Cuando Benito terminó de colocar la última letra y escribió la fecha de terminación, sintió una inmensa satisfacción. Había tardado diez y ocho meses de intenso trabajo, cuatro horas diarias, a razón de dos páginas diarias. Pensó con una gran alegría que ya se podía considerar escritor y calculó el número aproximado de ejemplares que imprimiría, tres mil en la primera edición.
Maqueto con el rudimentario Word, mientras pensaba en el número de páginas que saldrían en el la edición definitiva, no sería un libro muy voluminoso doscientas ochenta páginas, pero lo importante de una gran calidad.
Había decidido plantear desde un principio un índice de correlato, y lo había colocado en un folio grande delante de la mesa de trabajo. Cada capítulo constaría de cuarenta páginas y cuadro los tiempos de la historia para hacerlos coincidir con los números de páginas. Después dosificó los tiempos e indicó junto al índice los nombres de los personajes, los tiempos gramaticales, y el ritmo de la acción. Cada página mantendría la intensidad de la narración sin salir ni por exceso de lo planificado.
De las cuatro horas de trabajo diario, una sería para corrección y limpieza de las asperezas gramaticales y de la acción, había salido escaldado de un intento previo con un relato, que lo dejó para el final y no supo reordenarlo. Cada capítulo le dedicaría un día solo para lectura y comprobación del ritmo, algo que siempre le preocupó cuando escribía a tirones en días sueltos, ya que notaba mucho los cambios de humor de cada día, así como la lucidez y facilidad de narración de cada jornada. Las reiteraciones las anotaba en escolios para después, en el día asignado, buscar un sinónimo en el diccionario inverso de la lengua española.
Bueno, ahora envió las doscientos ochenta páginas a la impresora, y se puso a ver como salían manchadas cada uno de los folios con las letras que formaban la lectura de su preciosa y delicada historia. Comprobó que estuvieran numeradas y sus márgenes con las sangrías y saltos, después perforo los folios de diez en diez y los unió cosiéndolos con unas cuerdas enceradas especiales para cosidos de papeles.
Se sentó en su butaca de cuadros y comenzó a leer página a página, no sin antes colocarse sus antiparras favoritas, tenía suficiente tiempo como para en dos sentadas y conociendo tan bien su historia, leer y disfrutar de una de las mejores novelas que se podrían haber escrito en los últimos cien años.
Pensó que no debía ser tan vanidoso, y sonriendo se acordó de algún critico e incluso algún amigo que le encontraría faltas a su muy elaborada novela. Después se sumergió en la lectura.
El día siguiente fue el más amargo de su vida, aquella historia no tenía ninguna frescura, ni personalidad, ni interés, ni elaboración peculiar, ni estructura de interés, ni …… La guardó en el segundo cajón de su mesa de trabajo y decidió no volver a escribir de esa forma. La escritura es un arte y no se puede encorsetar, ni se debe.
4 de julio de 2007 Málaga INDALESIO