas, provocando la aparición de un ambiente de enrarecidos perfúmenes que dio lugar a que el deseo se apoderara de Alejandra y que la inquietud la visitara cuando la niña salía sin decir a donde iba. Llamaba a Santiago Individuo con excusas mínimas indagando asuntos que no le correspondían, le comentaba versos y le interpretaba su obra con exageración. Terminó por enamorarse del poeta por prevención, con la ferocidad de una madre que imaginaba defender a su hija cuando, en realidad, lo que hacía era dar salida a una pasión demasiado tiempo retenida.
            Mientras tanto Concepción se dejaba llevar por una de esas pasiones que devoran en la adolescencia: sin complejos, sin límites, sin pormenores, arrastrada por ella misma, consiente de que aquel hombre no era su hombre, pero que en esos momentos era el hombre. Amaba con despreocupación, sin las inquietudes que atenazaban a su madre, comprendiendo la simplicidad de los actos y la profundidad de los placeres. A medida que se consumaban los retos que al principio le parecían imposibles crecía en ella una sensación de seguridad que la elevaba por encima de las demás niñas de su edad; conoció que no hay nada como conservar un secreto para sentirse superior, se hizo mujer en los brazos del poeta y se alejó hacia su vida cuando comprendió que todo lo que podía esperar de la madurez era confianza.
EUBULEO BOMHOME

*Capítulo, o cuento, de un tratado en ciernes de Gramática Parda

sábado, 31 de agosto de 2013

NOSTALGIA I (EL JOVEN UNIVERSITARIO)



                                                  


                                         

Descubrí que con poco conseguía mucho. Así que me incliné por despreocuparme y vivir bastante, la vida de universitario.
Durante los cursos de preparación para la Universidad, dediqué todo mi tiempo al estudio, no había otra opción en mi familia,  fui un estudiante normal, nunca destaqué en nada, pero tampoco suspendí, así que mi padre decidió que tenía que estudiar la carrera de Farmacia. Yo ignoraba que tuviera esa afición, y me aterraba la idea de pasarme la vida detrás de un mostrador, además de tener que aprenderme la vida de animales y todas las plantas, para después saber localizar el lugar donde guardaba la aspirina. Pero en mi casa nunca se discutían las órdenes de mi padre, así que fue matriculado en la ciudad de los mundos árabes, por el habilitado de mis padres, que me encontró una habitación  con derecho a baño y una casa de comidas donde podría saciar mis necesidades culinarias.
Ingresé como no, en la Facultad de Farmacia, distante unos minutos de mi lugar de residencia, y desde las primeras clases supe que aquellos estudios me aburrirían todos los años, porque yo era más próximo a las letras que a la colección de términos aburridos y sin ningún interés. Busqué un curtido estudiante con años de experiencia, en los primeros días de asistencia, y resulto todo un éxito para mis proyectos. Se llamaba Ureña, llevaba seis años matriculado en las más blandas materias de la Carrera, y cada años entregaba a su padre unos resultados que le mantenían tranquilo en cuanto el porvenir de su hijo. Me facilitó en pocas palabras lo que yo necesitaba, las excusas oportunas y la inversión de tiempo justa para contentar la progresión de mis estudios sin provocar inquietud a mis amados y exigentes padres.
Como mis padres me habían matriculado en el curso completo, dividí las materias en dos bloques, las que seguro aprobaría con el apoyo de Ureña, apuntes y conocimiento e influencia de profesores conocidos por él, y las que tendría que estudiar a fondo. Haciendo cálculos supe que tardaría ocho años en completar mis conocimientos y conseguir el título de licenciado.
Ureña consiguió como compensación una guitarra española, que le fuera útil para sus juergas con los tunos, motivo fundamental de su estancia en la ciudad de la Alhambra, y una amistad que en alguna ocasión le facilitaría coartadas en las visitas de su padre, con mi presencia, como compañero de estudios y de habitáculo.
Tardé tres semanas en aquilatar todos estos asuntos, que una vez resueltos me dejó vacío de ocupaciones. ¿Qué hacer? La verdad es que no me gusta el deporte, ni las actividades artísticas, quizás solo algo el cine, pero me sobraba tiempo ampliamente. Decidí recorrer la ciudad y conocer calles y lugares poco visitados, extraña afición a la que me fui acostumbrando, más llevado por la curiosidad que por un interés especifico. 
Paseé por los jardines del Generalife y en especial por los de Torres Bermejas, en cuyas umbrías me acomodaba para dar alguna cabezada y escribir algunas notas que pasaban por mi atormentada cabeza. Así descubrí que era una persona solitaria, quizás porque no me implicaba en hacer amigos y bastante menos amigas, quizás por mi timidez e incluso por mi pereza. Aunque en verdad no me preocupaba mucho, estaba a gusto con mi compañía y justificaba la ausencia de extraños por una cuestión de tiempo, quizás ya más tarde haría amigos y me buscaría novias.
Una tarde del mes de Noviembre, después de dos meses de estancia en la universitaria ciudad, sentí la necesidad de hablar, de que me contaran cosas y yo a su vez poder relatar inquietudes, quizás no profundas, pero si que me producían algún desasosiego. Caminé con las manos en los bolsillos de mi  habitual parca marinera, sin un rumbo fijo, hasta que divisé un letrero que indicaba un Pub de copas y señoritas llamado “EL SABATTINI” Pasé de largo cuando quería ir dentro, pero me daba vergüenza entrar porque me podían ver. ¿Pero quién me vería? Muy pocas personas me conocían, y además me apetecía entrar, aunque jamás había entrado en un lugar como este. Así que giré sobre mis talones y volví, en una maniobra tan forzada que cualquiera que me viera se sorprendería de mi brusquedad e indecisión.
Me apoyé en el asa de entrada y empujé, pero la puerta estaba bloqueada, la solté, y rojo de vergüenza  me dispuse a continuar mi recorrido. Entonces la puerta se abrió en el sentido contrario y apareció una cara de mujer que me llamó y con la mano me indicó el interior. Ya no tenía remedio, me introduje en el garito y me cegó su oscuridad y llamo la atención el olor a cerrado y a pipi de gato. Antes de que pudiera reaccionar, la mujer que me abrió la puerta, me sujeto del brazo y me empujo hacia la barra. Me senté y ella a mi lado. Era bajita y rellena de carnes prietas, llevaba puesto un traje rojo muy escotado y algunos abalorios en cuello y muñeca. Al sentarse en el taburete enseñó las rodillas y unos muslos de carnes blanca y duras embutidas en unas medias cristal. Procuré no mirarla con descaro, y le pregunté con voz entrecortada, su nombre. Ella sonrió y me dijo cualquier nombre, después de corrido, algunos datos biográficos que no le presté mucha atención, pero que me tranquilizo por ocupar ese tiempo de charla.
Después pidió una copa de un cóctel de champán, no sin antes preguntarme si le invitaba, y yo pedí un coñac 103 para demostrar mi adultez. Hablaba bastante y eso me gustaba, porque yo respondía con monosílabos y el esfuerzo era de ella y no mío. Quizás lleváramos media hora juntos, cuando ella me pasó la mano por la bragueta y me preguntó  como estaba mi manolito, respondí aturdido que muy bien, pero ella ya supo que yo era virgen y que no sabía del asunto nada. ¿Prefieres charlar o follamos? Le respondí que quizás otro día, pagué y me fui.
Esta misma escena la repetí varias veces, siempre con la misma chica, que ya me dijo su autentico nombre, Angustias. Y conforme los días pasaban fuimos creando mayor confianza entre nosotros, ya que dos veces en semana daba para mucho, según mi escaso parecer y disposición económica. Ella tomó la iniciativa al cuarto o quinto día que nos veíamos, contándome que era de un pueblo cercano, La Gábia y que tenía una niña de seis años, la cual le daba alegría y una necesidad de alimentarla. Que el padre estaba en Alemania desde  hacia dos años y que aún estaba esperando recibir algo de dinero. Había sido peluquera, pero que sus padres no le habían ayudado, motivo por el cual había tenido que elegir esta vida, pero que ya pronto lo dejaría.
Cada día que salía del garito, me imaginaba  salvándola de la vida pecaminosa que llevaba, y ayudándole a educar a su hija, lo cual no quitaba que en la soledad de la noche mi fantasía llegara al orgasmo onanísta. Cuando ella agotó las noticias de su vida, me requirió contarle de donde venía y que hacia allí, entonces comencé a cimentar mi vida de escritor. Una profusa y alocada fantasía comenzó ha salir por mi boca, además sin dificultad y sorpresivamente sin titubeos. Eran tan fantasiosos los relatos que en algunos momentos tenía que parar porque la risa me llenaba la garganta y el corazón. Como la cosa tomaba cuerpo, y cada día mi disposición a contar fantasías aumentaba, quise aumentar mi permanencia con ella, pero me dijo que media hora una consumición. Me quité alguna comida y usaba los ahorros para estar con ella, pero me sentí débil y por puro sentido de supervivencia volví a la casa de comida. Espacié mi asistencia al Pub, con diversas excusas, por temor a que no quisiera acudir a nuestras citas y le propuse que me recibiera en su casa. Lanzó una ruidosa risotada que me dejo confuso y algo desilusionado, me aseguro que estaba prohibido por sus jefes.
Pensé en que quizás mis padres fueran comprensivos y aceptarían que me casara. Busqué a Ureña y le conté mis circunstancias y mis planes, ya que siendo un hombre de mundo, sabría si mi disposición era sensata o una pura locura, algo que yo sospechaba. Pero realmente me había enamorado, no se si de Angustias o de mis relatos fantasiosos. Ureña me soltó un cogotazo de advertencia y con eso recibí su opinión. Pero no solo eso, sino que realmente preocupado por mis afinidades y fijaciones, localizó al habilitado y le hizo participe de mis desvelos.
Aquel fin de semana inesperadamente se presentaron mis padres, recogieron mis bártulos y abandone los estudios de Farmacia. Nunca más supe de Angustias, ni estudie Farmacia, ni volví ha tener  relaciones con mujer alguna. Permanecí  aislado escribiendo fantasías y soñando con un mundo que me era ajeno, pero que me divertía en demasía.

INDALESIO Julio 2013    


                                         N

jueves, 22 de agosto de 2013

PASAJE DE LA VIDA COTIDIANA

                      

Odiaba llegar a casa porque sabía que le esperaba un largo desfile de cosas para hacer, y además todas detalladas en una cartulina pegadas en el frontal de la nevera de la cocina. La inductora era Maruja, su mujer desde hacia siete años. Le había pedido multitud de veces que hiciera acopio de tareas para un día mejor y con mayor disponibilidad, como eran los fines de semana, pero no, siempre se había negado porque los fines de semana quería que la sacara a pasear o alguna función artística.
Aquella tarde llegó especialmente cansado, había sido un día difícil por reuniones y elaboración de la planificación del trabajo del próximo mes. Abrió la puerta esperando que la casa estuviese sin habitantes, Maruja y dos niños, Luis y Alberto, pero sabía que los niños estarían jugando al fútbol y no volverían hasta oscurecer, sobre las nueve de la tarde-noche. Y Maruja era un misterio, unas veces estaba con amigas y otras me esperaba para supervisar las faenas asignadas. Aquella tarde tocaba supervisión.   
Antes de saludar, ya le estaba indicando sus faenas y con su dedo imperativo señalando la nevera y la dichosa cartulina colgada de un palillo.
Soltó con violencia la cartera y dejó caer los brazos en señal de suplica, le pidió unos minutos para tomar una copa que le apartara de la mente el trabajo y sus perlas constantes. Ella, como de forma habitual, le explotó en la cara reproches y su justificación cotidiana, ella se encargaba de las faenas de la casa y era su manera de contribuir al mantenimiento de la familia y de la casa.
Fue hacia la cocina para ver la hoja odiosa, de letra redondeada y cuidadosamente distribuida, y escuchó un primer alarido donde se le reprochaba que no se quitara la ropa del trabajo, que además olía a tabaco y aromas de otras personas. Se giró y miró a su mujer. Era bonita, vestía algo ñoña pero discreta, quizás algo más de seducción vendría bien, pero nunca le había preguntado su opinión y él se acostumbro a no darla. Como le miró fijamente, a ella se le quebró la voz, y le dijo en tono más pausado que arriba tenía ropa de casa. Él continuo mirándola fijamente, quizás fruto del cansancio y de estar pensando en que su vida no se había ajustado a lo que él siempre deseo. Cuando ella le preguntó con tono desabrido, que miraba, el tuvo un pensamiento violento, pero solo continuo con la mirada fija y absolutamente descolgado de la realidad. Entonces tanteó con su mano derecha buscando posiblemente la cartera o quizás algún objeto contundente, según la versión de ella, pero al no encontrar nada, se giró en el mismo momento en que entraron sus hijos por la puerta gritando y peleándose. Aquello rompió la tensión y despertó a mi amigo, bueno en realidad no es mi amigo, es mi cliente. Porque yo soy el que le lleva su divorcio, y lo tenemos duro porque ella le pide la casa, manutención de los niños, y dinero para compensar el tiempo empleado en él y su familia. Y yo se que lo tiene duro, pero que muy duro, aunque ha recuperado su libertad ¿pero a que precio? Aquella noche  bebió mucho y cogió una buena cogorza, que acabó en un escándalo y en la primera demanda de separación, porque según ella la violó antes de llamar a la policía, que solo levantó atestado y la advertencia de que si la denuncia progresaba tendría que responder de las consecuencias que quisiera su mujer.
Cuando la borrachera pasó, pudo darse cuenta de que le había dado vidilla y que ella no era tan mala como creía, algo mandona si, pero que le vamos hacer, nadie es perfecto. Pero no, ella no lo había olvidado y continuó con la demanda, que acabó con mi cliente fuera de su casa, con la perdida de la propiedad de la casa, el sueldo intervenido y una gran numero de obligaciones que le estaba dejando completamente arruinado y en un mal estado personal. Descubrió que cada bronca que tenía, le producía una gran excitación que le hacia tener incluso erecciones, algo que hacia tiempo no padecía, por culpa del alcohol. Así que encontraba excusas para ver a los hijos, y de camino discusión, hasta que el juez busco un terreno neutral para poder intercambiar a los hijos.
Quizás ella, igualmente se acostumbró ha machacar al interfecto y cada varios meses le obsequiaba con otra demanda, que incomprensiblemente y por causas poco claras perdía, hasta que le dejo en la más absoluta de las indigencias, ya que vivía con lo básico de su sueldo y sin poder pagar el alquiler de su apartamento.
Hace un mes recibí una misiva suya, donde me anunciaba que prescindía de mis servicios y que por el momento no podía abonarme mis honorarios. También que, visto el mal resultado de sus acciones legales, había decidido pedir disculpas a su ex - mujer y que le permitiera vivir en la casa y que aceptaba todas sus condiciones.  
Que yo no había podido apercibir que el quería mucho a su familia y que la única solución que veía para su vida era volver a compartir los hechos cotidianos con ellos, dejar el alcohol y volver al lugar de donde nunca debía haber salido.
Olvidé aquel asunto durante varios meses, hasta que me sorprendió leer en la prensa local el anuncio del fallecimiento. Después supe que nunca consiguió volver con su familia, que la mujer estaba con otro y que los hijos estaban internos en un colegio.
Desde entonces modifiqué mi estrategia con los divorcios.
INDALESIO Julio 2013  



jueves, 15 de agosto de 2013

TRAGAR SALIVA












Busqué algo de saliva para humedecer mi boca, pero estaba absolutamente seca y con mis mucosas bucales pegadas a las piezas dentarias. Con la lengua recorrí cada esquina de mi boca, pero por más que  la agitaba nada se modificaba, absolutamente ausente de cualquier humedad y fluido. ¿Cómo llegué a este estado? Espero que lo comprendas amigo lector.
Soy una persona corriente, hago muchas cosas pero ninguna bien, y padezco una distocia social fruto de mi timidez y de mi falta de práctica de relacionarme con el prójimo. Lo descubrí hace años, cuando siendo un joven con posibilidades, fui renunciando a ellas por mi falta de estímulos en superar los obstáculos que se me presentaban.
Esos renuncios me hacían ser un personaje  terriblemente desgraciado y sufría cuando me encontraba con una situación que podía ser comprometida para conmigo. Y en especial cuando discutía e intentaba mantener una posición comprometida y poco usual. En un sucinto  resumen, soy un desastre como persona pública y privada.
¿Por qué se me secó la boca? Aunque tenga pudor debo decir que me siento un cobarde y cuando alguna situación me sobrepasa tengo sensaciones  de  aturdimiento y no consigo elaborar razones de ningún tipo, incluso me atenaza tal pánico que no consigo elaborar la más mínima defensa incluso física.
Me encontraba guardando lugar en una cola, para conseguir un empleo en  una oficina de registro público, cuando apareció un personaje corpulento y acompañado por una joven de ajustadas ropas que con un discreto empujón apartó una mujer de la fila y permaneció en su lugar. La mujer no le dio tiempo a protestar, cuando  el grandullón ya le estaba replicando que se callara porque él estaba antes que ella. Yo, estaba detrás y mi primer impulso fue girarme discretamente para ausentarme de un asunto que no me afectaba, pero si me afectaba porque el se ponía delante y yo estaba ya cansado de la espera, además el tipo pretendía el mismo trabajo que yo, según manifestó. Le repliqué mientras ayudaba a la mujer a recoger los papeles que todos llevábamos para ser aceptados en el desempleo. El grandullón se giró y cogiéndome del cuello me zarandeó violentamente, mientras yo sin razonar y sintiendo una gran alevosía le propiné una patada en el lugar que llamamos entrepiernas. Mi boca estaba fruto del forcejeo algo reseca pero algo húmeda, por la excitación que había sentido y el enorme enfado que me produjo el abuso del tipejo aquel.
Como no es usual que me vea implicado en una hazaña de violencia social me sentí algo confuso y no pude apercibir de inmediato, que el tipo estaba tirado en el suelo con los ojos cerrados y sin movimiento. Intenté ayudarlo mientras escuchaba que le mujer de ropas ajustadas gritaba, denunciando que lo había matado, mientras me señalaba con el dedo. Pasaron dos minutos, cuando aparecieron dos guardias nacionales, que me sujetaron las manos con unas esposas y me empujaron hacia una habitación con sillas y mesa. Hablamos o quizás mejor ellos hablaron de la violencia que esta a flor de piel en la sociedad, y de lo difícil que es el mantenimiento de un orden cívico. Fue ahí cuando comencé a sentir que mi boca se secaba y que yo estaba realmente asustado, porque además los guardias comenzaron a pasar de un estado de tranquilidad a una furia incriminatoria  contra mi persona y situación. Pedí realizando un esfuerzo, comparecieran testigos de los hechos. Acudieron la señora empujada, la mujer de ropas ajustadas y un joven que protestó por el adelantamiento del individuo de marras.
Todos sin excepción me incriminaron como el culpable de los hechos, de uso desmedido de la violencia, de comportamiento bestial con un ciudadano que buscaba trabajo para alimentar a su familia. Y yo suplicaba que dijeran la verdad, que estaba realmente preocupado porque mi visión de lo acontecido era, según mi óptica, muy distinto de lo que se me acusaba. Los guardias llamaron  al furgón celular para llevarme ante el juez.  Antes me amenazaron, y fue en ese momento cuando sentí más pánico, intentaba por todos los medios que entendieran que todo era al revés, que el culpable era el otro hombre y que yo solo había salido en defensa del respeto por el orden. Pero fue inútil. Cuando salí de la habitación pude comprobar como todos mi miraban con gestos despectivos, y sentí asco y arcadas. Cuando se me pasó las ansias, vi el hombre grande y poderoso siendo atendido por servicios sanitarios, y una aglomeración de paisanos alrededor lamentándose de aquella barbarie, que yo había acometido.
El guardia que estaba más cerca me empujo, mientras me aseguraba que jamás un policía puede sufrir violencia por parte de un civil, y que a mi se me caería el pelo con la jueza de guardia, defensora a ultranza de los cuerpos de seguridad del estado.
Fue cuando me di cuenta que realmente pudiera ser que yo deformara la realidad, y que  con una visión complicada de los hechos excusara mi actitud violenta para con todos los que me rodean, y de ahí la distocia social que padecía.
Ya no tenía nada en mi boca e incluso tenía dificultad para tragar, y cada gesto que realizaba para respirar me desgarraba la laringe. Temí por mi vida en aquellos momentos, adelante uno de mis brazos para avisar al guardia, y este creyendo que le estaba amenazando me golpeo con la culata de la pistola. Al llenarse la boca de sangre sentí un enorme alivio ya que al fin podía tragar y respirar sin dificultad, aunque sinceramente me dolían las encías por la caída de piezas dentales.

Marzo 2013         INDALESIO   


viernes, 9 de agosto de 2013

EL ENTREMÉS IMPROVISADO




            Siempre había tenido ganas de organizar una representación de teatro en casa. Cuando se lo propuse a unos amigos sugiriendo, incluso, el entremés de Cervantes El retablo de las maravillas, respondieron como esos perros que se asustan ante un visitante con el que desean hacer amistad para su propia tranquilidad, perolo que va delmiedo al deseo (o del deseo al miedo)los paraliza. Mientras explicaba el argumento una esposa desinhibida, me preguntó si eso no se parecía al rey desnudo y le dije que sí, pero que era anterior.
-Más interesante –dijo con picardía- veo lo del rey desnudo y a ti haciendo de rey.
-Si introducimos una variación –respondí un tanto picado- con protagonista femenino podrías lucirte.
-De acuerdo, contestó ante el estupor general.
            El grupo lo formábamos tres o cuatro matrimonios que desde la universidad aparentábamos ser liberales, progresistas, críticos y todas esas cosas que dice ser la burguesía provinciana aficionada a las películas de Woody Allen. La reacción del marido de la atrevida fue un anticipo de lo que puede ser un amago de infarto. No pudo decir por progre las cosas que se le ocurrieron, pero utilizando la estrategia de la ironía intentó desbaratar el invento sin atreverse a lamer al enemigo pero sin separarse de él.
            La representación fue muy tosca porque acordamos improvisar. El ambiente fraguó rápido como esos hormigones modernos que no necesitan tiempo de oreo. Se cargó de risas menudas, de murmullos cautos e incluso de presagios tristes. Asistido por un ayudante tomé medidas de la actriz principal que en su desnudez presentaba la lozaníade la que quería presumir delante, sobre todo, de las mujeres.
-No me saques más barriga que la que tengo, dijo mientras con precaución rodeaba su cintura con la cinta métrica.
-Las cifras no mienten majestad, comenté de cerca, el traje que lleva puesto no necesita interpretación.
-Sastre, me dijo con autoridad, procure que parezca más alta de lo que soy y no se meta en detalles matemáticos. Sepa que no acostumbro a discutir con la servidumbre.
-El tocado ¿lo quiere de seda o prefiere un tul transparente?
-Claridad y transparencia son el lema de mi reinado.
-No puedo decir lo mismo de mi situación, señora, mucho está tardando en aparecer el inocente.
-No te lo hagas tú que la función no ha hecho más que empezar.
-Pues yo estoy para que me asistan, si estuviera desnudo sabría por qué.
-¿Tenía segunda parte el cuento de Andersen?
-Si no la tenía la podemos improvisar.
-¿Crees que el público se divierte?
-Alguien espero que no.
-Sastre ¿de que medida es su vara?
-Normal, majestad.
-¿Se puede ver?
-Al menos se puede tocar.
-Claridad y transparencia.
-Nos alejamos del guión.
-No me vuelvas a hablar si no muestras lo que tienes.
-A la vista está.
-La próxima vez representamos un auto sacramental, gritó desde el fondo de la sala el rey consorte, ya está bien la cosa.
-A tu marido le ha gustado la cosa ¿y a ti?
-A mi me encanta.
-Entonces ¿quedamos?
-Señoras y señores, gritó la reina desnuda, este sastre es un farsante, me está haciendo proposiciones deshonestas.

CIRANO

sábado, 3 de agosto de 2013

MIEDO


                                     

Si algo me disgustaba del colegio era madrugar y la vuelta, cuando en invierno oscurecía temprano. Recuerdo que me levantaban sin despertarme, me calaban los pantalones y calcetines aún con los ojos cerrados y me ponían de pie. Era  cuando abría los ojos, normalmente porque me golpeaba con el adorno de la litera donde dormía mi hermano. Me lamentaba y levantaba los brazos para frotarme la mollera, momento que aprovechaba mi madre para colarme los brazos de la camisa. Después me empujaba hacia el interior del baño y me restregaba la cara y orejas, y entonces yo protestaba desaforadamente, que solía coincidir con mi enérgico despertar furibundo. Antes de que terminara de protestar porque estaba malito, me colgaba la mochila y guardaba el bocadillo de mantequilla con azúcar en su interior, entonces era el momento que me encontraba en el jardín camino de la parada del tranvía.
Cada día me lamentaba de mi mala fortuna y me prometía ser más listo en la  próxima  ocasión. Pero nunca lo conseguí, mi madre afortunadamente siempre me venció, y cada día fui al colegio, hasta que terminé el bachillerato.
La vuelta del colegio es cosa distinta, porque realmente pasaba miedo. Vivía en el Monte de Sancha, un lugar cercano al centro de la ciudad, pero a su vez tranquilo y habitado por ciudadanos pacíficos, al menos en apariencia. Viviendas unifamiliares o compartidas por dos familias daba una densidad humana reducida y compuesta por ciudadanos de edad avanzada, lo cual mantenía una armoniosa convivencia ejemplar.
Tenía un defecto, no estaba iluminada con alumbrado público, solo por el reflejo del interior de cada casa, lo cual si me retrasaba unos minutos y daban las seis de la tarde, el sol desaparecía en las montañas del oeste y yo tenía que subir a oscuras. Había decidido esperar a mi hermano algo mayor que yo, pero fue infructuoso porque nunca aparecía ni me esperaba, así que decidí tomar valor y subir solo. Digo subir, porque era una larga ascensión de algo más de quince minutos, por unas escaleras en mal estado y absolutamente a oscuras. Tenía calculado que a toda velocidad tardaría ocho minutos, pero en el último tramo mi corazón bloqueaba mis piernas negándose a continuar. Mi boca era pequeña para admitir todo el aire que necesitaban mis pulmones, y jadeaba como un poseso.    
En otra ocasión decidí subir cantando para espantar los eventuales atacantes de niños, que tanto se hablaba en los comentarios de los mayores. Pero no me sentía bien protegido y los deseché, para usar la subida silente y astuta. Quizás esa fue la perdición para un niño de no más de siete años.
Corría en tramos cortos y me protegía en algún recodo de las escaleras, al resguardo de un posible ataque, entonces mantenía  un sepulcral silencio para averiguar si alguien me acechaba. Nunca nadie me acechó o asustó, pero si escuché conversaciones, discusiones, peleas e improperios de mis pacíficos vecinos, que me hicieron aprender que no comprender, lo difícil que es la vida de los ciudadanos de puertas para adentro.
Y así fui testigo del grito de muerte de la señora Smitt, cuando en el curso de una pelea con un hombre, según me enteré después, porque no entendía que la señora Smitt que vivía sola se peleara con un hombre, y menos los porqué le hacían daño y gritaba tanto. Corrí desesperadamente hasta que caí en brazos de Ana, la cocinera de mi casa, que paseaba con su pretendiente, y que me tranquilizo mintiéndome sobre el origen de aquellos gritos. Aquella noche advertí a mi madre, para que lo transmitiera a mi padre, que nunca más volvería a subir aquellas escaleras solo, y aún hoy noto un escalofrío al recordar aquellos regresos del colegio.

 INDALESIO     DIC. 2012    


sábado, 27 de julio de 2013

CAUSA EFECTO




     

            Cuando me di cuenta de que salía conmigo nada más que para follar lo consideré una tragedia. Más tarde, cuando lo interpreté como un halago, las cosas empezaron a funcionar. Nos veíamos cuando le apetecía. Después de la revelación no me costó trabajo aceptar que me llamaba cuando podía y cuando quería. Mi obligación era responder. Me llevaba puesta la recompensa con ese bienestar que resulta de saber que ella quedaba, al menos, tan satisfecha como yo. Pedía y se lo daba. Se entregada con resolución, sin reservas ni miramientos. Ahora esto, luego lo otro. Lo que quisiera, para eso estaba yo.
            Cuanto menos sepas de mí mejor, me había dicho. Cuanto menos nos conozcamos más libres seremos. Y éramos libres, unidos por la carne. La satisfacción se devalúa cuando llega sin dudas, pero cuando se improvisa de manera discreta, se atesora como pilas de monedas: incluso se pueden añadir a la misma columna céntimos o unidades enteras. Todos suman, una veces más y otras menos. Así se apilaban nuestros encuentros, a veces ponían más, a veces menos, pero siempre añadían algo nuevo o renovaban lo guardado. No era tarea obligatoria como la que tenía que hacer para rellenar la seccióndel periódico o para cumplir compromisos que adquiría para sostener el tren de vida que me había impuesto, mantener la casa, el colegio de los niños, las fiestas y los viajes de trabajo.
            El talento se manifiesta por ofrecer algo que se pueda resumir como interesante. Un buen escritor dice cosas interesantes, un buen arquitecto diseña edificios interesantes y así todo. Una buena amante provoca sensaciones interesantes, de mérito, que se saborean y se recuerdan. Ella decía que no había que darle más importancia, que mientras funcionara había que seguir sin intentar cambios que podían ir a peor. Las cosas son como son, sin buscar profundidades ni consecuencias. Pensaba yo entonces que una ninfómana era una mujer con mente de hombre. Un cuerpo femenino dirigido por un cerebro masculino. Por eso dudaba de ella y fue lo que me determinó a contratar a un detective.
            Resultó ser un buen profesional que me aportó datos interesantes. El grado de escabrosidad de sus informes dependía de lo que estuviera dispuesto a gastar. Tras un rastreo inicial me comunicó que podía llegar hasta donde quisiera, tanto en lo público como en lo privado. De lo público desistí porque al fin de cuentas yo mismo podía averiguar lo que quisiera, si no lo había hecho ya fue por cumplir ese contrato de independencia que nos dimos. El morbo estaba en saber a qué se dedicaba cuando sin estar conmigo tampoco estaba visible. A lo que todo el mundo, me dijo el detective. Trabaja, tiene una familia, no lleva una doble vida y puedo indagar las relaciones conyugales sin dificultad ya que vive en un último piso fácil de abordar desde la terraza. Si quiere puedo colocar micrófonos en todas las ventanas incluidas las del dormitorio. También se puede gravar con infrarrojos.
            No quise durante algún tiempo. El que fuera una mujer normal me tranquilizó. A cada hora del día podía imaginar donde estaba de  acuerdo con los informes que me proporcionó el espía. Nada anormal, incluso resultaba una mujer tímida y callada. Quise saber más. En la casa se ocupaba de todo. Los niños eran unos vagos que abusaban de su madre y el marido chapado a la antigua, era machista autoritario sin autoridad. Gritaba, amenazaba pero luego suplicaba caricias. Era brusco hasta en eso: ¡No va a haber nada esta noche! La mujer callaba.
            A veces envidio el trabajo de los administrativos del periódico que no tienen más que seguir el guión que se les marca sin sentir la ansiedad de enfrentarse al teclado del que hay que sacar el artículo en el que te juegos el prestigio a cada palabra. Sobre todo después de una noche de vacile donde parecen borrarse las ideas como los letreros a tiza de los escaparates que barre la lluvia. El relato necesita, en un momento dado, un escorzo, una pirueta que alerte al lector de que lo bueno está por llegar. En mi caso no está a punto de suceder eso. Cuantos más detalles personales conocía menos posibilidades tenía de sorpresa. Parecía que todo encajaba como si se tratara de una conjetura sicológica. Sus actos respondían al principio de causa efecto, donde yo era siempre el efecto, el resultado de las causas que la movían a necesitarme.

CIRANO