sábado, 9 de octubre de 2010

MICRORELATOS IX


Cuando Benito terminó de colocar la última letra y escribió la fecha de terminación, sintió una inmensa satisfacción. Había tardado diez y ocho meses de intenso trabajo, cuatro horas diarias, a razón de dos páginas diarias. Pensó con una gran alegría que ya se podía considerar escritor y calculó el número aproximado de ejemplares que imprimiría, tres mil en la primera edición.
Maqueto con el rudimentario Word, mientras pensaba en el número de páginas que saldrían en el la edición definitiva, no sería un libro muy voluminoso doscientas ochenta páginas, pero lo importante de una gran calidad.
Había decidido plantear desde un principio un índice de correlato, y lo había colocado en un folio grande delante de la mesa de trabajo. Cada capítulo constaría de cuarenta páginas y cuadro los tiempos de la historia para hacerlos coincidir con los números de páginas. Después dosificó los tiempos e indicó junto al índice los nombres de los personajes, los tiempos gramaticales, y el ritmo de la acción. Cada página mantendría la intensidad de la narración sin salir ni por exceso de lo planificado.
De las cuatro horas de trabajo diario, una sería para corrección y limpieza de las asperezas gramaticales y de la acción, había salido escaldado de un intento previo con un relato, que lo dejó para el final y no supo reordenarlo. Cada capítulo le dedicaría un día solo para lectura y comprobación del ritmo, algo que siempre le preocupó cuando escribía a tirones en días sueltos, ya que notaba mucho los cambios de humor de cada día, así como la lucidez y facilidad de narración de cada jornada. Las reiteraciones las anotaba en escolios para después, en el día asignado, buscar un sinónimo en el diccionario inverso de la lengua española.
Bueno, ahora envió las doscientos ochenta páginas a la impresora, y se puso a ver como salían manchadas cada uno de los folios con las letras que formaban la lectura de su preciosa y delicada historia. Comprobó que estuvieran numeradas y sus márgenes con las sangrías y saltos, después perforo los folios de diez en diez y los unió cosiéndolos con unas cuerdas enceradas especiales para cosidos de papeles.
Se sentó en su butaca de cuadros y comenzó a leer página a página, no sin antes colocarse sus antiparras favoritas, tenía suficiente tiempo como para en dos sentadas y conociendo tan bien su historia, leer y disfrutar de una de las mejores novelas que se podrían haber escrito en los últimos cien años.
Pensó que no debía ser tan vanidoso, y sonriendo se acordó de algún critico e incluso algún amigo que le encontraría faltas a su muy elaborada novela. Después se sumergió en la lectura.
El día siguiente fue el más amargo de su vida, aquella historia no tenía ninguna frescura, ni personalidad, ni interés, ni elaboración peculiar, ni estructura de interés, ni …… La guardó en el segundo cajón de su mesa de trabajo y decidió no volver a escribir de esa forma. La escritura es un arte y no se puede encorsetar, ni se debe.
4 de julio de 2007 Málaga  INDALESIO

sábado, 2 de octubre de 2010

MICRORELATOS VIII


Escribidor por afición, Don Eufrasio sentía que el tiempo pasaba y continuaba sin producir letras algunas. Después de volver del trabajo y en la esquina del estrecho tabuco donde habitaba, calentaba un mísero café de achicoria y cogiendo papel y lápiz escribía. De un tirón llenaba de letras una página completa y allí acababa, con un solitario y débil punto y final.
Eso era lo más que conseguía escribir, y no logró contar una historia completa hasta que entendió que las historias solo se ponen en marcha, y el resto es responsabilidad del lector. Cuando entendió la inmensa profundidad de sus conclusiones notó un gran alivio porque sentía que le liberaban de la suma responsabilidad de escribir historias.
Al final de escribir miles de paginas y pensando que pondría a cavilar a miles de futuros lectores, cogió el enorme mazo de papeles cosidos con cuerda resistente y lo metió en una maleta de cartón endurecido. Subió al colectivo con gran esfuerzo y se dirigió a la editorial de mayor renombre y donde conocía a uno de los correctores.
En la puerta del edificio editorial le preguntaron por sus intenciones, y señalando la maleta le indicó al portero que traía un importante tesoro.
Nunca le permitieron subir, ni incluso pasar de la puerta del edificio. Su amigo el corrector, disimuló con la amistad que les unía y solo le permitió el favor de aceptar una de las historias para leerla no sin antes prometerle que la pasaría al responsable de las publicaciones. Pero que era muy importante que no se hiciera significar, porque la política editorial de la empresa iba muy unida a la discreción y a la ausencia de estridencia de los escritores, que incluso firmaban un manifiesto de comportamiento correcto y de escrituras adecuadas, dejando al responsable la interpretación de adecuada.
Algo confuso y no permitiéndole dejar la maleta de cartón con sus escritos, volvió a subir al colectivo arrastrando su pesada carga, además de subir los sesenta escalones de su empinada escalera que conducía a su tabuco mísero. No obtuvo respuesta nunca de la editorial, ni jamás le propusieron participar en premios literarios, de tan frecuentes promoción para las empresas de ediciones literarias. Incluso cuando se produjo esa crisis de valores imaginativos y se publicaba todo, hasta las etiquetas de productos de farmacia, nadie se acordó de Eufrasio que continuaba escribiendo historias que planteaban un desarrollo pero que dejaban a criterio de lector el desenlace de las laicas historias.
MIAMI    1 de julio de 2007

sábado, 25 de septiembre de 2010

MICRORELATOS VII


Hace dos meses recibí un correo electrónico de una sociedad filantrópica americana que me invitaba a dar unas conferencias en el estado de Florida. Mis conocimientos del idioma son reducidos e ignoraba en que términos estaban escritos los deseos de esta sociedad. Mi eterna profesora de inglés me lo tradujo e incluso lo escribió para que tuviera la oportunidad de releerlo. Al fin entendí que querían que diera una conferencia para un público de origen cubano que deseaban conocer toda la literatura contra revolucionaria que se generaba en el mundo, y en especial la que se escribía contra Castro.
No salía de mi asombro, porque desconozco ese tema y para nada he manifestado ninguna opinión sobre este tipo de literatura. Aunque picado por la curiosidad me decidí a escribir un mail a la sociedad, realizando algunas preguntas e indagando sobre el origen de semejante dislate. Dos días más tarde recibí contestación, una señora que se identificaba como Paulina Espercobich me pedía disculpas por el efecto que me había hecho la solicitud de la Sociedad, pero que habían recibido información de que yo había realizado un extenso trabajo sobre los disidentes cubanos y en especial de los que vivían de la pluma. Manifestaba continuar interesada en contar con mis conocimientos y deseaba que me trasladara a Miami durante el mes de Junio para participar en el foro que anualmente se celebraba con la aquiescencia de la Fundación para el Desarrollo de la lucha contra el Castrismo. Me adjuntaba un contrato de diez puntos donde debía aceptar las condiciones estipuladas por la sociedad y que consistía en especial que se convertían en propietarios de los trabajos que yo presentara y de la publicación de ellos.
Entre asombrado y estupefacto me detuve durante unas horas para pensar cual sería mi actitud y respuesta, mientras escancié un vaso de licor con hielo. Al fin decidí responder mediante otro correo, de forma que negándome no fuera de una manera muy violenta o desagradable. Lo escribí de forma ordenada y estructurada para que no diera lugar a falsas interpretaciones, y sin esperara respuesta rompiendo cualquier tipo de nueva relación.
En primer lugar les manifestaba que de lo que yo creía entender era de escritores con pluma, a saber homosexuales y no necesariamente cubanos sino de todo tipo de país y civilización. Dos, que mi interés se centraba no en la disidencia política, sino en la influencia que tenía sus gustos condicionados en el tipo de literatura que realizan. Y tres, que siendo yo de tendencia más próxima a la demócrata podría provocar o generar opiniones que perjudicarían la buena reputación de su sociedad.
Nunca obtuve respuesta.



domingo, 19 de septiembre de 2010

MICRORELATO VI


Quizás no estuviera justificado pero sentí un gran enfado con mi amigo Manolo, y le retiré mi amistad e incluso el saludo. Éramos inseparable desde hacia muchos años, habíamos vivido momentos políticos difíciles y situaciones personales delicadas, y siempre habíamos acudido a buscar consuelo, del amigo entrañable. Es esa situación que algunos llaman química y que todos los demás denominamos empatía, pero lo que realmente era cierto es que nunca habíamos fallado el uno al otro, y quizás porque ambos teníamos una formación similar y unos intereses sociales y filosóficos parecidos.
Habitualmente nos citábamos los fines de semana y paseábamos mientras contábamos inquietudes, proyectos y empresas utópicas, que nos servían para referenciar la potente imaginación que poseíamos y la enorme frustración que arrastrábamos por no poder realizar ninguna.
No fue óbice para que en cierto momento yo escribiera unas páginas, sobre un hecho que habíamos vivido ambos. Con algo de ilusión aquel sábado se lo di para que lo leyera y me diera su opinión con vista a enviarlo al diario El País, periódico conocido por sus ideas del beneficio propio. Manolo lo enrollo en su mano derecha y no dijo nada, continuó contándome un asunto que le preocupaba. Pero yo estaba deseoso de que me pidiera sentarnos para leerlo y con sus bendiciones enviarlo por correo electrónico ese mismo fin de semana, único momento libre para veleidades de ese tipo.
Pero pasaban los minutos y nada, yo miraba con disimulo su sudorosa mano y las hojas arrugadas y húmedas. Al fin nos acercábamos a la cafetería El Rodeo y divisamos al conocido periodista Rafael Buendía y a un compañero de ambos afamado pianista y hombre amante de la divergencia oral e incluso escrita. Era inevitable el sentarse y cambiar impresiones, por supuesto de política, y denostar sin faltar al gobierno de la nación.
Nada más sentarnos, Manolo desplegó las cuartillas y pidiendo autorización y ante mi horrorizada cara, comenzó a leer con una entonación que rallaba en la sorna. Yo intenté en vano que callara y dejara de hacer pública unas notas personales, de las que solo me interesaba su opinión, pero él lo excuso para que todos pudieran conocer mi ambiciosa pluma. Al terminar y sabiendo que aquellos bifrontes eran unos reaccionarios, me levanté ofendido y le retiré las hojas de sus manos. Antes de irme pude escuchar algún comentario que como ya supuse eran de neto color ambiguo conservador, pragmático y reaccionario. Perdí un amigo y una persona que pudiera compartir conmigo las inquietudes y deseos de los amantes de la razón pura y crítica.

INDALESIO

11de junio de 2007

miércoles, 8 de septiembre de 2010

MICRORELATOS V


La señora Kunstner sabía que era una mujer guapa y deseada por los hombres que la conocían. Pero los hombres que la conocían eran los amigos de su esposo, el importante financiero señor Kunstner.
Este señor tenía muy abandonada a su esposa, en especial porque se había cansado de ella y ahora sentía poca excitación cuando compartían lecho. Además mantenía una relación consentida con su secretaria que le daba grandes satisfacciones y muy pocos problemas. Una vez en semana, el señor Kunstner acudía al domicilio de su secretaria y amante, y saciaba sus apetitos carnales y lujuriosos, porque ambos sentían gran atracción por el sexo y algunas de sus perversiones y sin reproches se despedían en paz y armonía hasta la siguiente semana.
Ana, que así se llamaba la señora Kunstner, decidió que haría la vista gorda con las veleidades de su rico esposo, y olvidaría las obligaciones que tenía como marido y cabeza de familia. Pero ella se iba a tomar buena cuenta de satisfacer sus sentimientos con quién quisiera y cuando quisiera.
No fue fácil porque muchos de los hombres que le gustaban, sabiendo que era mujer casada huían de su entorno y de frecuentar su compañía. Solo consiguió mantener una casta relación con un compañero de academia de pintura, que siendo soltero y de otra ciudad le invitaba a café una vez terminada las clases de pintura.
Cierto día volviendo de la academia, se encontró con un socio de su marido que siempre le había parecido formal y discreto. Charlaron durante un buen rato y aceptó una invitación para almorzar ese mismo día. Cuando terminaron y pasaron al salón del restaurante para tomar un licor, Ana se desabrochó el último botón del vestido y al cruzar las piernas se podía apreciar unas preciosas piernas torneadas, jóvenes y sugerentes. El socio se sentía abrumado y los ojos pasaban de la cara de Ana a las piernas que asomaban por el abierto traje. Entonces comenzó a hacerles requiebros y palabras seductoras, que Ana aceptaba con una cándida sonrisa. Pero el joven no terminaba de dar el paso y solo se ofreció a acompañarla a su casa. Ana le dio facilidades pero cada vez notaba al joven más aturrullado y confuso y decidió acabar la escena con un agradeciendo amable y con un hasta otro día.
Cuando llegó a su casa, fue al baño y se encontró con su ropa interior mojada, fue entonces cuando se acordó de su amiga de juventud y de los juegos amatorios que realizaron durante años. Se cambió y llamó por teléfono a su amiga. Aquella misma tarde quedaron para recordar viejos tiempos y lo mucho que se divertían.


10 de junio de 2007

jueves, 19 de agosto de 2010

MICRORELATOS DE LA ESPERA IV

Escuché el grito a una distancia que no era corta, pero presentí que ocurría algo preocupante. Me detuve y oriente mi cabeza en el sentido que las orejas puedan escuchar mejor, volví a oír el grito, ahora con deje de lamentación muy elevado. Ya sabía de donde procedía, bueno al menos en que dirección, me miré los zapatos y sospeché que sufrirían algún deterioro. Es curioso que me preocupen estas tonterías y en especial en que momentos más delicados, pero lo cierto que no es la primera vez que me ocurre. Una vez me desvié conduciendo de la calle por donde transitaba porque presencié un accidente, y temía que los heridos me mancharan la tapicería y además que podía hacer yo por aquellos desgraciados gravemente lesionados, si mis conocimientos sanitarios son muy escasos.
Abrí la puerta de la casa de mis padres, una cancela de madera con listones pintados de verde y terminados en punta, y salí al llano por donde pasa el coche que tiene mi padre. Corrí en dirección a las escaleras de Bobastro y al culminar la rampa del llano que da acceso al garaje del coche, pisé un charco de agua sucia y pringosa de haber lavado pescado, que minutos antes Juan el cenachero había usado para lavar el pescado que había vendido a Erika la dueña de la Pensión Alemana.
Me sacudí el pie derecho con irritación y enfado y jure con palabras soeces, acordándome de Juan e incluso de la persona emisora de los gritos que continuaba gritando cada vez con mayor intensidad y desesperación.
Me detuve y contemplé el zapato, que al tener rugosidades en las costuras de las piezas que formaban la envoltura de la pala, tenía adherida escamas y algunas espinas de los dichosos júreles, que nadie quería salvo Erika que los consideraba bueno para hacer sopa de pescado e incluso para freírlos.
Me paré y busqué un papel en el limite del derribo que se encontraba a la izquierda del llano, como no lo encontré corté unas matas de un arbusto y restregué la funda de todo el zapato, pero observé que quedaba mal y miré en derredor para encontrar algo más útil. Un trozo de trapo endurecido de quitar pintura asomaba entre escombros, tiré de él y saqué un buen pedazo que sirvió para tintar todo el zapato de blanco y esparcir las escamas del pescado por todo lo ancho y largo del jodido zapato. Tiré el trapo indignado, y volví a jurar en mi mala suerte.
Recordé el motivo de mis prisas y me asomé al inicio de las largas escaleras de Bobastro con la sensación de que tendría que correr para llegar al auxilio de la persona accidentada, pero solo recuerdo que resbalé y caí rodando hasta el primer tramo. Tardaron más de media hora en subirme en una camilla para llevarme al Hospital, perdí el zapato derecho y jamás supieron decirme quién se había caído antes que yo, e incluso comentaban que todo había sido por el golpe que sufrí en la cabeza.
9 de junio de 2007  INDALESIO



domingo, 18 de julio de 2010

MICRORELATOS III

MICRORELATOS PARA LOS TIEMPOS DE ESPERA

Oigo el sonido del teléfono repiqueteando en el silencio de la siesta, abro los ojos e intento orientarme. Estoy tendido en el suelo de un salón, sobre una alfombra gorda y mullida, y tengo una almohada bajo mi cabeza. Sobre mi pecho esta caído y medio sujeto por mis dedos un libro que a buen seguro me encontraba leyendo, se llama Los Amigos y es una edición cuidada de editorial Pretextos.
Me levanto con urgencia y me dirijo al lugar donde se escucha el sonido del teléfono, es fuera del salón y persiste el soniquete habitual de estos cacharros. En verdad y debido a que estoy medio dormido me oriento mal, además no reconozco esta casa, me encuentro invitado por mi vecino que siendo amigo de mis padres me lleva para que haga compañía a sus hijos que son de mi misma edad.
Al fin encuentro el pasillo, donde esta colgado de la pared el dichoso aparato de comunicación, es de baquelita y tiene muy elevado el volumen del sonido. Me sitúo delante, le miro y lo descuelgo:
- Diga, por favor.
- Esta Ludovico.
- Ignoro si existe en esta casa alguien con ese nombre. Me podría dar más datos.
- ¿Pero quién es usted?
- Soy Indalecio, amigo de la familia.
- Ah, ya me han hablado de usted, le ruego que busque alguien responsable y que me pase con Ludovico.
- ¡Insinúa usted que yo no soy responsable!
- Oiga tengo algo de prisa, le ruego que cuelgue el teléfono y no responda cuando vuelva a llamar. Muchas gracias
Volví con parsimonia a mi improvisado lecho, mascullaba palabras de enfado por la estólida conversación que acababa de mantener con aquella mujer a través del estúpido teléfono. Me tendí sobre la calurosa alfombra y reposé mi cabeza sobre la almohada, levanté el libro y comencé a leer aquella historia de Los amigos. De fondo se escuchaba el repiqueteo infernal del aparato telefónico, seguro que sería preguntando por Ludovico. A los pocos minutos el libro calló sobre mi cara y comencé a soñar con uno de mis amigos, Ludovico.
3 de junio de 2007   INDALESIO

lunes, 5 de julio de 2010

MICRORELATOS II

Al fin unas elecciones, alegría y esperanza. Eso es lo que sentimos todos, una enorme e intensa ganas de reír y gritar que al fin nos visita el político y los representantes de los municipios a elegir. Después de varias semanas esa alegría se transforma en abulia y tristeza, ya no vienen, ya no prometen y ya han dejado de aparecer sus caras macilentas y vulgares en las paredes de los barrios marginales. Y en las farolas de los barrios y municipios prósperos y adinerados, que les molesta que le manchen las paredes con pinturas y carteles. Whintan miraba asustado aquellos carteles con la cara de un hombre de tez blanca y sonrisa falsa, algo que podía averiguar con facilidad cualquier miembro de su etnia, que clasificaban a los humanos según el color de su piel o más bien de la intensidad de su color de piel. Los muy negros eran los de evolución más reciente, eran de clase inferior y debían servir a los de tono de piel más clara, que poseían los bienes materiales y el ganado más rico. Los que sonreían eran los de rango inferior, y era la expresión de sufrimiento y tristeza, porque cualquiera que se sintiera ser feliz lloraría para manifestar su situación y rango social. Bueno eso es lo normal y usual, pero esta gente blanca son realmente feos y raros, los anuncios de personas muestran el descaro de la piel extremadamente blanca, llevan antiparras e incluso esbozan una sonrisa degradante y descarada que dice bien poco de los que se anuncian, y menos de los que compran el producto que se anuncia. Yo Whintan hijo de Maducan, mujer mandinga y que vivió treinta y cinco años, muriendo en su mayor estado de belleza y salud, mantengo que deseo salir de este mundo extraño, safio y sin sentido donde viven los hombres que sonríen y que a mayor abundancia de felonía son descaradamente blancos. Necesito emigrar a zonas del mundo donde existan mejores pastos para mi ganado y un clima más benigno para conmigo y mi futura prole de hijos y mujeres. Y en especial deseo emigrar sin la necesidad de tener que usar la fuerza, ya que las armas que poseo solo me sirven para defenderme de mi vecino, del cual ya no necesito defenderme porque somos amigos después de tantos años de vivir juntos; y cazar cuando necesite defender a mi ganado. Esta petición es la primera manifestación que expreso en la escritura que me han enseñado los seres blancos y que me resulta divertida aunque ignoro que utilidad tiene, pero confío que sea útil para manifestar mis intereses y los de mi pueblo, y así justificar ante mis seres queridos esta ausencia de varios años sin que los sienta junto a mi. Si como dicen estos caracteres siempre obtienen respuesta, confío en recibir del amo de esta parte del mundo permiso para trasladar a mi pueblo y familia en la peregrinación, que según nuestros ancestros siempre se realizaba en cada cientos de lustros. EN LA CIUDAD DE CACERES, WHINTAN, hijo de MADUCAN. 2 de junio de 2007

INDALESIO

viernes, 25 de junio de 2010

MICRORELATOS

MICRORELATOS PARA LOS TIEMPOS DE ESPERA

La máquina con la que habitualmente me gano la vida es demasiado pequeña, pero consigo elaborar los escritos sin que me estorben las teclas al ser metálicas y a la sazón dura y resistente. Pero algo me ha hecho desconfiar de ellas, sin saber el motivo y sin esperar semejante comportamiento, las letras desaparecen corriendo por las páginas y elaborando nuevas paginas en blanco. Rápidamente me he dirigido a los comandos para averiguar a que se debía aquella locura e intentar frenar el deterioro que me estaba provocando en los escritos que con tanto esmero elaboro cada día. Busco entre cada una de las columnas de edición, formato, herramientas y tabla, pero en ninguna de ellas encuentro nada anómalo. Me animo entre los demás recursos pero no encuentro nada que me indique que existe algo defectuoso. ¿Qué es lo que pasa? Siguen corriendo por las páginas las últimas letras que he escrito, cuando las localizo me detengo para escribir sobre ellas y las muy traviesas saltan hacia delante desapareciendo de mi vista. De nuevo las busco y tardo en encontrarlas y cuando miró a pie de página veo que ya se han elaborado en blanco noventa hojas no escritas. Me alarmo cuando lo ya escrito se comprime y me indica que solo están allí treinta hojas, aunque buscando encuentro todo lo que recuerdo haber escrito. ¿Pero que es lo que esta ocurriendo?
Con esto yo me gano la vida, y no puedo perderlo. Buscaré una solución, tecleo con el mando derecho copiar, y lo paso a un texto nuevo y en blanco, allí le mando pegar y listo. Pues no, he debido copiar la configuración y sigue comportándose caprichosamente. Cuando le ordeno punto y aparte, salta como un desesperado, y las letras escritas y no grabadas desaparecen corriendo por las páginas en blanco.
Apagó la maquina y la reinicio, todo igual nada cambia y sigue jugando conmigo. Asustado abandono, esta maquina esta definitivamente embrujada.
Vuelvo a iniciar un texto en blanco escribiendo lo que me ocurre y no pasa nada, todo es normal. Solo ocurre si me introduzco entre las letras escritas de la colección denominada DIARIOS QUE CONTIENEN PALABRAS AFÓRICAS, lo blindo y encripto para que no me dañe el resto de los escritos que tenía y que continúo elaborando. Pero sé que me esta espiando y que desea salir de su encriptamiento para contaminar todo lo que escribo y además se él, por qué no le gusta lo que escribo. 2 DE JUNIO 2007
INDALESIO

domingo, 20 de junio de 2010

NOTA EDITORIAL


JOSE SARAMAGO.




La inauguración de este cuaderno de literatura coincide con la desaparición de José Saramago, escritor portugués, Premio Nóbel en 1998.

Queremos hacer sentir nuestra tristeza no por la desaparición de un escritor que nos acompañó en muchos momentos con sus letras, sino por la desaparición de un luchador inquebrantable, crítico irredento, y defensor de cuantas causas consideraba justas. Coincidiendo con el espíritu de este cuaderno, sentimos que hemos perdido un referente difícil de sustituir, si bien tomaremos la antorcha que siempre fue su luz y continuaremos la lucha en defensa de las causas justas y éticas.
 19 DE JUNIO 2010