viernes, 11 de diciembre de 2020

YAMILA

 




                                          


Escuché el sonido irritante del timbre de la puerta de mi casa y me sobresalté, pensé en ignorarle pero al segundo intento debió mantener pulsado el botón de llamada porque juré en arameo con un tono de voz elevado por si acaso me escuchaba y me olvidaba. Pero no, ni me ignoró ni se olvido de que debía estar dentro, porque al tercer intento me levanté y grité:¡ Voy!. Pulsé el contestador y me asomé al hueco de la escalera. Era un hombre con zapatos de material que les hacia sonar con cada paso que daba sobre el suelo de mármol. Le pregunté quien era y no me contestó, es más continuó subiendo los tres pisos que al parecer era su meta, y a saber también mi casa. Desde arriba en el rellano del tercer piso, yo me encontraba apoyado en la barandilla mirando como aquel hombre bien trajeado y con un sombrero de fieltro en su mano, ascendía lentamente. Al llegar al segundo piso, se asomó mirando hacia arriba y me saludó con corrección, preguntó por mi nombre y yo le contesté: ¿Quién le busca? Continuo sin contestar y siguió subiendo el último tramo de la escalera, al llegar al rellano me miró y dijo: ¡Puñetas con las escaleras! Entreabrí la puerta del piso por si acaso tenía que hacer un giro y refugiarme dentro de la vivienda, pero el gesto de sacar un objeto del bolsillo, resulto ser un pañuelo de secarse el sudor. Guardó el blanco y bien doblado moquero y me tendió la mano mientras nombraba su nombre y apellidos. Se llamaba Arsenio Cué. Después de identificarse preguntado por mi nombre, me refirió que deseaba hablar conmigo para un asunto de la máxima importancia. Dudé si admitirlo en mi casa, por eso de lo peligroso que estaba la situación social de mi barrio, y como el señor Cué continuaba expectante mirándome decidí al menos preguntarle que era lo que deseaba saber de mi. “Es un asunto delicado y privado”, dijo mirando en derredor. Me hice a un lado y le indiqué con mi mano que podía pasar, inclinó unos centímetros la cabeza en señal de sometimiento y el sombrero fedora lo apoyó en su pecho, alargo la pierna derecha y entró en la vivienda. Era un hombretón elegante de piel tostada y pelo engominado, con cara risueña y gestos adustos en forma de tics. Permanecí de pie para evitar confianzas y esperé que me dijera los motivos de su visita. “Me envía el señor Cabrera para arreglar un cita literaria para con su persona” “Ignoro quien es el señor Cabrera” le respondí, “me podría indicar algún dato más sobre esa persona” Me miró en hito y secándose la frente comenzó a murmurar palabras que no entendía, le pedí que me repitiera lo que estaba diciendo y aclarándose la voz me dijo. “Necesito saber su opinión sobre el populismo” Me quedé sorprendido mirando sus labios, como seducido y sin comprender de lo que me estaba hablando, sacudí mi cabeza pensando que este movimiento recolocaría mis conexiones neuronales y poder entender lo que me decía. Sonreía de mis gestos cuando pidiendo disculpas retiro una silla y se sentó, volvió a preguntarme y esta vez con la voz más calmada, cual era mi opinión sobre el populismo. Respondí con tranquilidad si hablaba de populismo de derecha o comunista, sonrió ampliamente y me pidió olvidar aquella pregunta y la respuesta que le era suficiente aclaratoria. Me pidió un vaso de agua y después de beberlo, me dijo que en verdad necesitaba saber si mis convicciones ideológicas continuaban igual que años atrás. Continué con cara de pasmado, no entendía que era lo que me preguntaba aquel hombre y a que venía lo de populismo, pero algo ya me llamó la atención, cuando me preguntó si llevaba mucho tiempo sin ver a Ernesto Laclau. En verdad que hacia unas semanas que había estado con Ernesto en la presentación de su libro sobre el populismo, pero la curiosidad me pudo y decidí permitir que aquel personaje me preguntara sobre hechos que estaban en mi intimidad. Pues si le respondí, hace varias semanas he estado con él, “que interés tiene usted en saber mi relación con él” Bueno le pido disculpas me dijo él, “necesitaba saber el estado actual de su posicionamiento ideológico” Me reí por lo ridículo de la conversación y le indique que adelante. que preguntara lo que deseaba. Saco un cigarrillo y lo encendió, “miré” me dijo, “pertenezco al servicio comercial de la embajada Cubana y necesitaba saber su disposición para ayudar a un camarada que se encuentra en una situación delicada de salud y que sabemos que usted le puede ayudar por estar especializado en es patología tan especifica.” “¿Cual es la enfermedad que padece?” Vera no soy médico y no quisiera dar una información equivoca, pero traigo un CD con toda la información clínica para que usted la valore. Solo existe un problema, el paciente es un hombre de edad avanzada y además no puede salir de Cuba, todo lo cual nos lleva a que usted tiene que recoger sus ropas básicas y montar en el primer vuelo que salga en dirección al aeropuerto Jose Marti de la isla de Cuba. “Esto es verdad, o usted me esta tomando el pelo” Mire yo no puedo bromear con estas cosas tan serias, solo le pido que lo tome con rigor y que podamos ayudarle a llegar a destino con mayor prontitud posible. Igualmente necesitamos saber si necesita algún material para que pueda realizar su trabajo con la mayor eficacia posible. “Bueno lo primero es que vea de que asunto se trata y después las necesidades, pero me sorprende todo esto, lo normal es que con toda seguridad se pueda trasladar a algún lugar que esté cerca y que ofrezca las máximas seguridades”. Recogí el CD y lo introduje en el ordenador, sin ninguna clase de problemas y con prontitud apareció la leyenda de la pantalla, unas Rx de las caderas con un enorme quiste en la cadera derecha. Una analítica con valores normales y una ganmagrafia con la única alteración de captación en la cadera derecha. El paciente es fumador e hipertenso. Repasé todos los informes clínicos, incluyendo la preanestésia, y todo parecía correcto, en cuanto al diagnostico con bastante seguridad parecía una necrosis vascular, pero toda esta historia me parecía una broma pesada y algo confusa, así que decidí interrogar al cubano Cué. Me confesó que mi persona había sido recomendada por un secretario de embajada, cuyo nombre no podía confesar, por motivos de seguridad, pero todo esto me hacía dudar aun más, Quien cojónes me conocía a mi, si yo al fin solo era un digno cirujano de huesos afincado en un provincia, de ideas progresista desde hacia algunos años. Pero este señor Cué era tozudo y una y otra vez rebatía los argumentos y dificultades que le planteaba, así que le hice una relación de material que necesitaba para implantarle una prótesis de cadera. Mi guía Cué me propuso salir para Cuba en veinte horas, y me dio un documento firmado por el Gerente del Hospital, autorizando mi ausencia durante un periodo de quince días por motivos científicos, y otro documento autorizando la retirada de material quirúrgico necesario para la implantación de un Prótesis de cadera. Sentí un pellizco en la barriga y me busque otro argumento para poner pegas, le pedí que de forma ineludible tendría que acompañarme un ayudante para al intervención quirúrgica. “Mire, dos cosas, la primera es que por motivos de seguridad suya y de nuestro país, esta operación tiene que mantenerse dentro de la más estricta discreción, ya que su paciente pertenece al mando supremo de la revolución. La otra es que los americanos han prohibido el uso de ese material quirúrgico, por el bloqueo económico que tiene desplegado hacia las islas de Cuba” “Por último nadie puede saber nada de esta operación, nosotros le pondremos un ayudante muy avezado que le cubrirá todas sus necesidades” Gradualmente me fue cerrando todas las escapatorias y por más pegas que le ponía fue dándome respuesta para todo, hasta que me quedé solo con la aceptación o la negación. Llevaba veinte años en mi hospital y había conseguido aprender mi especialidad con bastante parabienes, tanto que conseguí el nombramiento de Jefe clínico y una moderada consideración y respeto en el mundo sanitario. Además me merecía un descanso aunque asumiera bastante responsabilidad, porque no existía otra posibilidad un solo un camino, salir bien de esta delicada situación. Le presenté mi mano y acepté, el me lo agradeció con un balbuceo e igualmente con la mano por delante, “por la resolución de nuestro asunto” me dijo con una leve sonrisa, “Cuando quiera nos vamos” Saqué una maleta pequeña y guarde de forma ordenada un par de mudas y algo de ropa, “Cuando quiera nos podemos ir”Tres horas más tarde me encontraba sentado en un avión de Air Europa con destino a la isla de Cuba, me acompañaba una bellisima mujer de color.          (continuara)         

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viernes, 20 de noviembre de 2020

URGENCIA HOSPITALARIA

 




En septiembre de 1972 fui a recoger el titulo de licenciado en Medicina y Cirugía al Colegio Médico de mi provincia, no porque hubiese aprobado en la convocatoria de septiembre sino por dos motivos, uno por desidia y descuido y otro por la guerra que teníamos declarada a los colegios profesionales. Pero inevitablemente me obligó la administración del Hospital a que para hacerme un contrato tendría que dar fotocopia del titulo de médico. La funcionaria del colegio se extraño que apareciera por allí , puso cara de pocos amigos, pero después de una somera explicación sonrió y me entrego los documentos. Llevé los papeles y me firmaron un contrato para hacerme cargo de un turno de las urgencias del Hospital, aunque en realidad llevaba seis meses asistiendo cada dos días a un turno de doce horas ininterrumpida de asistencia urgente. Me hacia ilusión el trabajo y sobre todo me encontraba aprendiendo mucho en el manejo de pacientes de tan plurales patologías. Aquel misma día me pidieron quedarme para hacer un turno de guardia, me puse el pijama reglamentario y me fui a las consultas, no solo me hacia ilusión sino que cada día estaba más interesado en resolver los problemas de salud que me presentaban. No llevaba más de una hora cuando escuché un vozarrón intenso y de mucho dramatismo, “URGENCIA” Salí de la consulta y me asomé al pasillo, no me dio tiempo a ver que llevaba la camilla que empujaba Juan el celador de quirófano. Corrí porque sospeche que era una urgencia grave y entré en la sala de cura de las urgencias. Alguien se encontraba lamentando tenuemente, aunque no le podía ver ya que estaba cubierto por una manta raída y sucia. Un enfermero que se encontraba en el lado contrario caminaba hacia atrás con cara de horror, le retiré la manta y me encontré un hombre con ropa raída y aparentemente abrazado a un poste. Cuando pude verlo en toda su dimensión, el supuesto palo era un poste que entraba por el pecho y salía por la espalda, grité pidiendo personal para asistir aquel desgraciado y comencé a dar ordenes, “ ¡una vía intravenosa para suero, pruebas cruzadas! Y una larga y ordenada serie de pautas del protocolo que nos habían enseñado. Inspeccione la puerta de entrada del enorme tronco que lo atravesaba e intenté mover lo, pero a parte de ser inútil el buen hombre gritaba de dolor, así que opté por dejarlo hasta que tuviera el control de sus constantes. Cuando le puse la primera dosis de morfina, aquel hombre se tranquilizó y esbozó una tenue sonrisa de agradecimiento. Corte la ropa y lo desnudé, tenía un agujero de entrada a nivel del estómago de unos quince centímetros, pero no parecía que hubiera hemorragia, en la espalda asomaba el otro extremo del madero, habiendo arrastrado parte de vísceras que asomaban bajo la piel. Con la segunda ampolla de morfina aquel hombre abrió los ojos y jadeando me pidió ayuda, fue el momento en que me dijo su nombre, Manuel Martínez, empleado de la Compañía Española de Electricidad, se había precipitado desde la perilla de un poste de la luz. Me sujeto la mano y me pidió no le dejara. Me contó como se había precipitado al romperse el tronco y como las trabillas le habían sujetado el pie derecho por encima de la rotura del poste. Llamé al cirujano que inspeccionó ambas heridas e hizo una señal de negación con su cabeza, manifestando su pesimismo por lo complejo de las lesiones, yo que me encontraba enganchado a sus manos le pedí avisara al anestesista y que una vez en quirófano, buscaríamos la mejor solución viable. Mientras se organizaba todo y con varias ampollas más de morfina, aquel hombre pareció revivir y continuaba hablando con mayor intensidad, tanto que me extraño algo que me solicito. “Se que voy ha morir, porque esto tiene un aspecto muy feo, pero antes quiero pedirle que se haga cargo de un asunto que para mi es de gran valor y necesidad” Le tranquilice con palabras afectuosas y me dispuse a escuchar, se pasó la lengua por los labios y me dijo que todo lo iba a reducir mucho porque solo quería que fuese yo el receptor del asunto y dudaba si le quedaba tiempo. Comenzó a contarme que tenia una amiga a la que quería y a la que deseaba mejorar, pero que su familia sabía de su existencia y la rechazaba. Cada pocos minutos se tenía que parar y respirar con suavidad, antes de continuar su relato, pero comencé a notarle que además sus ojos se le desplazaban hacia arriba, acompañado de un silencio de duración escasa. “Esa mujer a la que tanto quiero me tenía muy enganchado, hasta el punto que prefería su compañía a la de la mujer legal” Cuando me vi en la tesitura de tener que elegir...decidimos acabar con nuestras vidas, yo le ayude a bien morir, pero para mi no tuve tiempo. Yo desde entonces lo he intentado en varias ocasiones, pero me falta valor, así que creo que estaba predestinado que mi fin fuera trágico. Lo que necesito de usted es que ponga en circulación.... En ese momento se desmayo. En quirófano no recuperó la conciencia, y hubo que trabajar duro para sacar aquel terrorifico poste clavado en el centro de su enorme cuerpo, pero fue imposible reconstruir el interior de su cuerpo, dos horas después murió sin recuperar la conciencia. Busqué a su familia en la sala de espera y hablé con ellos entre gemidos de sus hijos y su mujer, cuando se tranquilizaron me dijeron entre profusas lagrimas la enorme pena por la muerte de aquel hombre tan querido por todos y de tanta nobleza, que jamás había faltado a sus obligaciones de padre y marido. Dejé olvidado en mis recuerdos la presencia de aquel hombre que no pudo dejar resuelto sus lastimosos desequilibrios emocionales y quedar en paz con el mismo.


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domingo, 8 de noviembre de 2020

LA MUERTE DE CHOPiN






Me había cambiado de casa por motivos laborales, necesitaba estar más cerca de mi trabajo ya que el horario era muy rígido. En realidad no tuve dificultad en encontrar un apartamento en esos preciosos barrios de la periferia de la ciudad, pero como no era barato puse condiciones al propietario del piso que aceptó con facilidad y sin poner excusas con la bajada temeraria que le propuse. Inicialmente me extrañó pero luego pensé en lo caprichosos que son la burguesía de esta ciudad. Solo me pidió que el contrato no fuera oficial para evitar recaudación abusiva del Ayuntamiento. Y como no soy un santo y mis emolumentos son escasos, acepté sin mayores discusiones. Aprovechando el fin de semana organicé el traslado con bastante metódica para realizar lo sin mayores demoras. He de advertir que soy una persona difícil, estoy sometido a unos rigores personales muy rígidos y a veces caprichosos, tanto que tuve que prescindir de la convivencia con mi familia porque fueron apareciendo algunos gestos de desagrado. Me había tratado un famoso psiquiatra tanto con psicoanálisis como con grandes cantidades de medicación, y con un resultado muy mediocre, tanto que hasta yo mismo me apercibí y acabé mi terapia con dos potentes guantazos que le dejó sin sentidos y con una demanda judicial. Bueno pues por esa actitud tuve que recomponer mis comportamientos, y realizar un esfuerzo para acabar con mis actitudes de violencias y comportamiento agresivo. Y en verdad que ahora llevaba más de cinco años sin ningún brote de agresividad ni violencia, y sin medicación alguna, aunque en realidad recuerdo un brote psicótico que me aconteció con una novia con la que conviví durante varios meses, fue muy violento ya que lancé por la ventana todas las pertenencias de aquel piso y si no lancé a ella fue porque se encerró en el cuarto de baño. Aquello me acarreó seis meses encerrado en un psiquiátrico y con tricíclicos a espuertas, pero una vez más recompuse mi vida con un reiterado control clínico y vigilancia de comportamiento por mi médico de cabecera, y algo que siempre agradeceré un trabajo de acomodador de la sala de música del teatro principal de la ciudad. Cada concierto, los viernes tarde, un vez terminado la recogida de billetes y cerrada las puertas hasta el descanso, me acercaba al palco principal donde sabía que no había nadie, las autoridades no suelen acudir al concierto, y me sentaba en la segunda fila donde no podía ser observado y escuchaba la música. Poco a poco, fui entendiendo de notas musicales, y con la ayuda de un pequeño libro sobre  el tratado para entender la buena música y sus compositores, así fui adquiriendo una dilatada cultura musical. Con estas pocas cosas era feliz, fui haciendo una completa colección de discos de música que escuchaba en un reproductor de segunda mano que había adquirido, y en el nuevo apartamento me encontraba muy confortable y acompañado de mis músicos preferidos. Conseguí escuchar determinado compositor dependiendo del estado de animo con que me levantara, así elaboré un algoritmo basado en la rotación y en las faenas que tuviera en mi casa. Había un músico que destacaba por encima de todos, era Chopin. Tenía cinco versiones de sus Nocturno y era tan grande la pasión que tenía por él que superaba con creces la música de mi otro compositor de cabecera los poemas sinfónicos de Liszt. En la mañana del veinte y cuatro de noviembre ojeaba una partitura de los Nocturnos, el op.62.1 cuando escuché el sonido de un piano que aporreaba las teclas de forma descarnada y precisamente un Nocturno, me levanté de la butaca y me asomé a la ventana, era un joven que con severos gestos golpeaba el piano, intentando reproducir un Nocturno. Grité para llamar su atención con tan mala fortuna que me precipité por el balcón cayendo sobre mi espalda. Quedé parapléjico y todos pensaban que fue otro intento de suicidio, aunque yo sabía que la música me había traicionado y que por su culpa   había sentido que me empujaban desde atrás, o al menos esa fue la conclusión a la que llegué. Nunca  quise saber nada de música  ni de los músicos  traidores.

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jueves, 22 de octubre de 2020

TONTAINA

 




Cuando me presentaron a Nicolás no le presté mucha atención , cada día conocía a bastantes personajes por ser ese mi oficio, ya que soy responsable de recursos humanos de una empresa de amplia implantación nacional. Por contra se me quedó su rostro y su nombre grabado en mis entendederas , lo había entrevistado para un empleo en empresa del sector audiovisual. Leí en primer lugar su hoja de méritos y su exposición de habilidades , parecía un tipo interesante y con bastante conocimientos, pero al principio siempre parecen interesantes y después sus conocimientos se quedan cortos y sin interés para la empresa. Fumé un cigarrillo mientras ojeaba los certificados del curriculum, aquella mañana ya había conocido tres aspirantes y todos gozaban de un gran desinterés, así que imagina el poco interés que me causaron a mí. Apagué el cigarrillo y me dispuse a entrevistar a Nicolás, toqué el timbre de aviso y el número que le correspondía en el orden de la entrevista. Entró con una gran dosis de prudencia, miró en derredor hasta que fijó en mí su mirada y saludó con cortesía, dio unos pasos al frente y aceptó colocarse en el asiento frente al mío. La solicitud de trabajo era para una ingeniería de comunicaciones y según sus datos la experiencia era nula, ya que su grado era de informática y ningún trabajo previo. Me llamó la atención un certificado médico donde se hablaba de cierta inestabilidad emocional y física, y no dejaba de ser extraño que lo adjuntara con el resto de certificaciones laudatoria del currículum, pero que cosas extrañas este tipo de comportamiento las veía a diario y en todos los formatos. Mientras pensaba en estas hechos y me hacía el distraído no dejaba de hacer observaciones de su comportamiento y a fe mía que en este personaje los tenía. Venía acompañado por un técnico de la oficina de empleo, que me lo presentó y salió de mi despacho cagando melodías, como era habitual . Mi primer gesto fue mirarlo con intensidad y a los pocos minutos hizo el primer pestañeo, algo que me sorprendió ya que no es habitual la ausencia de semejante movimiento. Luego pude observar un discreto temblor en la mano derecha y en concreto los dedos que forman la pinza. Nicolás intentaba sujetarlos con un gesto repetitivo pero solo se paraba si movía el brazo derecho en su totalidad. Decidí presionarlo y le dirigí la mirada de mis ojos a su mano derecha, pero en verdad no obtuve respuesta , el continuaba intentando mover el brazo derecho en un gesto repetitivo que calcaba la mayor de las veces, única forma de controlar ese temblor, y que cuando lo dejaba en reposo oscilaba como en un gesto de contar billetes entre los dedos índice y pulgar. Usé bastantes minutos en intentar presionar la observación de los gestos de la mano, pero fue inútil, el parecía concentrado en su tema, así que decidí pasar a la entrevista. Cuando hablé sentí un repullo por la sorpresa de escuchar mi propia voz , por contra el continuó con su juego de los dedos y era ahora cuando parecía observarme con curiosidad, me moví con cierta incomodidad y comencé mi turno de palabra. Eran preguntas básicas sobre temas profesionales, tan básicas que me trastabillé en varias de ellas, y en una de las últimas con la presencia del jefe de recursos humanos, que con sigilo se había colocado a mis espaldas con lo brazos cruzados y escuchando mi perorata . Llegué al punto que tenía que subir en nivel de mis preguntas y le pedí que respondiera con rapidez ya que era un test de inteligencia y no quería que se contaminara. Cambió el gesto de las manos, sujetando la pinza de la mano en el borde de la mesa, lo cual ocultaba sus movimientos y frenaba los temblores. Con esta modificación parecía más seguro y contestaba con mayor estabilidad, pero fue en estos momentos cuando fuera de contexto le advertí que me respondiera con mayor prontitud, porque estaba en juego su futuro profesional y los intereses de la empresa. Me miró con severidad y modificando el tono de su voz me advirtió que hacía lo que mejor podía , y que venía para hacer una entrevista de trabajo y no para recibir una reprimenda. Me levanté con violencia y le grité que era un estúpido y que por ese camino jamas encontraría trabajo, fue en ese momento cuando me giré y me apercibí de la presencia de mi jefe directo, que con el dedo indice me indicaba en dirección a la puerta. Luego estrechó la mano de Nicolás y le pidió disculpas por el trato recibido, fue entonces cuando escuché eso de “este tío es un tontaina” señor aspirante laboral. Con la carta de despido me adjuntaba unas notas de advertencia del trato a personas discapacitadas, como era el caso de Nicolás con un padecimiento Neurodegenerativo.


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viernes, 2 de octubre de 2020

HOMBRE LENTO







No sabía porqué me quedaba retrasado cuando paseaba, el caso era que lo que más veía eran los traseros de todos los que me adelantaban. Deduje que sería una de mis muchas peculiaridades y jamás sospeché que tenía una motivación. A veces cuando iba en grupo me sentía incomodo porque tenía que estar atento a la marcha colectiva y llevar el mismo ritmo que el resto de los paseantes, algo que me obligaba a caminar a tirones. Soy de estatura alta y la distancia de paso no es corta, por lo que deduje que se debía al ritmo de zancada, así que forcé mi ritmo, pero además de cansarme me dolían los muslos. Poco a poco abandoné la idea de forzar la marcha y lo consideré algo curioso en mi fenotipo. Meses después sentí que me dolían los pies después de una caminata, y que con cada paso oía como arrastraba las punteras del calzado, intenté corregir la marcha usando bastones, pero continuaba alterando los pasos y golpeando la delantera del pie. Observé como en la planta del pie se me estaba formando con una callosidad que era dolorosa. Cambié de calzado con pobre resultado y decidí olvidar las incomodidades de mi estilo de marcha, caminé menos. Cuando deje de bracear e incliné mi cuerpo hacia delante, me di cuenta que algo pasaba y que no parecía fuera muy normal, así que decidí tomar algunas determinaciones, abandoné los paseos y me refugié en el gimnasio tres veces en semana. He de reconocer que mejoré bastante y que conseguí colocar erecto mi tronco y levantar las punteras de mis pies, lo cual se tradujo en mejoría de mi forma de marcha, pero continuaba con un ritmo lento, bien es verdad que me importaba poco, así que me dije, adelante. Tres meses después me encontré con mi amigo Carlos, me preguntó porque andaba tan raro y me dejó totalmente bloqueado, le di algunas explicaciones poco convincentes y me despedí con caras de pocos amigos. Ya con bastante preocupación pude observar que cuando me acostaba tenía muchas dificultades para cambiar de lado y tenía que realizar un gran esfuerzo, igualmente tardaba bastante tiempo en sentarme en la cama. Cada día tenía más dificultades en realizar mis actividades de vida cotidiana y tardaba el doble de tiempo. Mi paciencia comenzaba a agotarse, no sabía que camino coger y la desesperación hacia mella en mi vida, así que decidí tomar una decisión radical. Como todo mi cuerpo funcionaba con un ritmo circadiano peculiar que dejaba mucho de desear, hasta mis parpados iban lentos por no decir la gran inestabilidad y vértigo que sentía cuando caminaba. Desesperado tomé la resolución de acabar con este asunto, puse todo mi empeño en asumir la responsabilidad de mi determinación y cuando hubo condiciones objetivas lo realicé mediante acoplamiento de los biorritmos corporales sanos y patológicos, desde entonces mi vida cambio .

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sábado, 29 de agosto de 2020

CORRE...CORRE, QUE HAY FUEGO

 

Aunque eramos seis hermanos, estábamos divididos en dos grupos, los tres mayores y los tres menores. Los tres mayores tenían una diferencia de edad de doce a quince años con los tres menores, todo lo cual hacía que hubiese esa mayor diferencia entre los dos grupos. Los mayores hacían vida de adultos y los menores vida de niños.Era sábado, los mayores salían con sus parejas a su habitual baile de fin de semana, los tres menores permanecíamos en casa jugando al escondite. Nuestros padres en la cena nos habían comunicado que salían a una recepción en casa de la familia Smerdú, y pedían nuestra colaboración para que el comportamiento fuese lo más correcto posible, ya que nos quedábamos solo los tres. Mi hermano Carlos asumía el mando de la coordinación del comportamiento, era el mayor de los tres. La otra advertencia era que la hora limite eran las diez de la noche, que sin excusas tendríamos que estar en la cama.Los tres sentados en la sala de estar, esperando que los padres se fueran. Cuando escuchamos el ruido de la puerta del garaje, saltamos todos locos de alegría, al fin todo el territorio era nuestro y se encontraba dispuesto para su uso. Carlos nos pidió cordura y Ernesto todo lo contrario, jugar a tope. Como era practica habitual se produce enfrentamiento entre las dos formas de ver las cosas, y comienza la confrontación. Corren Carlos y Ernesto, uno tras el otro y cuando está a punto de alcanzarlo uso mi estratagema, grito que tengo una crisis de asma. Ambos se paran y me miran, como se simularlo muy bien ambos se olvidan de sus cuitas y se ponen manos a la obra en prepararme los aerosoles.Carlos coge un cazo y vierte un liquido de una botella de color azul que piensa es eucalipto y enciende. El contenido se inflama con unas llamas cortas y una enorme humareda. Grita porque se da cuenta que es petroleo y Ernesto cuando las llamas se encuentran en su cenit, le echa un trapo grande y húmedo que al momento apaga las llamas pero no la enorme humareda. Abrimos las ventanas y sale parte del humo, pero apercibimos que todas las paredes están manchadas de los restos de la combustión del petroleo, pero no solo eso sino que platos, fuentes, vasos y demás enseres están llenos de restos de la humareda y sus restos en forma de pelusas negras adheridas.Sentados los tres acabamos las disputas, asustados y con el corazón latiendo a toda velocidad por el susto, decidimos que hacer. Primero agradecer a quien le corresponda el que pudiéramos controlar el fuego, y después que hacemos con toda la cocina manchada y apestando a petroleo.¿Llamar a los padres? Por una vez y sin que sirva de precedente decidimos asumir el reto y limpiar todoEspectáculo ver la organización del trabajo, cada cual con una faena definida, Carlos paredes, Ernesto platos y vasos, yo despensa fresquera y mobiliario. Me colocan un pañuelo a forma de bozal para que no respire restos del hidrocarburo y comenzamos a toda velocidad la faena. Cálculo de hora, las dos de la madrugada. Ninguna palabra soez ni recriminadora, solo frases de aliento. Quien termina primero ayuda al compañero, es la frase más usada, y así se consigue, dos menos cuarto faena cumplida, toda la cocina y aledaños limpia y sin restos de la pelusa de mota negra.Nunca mi madre supo o sospechó que había acontecido semejante accidente, quizás solo comentó que veía la cocina con mayor claridad.


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domingo, 26 de julio de 2020

LA ESCALERA DE BOBASTRO







Era tan inevitable como el hecho de respirar, no me quedaba más solución que pasar cada día, el calvario de tener que subir los doscientos escalones que separaban la carretera por donde circulaba el tranvía, de la puerta de mi casa. En especial al considerar que yo sólo tengo la edad de once años, y que habiéndome criado protegido por una legión de mucama y una fratría de hermanos que me deseaban amparar de la educación tan descuidada que nos impusieron nuestros padres. El caso es que me encontré de sopetón con el ineludible hecho de tener que asumir un día concreto y a una hora concreta las odiadas escaleras. Volvía de la escuela donde se supone que aprendía hechos concretos de realidades inventadas, lo cual me producía aburrimiento de lo más extenso. Y volvía en un delicioso tranvía eléctrico de madera y color amarillo para que siempre fuera apercibida su llegada, y lleno de muchachos alegres y joviales en las últimas horas de las jornadas escolares. Bajaba en la parada de Bobastro y allí quedaba además de sólo, atenazado por la incertidumbre de tener que subir las dichosas escaleras, y para más dificultad en la hora esa en la que el crepúsculo avanza inexorablemente a una velocidad que se podía apercibí ostensiblemente. El primer tramo se encontraba abovedado por una enredadera tupida que ocultaba la poca claridad que permanecía, y sólo una triste y bruna lámpara justo en el centro del tramo que disponía de cuarenta y ocho escalones. Solo disponía de dos puertas, a derecha e izquierda, aproximadamente a la mediación del oscuro tramo de escalera, y daban a casas matas abandonadas. Aquel tramo aún con suficientes fuerzas, los recorría con soltura y esperanza de una posible huida por la entrada inferior que daba a la carretera. El segundo tramo se presentaba después de recorrer doscientos metros de carril oscuro, y lleno completamente de ruidos arbóreos y sonidos de animales dispuestos para arrullarse o bien dormir sin demasiada ceremonia. Este segundo tramo disponía de sesenta escalones de inusual altura que precisaba un importante esfuerzo físico para poder recorrerlos del tirón. A la derecha y formando frontera discurría un farallón de piedra y cemento protegiendo un jardín de no demasiadas extensión pero si disponía de una densa foresta. En algunos trozos del farallón existía un pasamanos destruido con restos que picudos trozos metálicos, y en el tramo medio había una cancela de hierro amarrada por una cadena con candado. Como los escalones eran tan altos, para mis aún menguadas y poco desarrolladas piernas, subía los escalones apoyándome en las rodillas para impulsarme hacia el siguiente, así subía con sólo dos descansos de breves segundos. Además y debido a la oscuridad de la hora, la situación de pánico me atenazaba hasta tal punto que necesitaba canturrear para avisar, a quién fuera de menester, que se aproximaba un posible problema, a saber un jovial y asustado muchacho de once años. Tardaba tres minutos en recorrer aquellos tramos y desembocar en el llano que daba paso a la casa donde vivía, eso sí llegaba extenuado y con la boca seca más que por el esfuerzo por el inmenso susto y horror que había pasado. Claro que en aquel llano aún no me encontraba seguro, porque la más absoluta oscuridad me acompañaba hasta la puerta de villa Candela. ¿Qué por qué me asustaba, y en especial el segundo tramo de escaleras? Porque allí había vivido un sacerdote grande, que resoplaba como un mulo, y que había muerto arrollado por el tranvía amarillo de madera con jardinera que lo traía de vuelta de la cárcel de mujeres donde desarrollaba su jodido ministerio. Se comentó en el barrio, que había muerto maldecido por alguna mujer medio bruja de la cárcel, y que su fantasma y el de algunos hambrientos represaliados vagaban por aquéllos andurriales.
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miércoles, 8 de julio de 2020

EL PIANO DE LOS DIDIER






Aunque el jardín era umbrío por la enorme pantalla de cu presos que lo cercaba por la orientación sur, nos parecía que era nuestro mejor lugar para jugar, por su extensión y porque siempre podíamos recuperar la pelota que servia para nuestro juegos. La casa se llamaba villa Sintra y vivían dos hermanos muy mayores por encima de los setenta años, de origen belga. Eran muy amable con nosotros y mientras en la tarde tomaban el té bajo la pérgola , nos permitían correr con la condición de no gritar ni que les golpearan con la bola de goma. Yo nunca había entrado en la casa, pero desde la puerta se podía contemplar un salón con las paredes llenas de cuadros y sillones muy grandes de colores alegres y algo llamativos. Una tarde Mercedes como se llamaba la mujer, me pidió que le alargara una revista que estaba en la entrada, me asomé y me quedé sorprendido por la gran colección de cuadros que tenían, pero lo que me llamó la atención era un piano de cola que estaba situado delante de uno de los grandes ventanales que daban al jardín. Volví corriendo por educación hacia donde se encontraba los hermanos, y le entregue la revista. Después de agradecerme mis servicio y cuando me giraba para continuar mi juego, paré y le pregunté: - ¿Quién toca el piano? Doña Mercedes me miró y sonriendo me dijo – Mi hermano Andrés, es un virtuoso. -¿Que es virtuoso? Le pregunté dentro de mi ignorancia. Pues que tienes unas virtudes únicas, -¿ y cual es su virtud ? Tocar el piano. Me dejó sorprendido a mis diez años, y según me encontraba delante suya, con un dedo hurgando mis narices, fue cuando ella con su dulce y cándida voz , me dijo - despierta jovencito y no hagas pelotillas . ¿Te interesa la música? Me encogí de hombros, manifestando desconocimiento, y ella volvió a sonreír. - Le diré a mi hermano Andrés que toqué un concierto para piano, por ejemplo el número 1 para piano de MENDELSSOHN, ¿ le has oído? Negué con la cabeza y mostré interés sentando me delante suya. Se levantó y se dirigió hacia su hermano que caminaba haciendo círculos por el extenso jardín. Me asustó pensar que todos lo considerábamos deficiente, pero hablaron y Andrés negaba con su cabeza tonsurada por calva pero con un pelo intensamente blanco y largo. Al fin parece que se pusieron de acuerdo y el con el ceño fruncido entró en la casa. A los veinte minutos, Doña Mercedes me llamó y me indicó una butaca, luego ese mismo dedo lo puso en vertical delante de sus labios e indicó silencio. Mi hermano y el amigo Augusto, salieron de la casa mostrando desinterés y falta de curiosidad. Cuando Don Andrés comenzó a golpear las teclas, tuve un sobresalto por la intensidad del sonido que salía del piano, pero a los pocos minutos sentí que aquel ruido me embargaba y que resultaba muy grato su audición, me apoyé en el brazo del sillón y deje que el ruido tan novedoso para mi me atrajera, me sorprendía que hasta ahora no hubiera disfrutado con aquel trepidante sonido. Miré hacia el maestro que movía los brazos levantando hasta la altura de su cara, pero cuando miré sus manos me dejo sorprendido porque cuando entraba en mi campo visual, veía los manojos de dedos moviendo se sin control. Me levanté y con sumo cuidado me acerqué a ver los movimientos de aquellos dedos, que a una velocidad de vértigo buscaba y encontraba las teclas que sacarían aquel fascinante ruido. De pronto paró pero los dedos continuaban moviendo se hasta que los agarró con la palma de sus manos, solo entonces pararon de moverse. Se giró hacia su hermana y mi persona e hizo una reverencia no muy pronunciada. Esa fue la primera vez que vi al que fue mi maestro de música y me hizo concertista de piano, pero jamás le pude adelantar en su maestría y virtuosismo, porque movía los dedos de una forma peculiar y a una gran velocidad ya que según me dijo, su cerebro estaba afectado por una degeneración neurológica de los ganglios estriados y hacían que sus dedos aporrearan las teclas de forma genial y certera.

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miércoles, 17 de junio de 2020

vIOLENCIA DE GENERO







Berta salió de la cama con mucho cuidado, no quería despertar a su marido para que le permitiera campar a sus anchas en esa mañana tan luminosa. Saco de bajo del edredón una pierna y sintió el frio de la habitación, volvió a su lugar de origen a buen resguardo y notó la diferencia de temperatura de ambas piernas, giró la cabeza y comprobó que Augusto continuaba dormido, elevó la cabeza por encima del hombro de su hombre y miró la hora. Si quería hacer todos sus planes para esta mañana tenía que levantarse ya, pero sin la presencia molesta de Augusto que seguro no pararía  de hablarle y pedirle estúpidos encargos. Una vez que había sacado ambas piernas, se paró para confirmar que todo continuaba bajo los mismos cuidados de no despertar a su compañero Augusto. Tiró del cuerpo y se sentó en el borde del colchón, al bajar la pierna izquierda metió el pie en la escupidera con tan mala fortuna que al volcar la vasija se rompió en varios trozos, pero con el acierto de que no sufrir daño físico alguno, salvo que su agresivo marido se despertó. Con cara de ausente y voz de aguardiente preguntó que carajo pasaba. Berta le intentó tranquilizar, pero sabía que el día comenzaría con bronca, y entre otras cosas porque la vasija era una de sus piezas favoritas. Se levantó, mientras que Augusto se deslizaba y asomaba por el lateral del colchón y contemplaba el destrozo de la escupidera, regalo de su tío Edmundo. Un severo y profundo rugido salió de su garganta, nombrando sin poder identificar con claridad a Berta. Volvió a repetir esta vez con mayor claridad el nombre de su mujer, mientras ella cerraba con pestillo la puerta del baño, y él aporreaba la puerta soltando por la boca todo tipos de insultos e improperios. Pasados varios minutos se fue haciendo el silencio y solo se escuchaba el resoplido de Augusto intentando unir los trozos de porcelana de la asquerosa escupidera. Berta tenía miedo porque ya había vivido otras situaciones parecidas y había sufrido la violencia de aquel cenutrio de hombre, pero sabía que en el fondo no tenía maldad y que en unos minutos quizás se le pasaría el cabreo. Colocó la silla apoyándola en la cerradura para reforzar la defensa, y se decidió a realizar sus abluciones con tranquilidad, pero después de unos minutos se escuchó como explotaba de nuevo la escupidera sobre la puerta del baño.
  • Abre la puerta Berta, necesito usar el baño.
  • Pues promete que no me pegaras.
  • Seguro tía torpe, pero me tendrás que encontrar otra vasija igual, y no quiero que te vean con la jeta llena de cicatrices.
Berta había terminado de realizar todas sus ablusiones y escuchaba con detenimiento las actividades de Augusto, le tenía miedo porque en otras ocasiones le había pegado con violencia y sin miramiento. Se apoyo en la puerta y se dejo caer apoyada en su espalda, cuando se había sentado y escuchó un bisbiseo muy cera de su oreja, agudizo su oído y pudo confesar que el sonido procedía del interior del dormitorio, pero no se atrevía a tomar alguna determinación, conocía al Augusto violento e irracional que cuando se enfadaba era un auténtico peligro. Apoyó ambas manos en la puerta y entre ellas su oreja derecha que era la que mejor funcionaba. Continuaba sonando un rumor cercano de lamento, pero Berta no quería abrir la puerta que defendía su integridad física. Luego de un largo espacio de tiempo y sin que se cambiaran las condiciones de su defensa y sin que se modificaran los signos de agresividad de Augusto, que parecía solo realizar ese ruido parecido a un rumor de lamento, se decidió a tomar alguna solución cansada ya esperar la explosión de genio de Augusto. Aunque no ignoraba que ese ruido tenue y parecido a un resoplido podía ser una simulación para que Berta abriera la puerta,y esperando que ya la violencia se hubiera mitigado. Pero Berta sabía que Augusto emplearía todas su artimañas para saciar su sed de violencia golpeando con saña su delicado cuerpo. Habrían pasados más de dos horas sin que se modificaran las condiciones de su situación, cuando Berta decidió salir del baño y enfrentarse a lo que hubiera. Primero hablo pidiendo perdón por su torpeza, sin recibir respuesta, después movió el cerrojo de la puerta sin abrirlo e igualmente sin sentir respuesta. Aguantó la respiración y evitó ruidos para no dar señales, y deslizó la puerta para permitir ver el interior del dormitorio, pero sujetando con el pié para evitar la eventual patada sobre la hoja de la puerta. Terminó por abrir completamente ambas hojas de la puerta del baño y vio que Augusto estaba tendido en el suelo. Se acercó con cautela y vio que los ojos estaban cerrados, le llamó con su tenue voz , pero no recibió repuesta. Le movió desde el hombro y se dio cuenta que el cuerpo estaba inane, cayo de rodillas y emitió un grito sordo, Augusto estaba sin respuesta y con toda certeza sin vida. Berta suspiro hondo y decidió como enfrentarse a esta delicada situación, con miedo acompañado de temblor decidió que debía llamar a un abogado y que resolviera su situación. Pero estaba tan asustada que las dudas le atenazaban, decidió huir porque si no le caería encima una responsabilidad que le provocaría crisis de pánico y en esa actitud tenia las de perder. Se puso ropa de abrigo e hizo un hato con lo imprescindible, corrió hacia la puerta con la decisión clara de huir como así fue . Dos días después lo encontraron sin vida y le acompañaba una nota en su mano derecha, decía que se había lesionado fruto del azar y quizás del pánico, pero que Augusto había muerto debido a su estupidez y empleo de la agresividad , acompañado de una insuficiencia cardiaca, Lo firmaba Berta


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jueves, 4 de junio de 2020

LA ASUNCIÓN







Cuando fueron dadas las campanadas de las doce de la noche del 24 de Agosto me encontraba acompañando al vigía de guardia del puente. Lo recuerdo porque fue la noche que avistamos el carguero “La Asunción” con la única luz de que llevaba encendida, la luz de alcance. Ambos pasábamos algunas guardias juntos, más para hacernos compañía que por amistad, ya que era raro que hablásemos, porque yo no sabía que podía contarle y él era tartamudo y sé avergonzaba al hablar. Pero enfundados en nuestras pellizas y apoyados en borda del puesto de vigilancia del puente, fumábamos algunos cigarros que tanto nos gustaban “Abdulas” que habíamos comprado en el puerto de Ankara. El vigía tenía buena vista y apenas percibió oscilante la luz de alcance del carguero, se movió con brusquedad como si nos fuera la vida, y entró en el puente de mando con el brazo extendido en dirección al carguero, y sin la más mínima duda gritó COLISIÓN.
La respuesta de la tripulación de guardia fue mucho más lenta, a pesar de la presencia del Sobrecargo de jefe de guardia. Desde que se desconectó el automatismo y se viró la caña a estribor pasaron unos diez minutos, como le informé al Capitán con posterioridad. Ese tiempo de respuesta hizo que pasáramos a escasos diez metros del carguero, y pudiéramos contemplar lo absolutamente vacío que se encontraba. Ninguna luz en el puente de mando, aunque algún reflejo daban las luces del cuadro de mando y emisoras, ningún ser humano en sus cubiertas, y como único sonido el ronco runrún de los motores diesel. Por lo hundida que se encontraba su línea de flotación, sospeché que se encontraba lleno de carga, y por el tipo de flete que parecía su carga era grano, aunque bien podía confundirme. Solo el vigía y yo mismo fuimos los testigos de aquel espectro, ya que el resto de guardia se encontraban muy ocupados en la realización de la maniobra. Cuando de nuevo el rumbo se estabilizó y salió el Sobrecargo al puente de vigilancia, “La Asunción” había quedado por nuestra aleta de babor ya fuera de peligro y sin que se pudiera saber nada más por la observación de aquel fantasmagórico barco.
Cuando el Capitán subió a la sala de guardia, la distancia que nos separaba eran al menos tres millas, y solo una tenue silueta algo más oscura podía identificarlo como un barco a la deriva. El capitán dio orden de virar la caña a estribor y gradualmente fuimos volviendo sobre las aguas que habíamos navegado, y en la misma proporción disminuyendo la velocidad, hasta que volvimos a ver al “La Asunción” por la popa con su luz de alcance. Ahora ordenó acompasar la velocidad de ambos buques y entonces se dirigió al radio telegrafista y le pidió que se pusiera en contacto con el armador del buque y que intentara igualmente realizar llamadas al barco que nos precedía.
Varias horas tardó nuestro experto capitán en decidir y en recibir autorización para abordar la motonave a la deriva, ver que es lo que había sucedido, y tomar el mando del buque, para llevarlo a buen puerto. Habló con el Sobrecargo, le dio instrucciones de lo que debía hacer, y al vigía y a mí mismo nos ordenó ponernos a disposición del Sobrecargo, siempre y cuando estuviésemos dispuesto a recibir una parte importante del botín que podíamos rescatar. Sin objeciones y algo nerviosos abordamos nuestra misión con bastante celeridad, ya que el tiempo era benigno y el mar calmo, y pudimos ser trasladado por nuestro bote auxiliar sin grandes dificultades, salvo el trepar a cubierta por un cabo que había lanzado nuestro nuevo Capitán y que oscilaba como un diablo, golpeando de continuo contra las amuras, nuestros indefensos cuerpos.
Lo que vimos después de que hubimos inspeccionado el barco, fue tan grave que nuestro vigía nunca más volvió a pronunciar palabra alguna, y el Sobrecargo y yo, tuvimos que volver a nuestro barco cargando con el vigía que había quedado tetanizado y era incapaz de mover miembro alguno. El Capitán ordenó cambiar de rumbo y alejarnos lo más rápido de la compañía de aquel mal hallado buque fantasma. El Sobrecargo al llegar a puerto, le fue asignado la dirección de una factoría ballenera en las Islas Tobago, que se pensaba potenciar y que con el paso de los años nunca llegó nada, salvo nuestro intrépido Sobrecargo. Y en cuanto a mí, fui autorizado a contar los hechos ocurridos, después de no muchos pleitos, recursos y contrarecursos, pero que por mi perseverancia y con el dinero de mi abuela conseguí la autorización que me correspondía, pero jamás nadie quiso escuchar mí historia y lo que la escucharon lo más que hicieron fue esbozar una sonrisa y aconsejar que mi internaran en una residencia de enfermos mentales que poseía la Mutualidad de Empleados de la Mar, y desde donde pienso continuar mi lucha para que alguien crea la verdad de lo que pasó en el buque “La Asunción”. 
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domingo, 10 de mayo de 2020

URGENCIA QUIRÚRGICA








Había trabajado toda la tarde intensamente. Soy cirujano del aparato locomotor y había recibido una urgencia con lesiones graves en un piernas que me obligó a realizar suturas vasculares y nerviosas, además de la inevitables rotura osea expuesta. Fueron cinco horas en la sala quirúrgica acompañado por un estúpido aprendiz torpe e inepto que me hizo enfadarme más de una vez.
Cuando conseguí alinear los fragmentos óseos y sujetarlos con una placa de seis tornillos, ya había suturado los vasos sanguíneos y los nervios con sutura apoyada por un microscopio, algo que cansa mucho por la precisión del gesto quirúrgico y la mucha atención que debes prestar. Moderadamente satisfecho le pedí al ayudante bobo que terminara, cerrando con precaución los planos musculares y fáscias. Me miró y dijo que no, que el no estaba allí para cerrar heridas sino para salvar vidas, entre puñetas y más puñetas lo expulsé del quirófano y cerré con meticulosidad las heridas. Luego ante la posibilidad de que tuviera algunas palabras de más con el estúpido ayudante me duché y salí del área quirúrgica, deje dicho donde me disponía a ir, al Bar Ricardo justo enfrente del Hospital.
La puerta era batiente y cuando tiré de ella salió una tufarada de humanidad y tabaco que por poco me tira de culo. Había dos personas en la barra, un hombre vestido con ropa del Hospital y una mujer con falda corta que dejaba ver unos magníficos muslos embutidos en una medias cristal. Saludé a Ricardo y balbucee un buenas noches generales que no fue correspondido.
Le pedí un martini seco especialidad de la casa y me apoyé en la barra sacudiendo la cabeza como si hubiese tenido un repelús, luego pasaron unos minutos antes de pedir una segunda copa y anclado sobre el mostrador de la barra no pude apreciar que la mujer de piernas bonitas se había acercado hasta la banqueta de al lado y me miraba con descaro. Levanté la copa brindando por mi y para que se diera cuenta que estaba vivo y fue entonces cuando me volví y la pude mirar. Su cara era muy interesante y no tenía arrugas lo cual la situaba en la banda de los treinta años. El cuerpo no le podía apreciar porque estaba sentada, pero me gustaban los muslos y los exuberantes pechos, después que terminé de observarla ella sonrió y me habló. -"Espero que no te importe hablar conmigo, estoy muy preocupada por mi marido que le están operando ahora por haber sufrido un accidente de moto, y seguro que algún matasano del Hospital le esta terminado de machacar. Me ha informado un cirujano joven que su ayudante esta terminando de operarlo y que las lesiones son muy graves, que él ha hecho todo lo posible, pero lo que puede ser sera. Así que me ha dejado muy preocupada." ¿Conoce usted alguien del Hospital? "Lo siento pero estoy de paso y nada sé de ese lugar". 
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miércoles, 22 de abril de 2020

EL PERCHAS





Joaquín caminaba con pasos distraídos mirando todos los rincones de la calle, llevaba unos enormes lentes que por su peso le resbalaban por su arrugada nariz sudorosa. Hacia varios años que acudía, al menos tres veces en semana con un saco en su espalda lleno de perchas, visitando casas y ofreciendo las útiles perchas que siempre echamos en falta.
Su cara denotaba que vivía para otro mundo, y es de esas personas que desconocemos lo que sufría porque es difícil relacionarse con ellas. Gritaba con voz ahuecada el nombre de su producto, mientras con su pie golpeaba un guijarro, e insistía con meticulosa prontitud de nuevo con el grito de Percchhass. Hacia tantos años que vivía entre nosotros que le habíamos perdido el respeto que en un principio le teníamos, por la rareza de su cara, de su lenguaje y de su manera de comportarse.
Cuando oíamos su reclamo, le acechábamos, y cuando divisábamos su desgarbada figura, le llamábamos por su apodo “Perchas”. Aquello por no sé que extraño motivo le enfadaba, y comenzaba una retahíla de voces llamándonos por nuestros nombres, con voz bronca y lastimera. Cuando callaba, de nuevo lo provocábamos y volvía a insistir repitiendo nuestros nombres, hasta que nos identificábamos por pura conmiseración o por reclamo de algún vecino cansado de escuchar los gritos. Con los años perdió la visión y llevaba una gancha con la que golpeaba el suelo mientras acudía a las casas, no ya para vender perchas sino para recibir alguna ayuda con la que subsistir. Cualquier voz o ruido que escuchaba la identificaba con una exactitud que inducía al miedo.
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viernes, 3 de abril de 2020

REANUDO LA PERORATA






Nueve años después, recupero estos escritos que se encontraban encriptados en una maquina digital. Los releo con curiosidad y va , resulta que son interesantes. Mezclan los deseos con narraciones fragmentadas de ficciones posibles pero no reales, y el resultado mantiene mi curiosidad.
Lo primero es que han pasado tantos años que las cosas han cambiado, sobre todo se ha modificado mi salud, pero no la salud física sino la del pensamiento. Tengo una inmensa laguna llena de olvido, y no dispongo de herramienta alguna para encontrar los conocimientos, ni redes ni buscadores ni traductores, nada, así que saco como conclusión que mi entendederas están disminuidas y como resultado la producción literaria está resentida. Pero como estas letras son solo para mi, se que el nivel de exigencia sera alto aunque se resienta la calidad, pero de nuevo he de contar que mis deseos de juntar letras son impresionantes, que padezco de una suerte de pereza para hilar una nueva novela y que para combatir mis artrosis en las manos he de teclear el artilugio digital sin parar cada día.
Bueno, he de darle también un sentido práctico a estos escritos, porque si la memoria falla solo me queda estos diarios para su recuperación, así que me contaré todas mis cuitas y proyectos para su recuperación próxima o lejana.
He releído los relatos del Sr. K, me ha llamado la atención que lo habitual era que solo publicara relatos extensos y muy trillados por las editoriales, pero curiosamente los pocos conocidos, los muy cortos o los muy incoherentes están muy ignorados y mantienen tan mala distribución, que su lectura resulta tediosa. Pero quiero significar que les encuentro la misma distorsión e incoherencia, que a resultas son relatos sin lógica posible pero terriblemente atractivos, en resumen ficciones posibles pero con visos de poca realidad. Quizás la construcción sintáctica este automatizada y por eso llama la atención, quedando algo confuso el entendimiento, que obliga a la re lectura. Sea culpa de la loca ficción del Sr.K o bien de las pésimas traducciones, a saber.
Agotado por el esfuerzo mental y confundido por los sones de la Sinfonia 3 de SHOSTAKOVICH, cierro estos párrafos más fruto de mis deseos que de una utilidad intelectual, para lo cual doy fe en la ciudad de Málaga a 8 de febrero del 2016. Puff
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sábado, 7 de marzo de 2020

EL CORREDOR






El corredor se pone en marcha cuando sale de su casa, se siente orgulloso de su equipación, zapatillas deportivas, pantalones a medio muslo, cinta sudadera y un registro para conocer sus pulsaciones y la distancia recorrida. Se mira hacia abajo y ve el efecto que produce su visión desde el cenit. Piensa el ritmo que le va a dar a su carrera de dos horas, y decide que no debe forzar porque aún tiene dolor en su rodilla derecha desde el último día. Baja el paseo lleno de hojas, aún recién comenzado el Otoño, cruzándose con pocos peatones y se entretiene acompasando el volumen de su respiración. Por el momento no encuentra esa sensación de bienestar que le produce el esfuerzo, pero piensa que aún es pronto, que sus músculos están entumecidos ya que lleva dos semanas sin trabajarlos. Cruza la amplía avenida llena de coches, sorteando vehículos y cuidando no distraerse por las motos, así llega al Paseo Marítimo su lugar preferido para correr.
Nada más llegar a la parte terriza, le detiene un compañero de trabajo, es Alberto, quiere hablar con él. Se detiene y le da su versión, muy amplia por cierto, de lo acaecido en la reunión de la mañana, él que también ha asistido y no entiende él porque de tanta explicación de hechos que son repetidos casi todos los días y que le aburren. Aún así continua su exposición, y quiere estimularlo para que comparta su punto de vista, el corredor se cansa de escucharlo y decide darle la razón para que lo deje tranquilo y pueda correr. Al cabo de unos minutos lo consigue y se siente liberado, no sin que antes el tal Alberto le concierte una cita para el próximo día y pueda continuar su explicación. Cuando lo abandona, gira los ojos al cielo en señal de resignación, y comienza de nuevo a pensar en sus músculos y en su frecuencia cardíaca, tendrá que forzar un poco para coger ritmo y buenas sensaciones. Mira al horizonte, que confunde la mar blanca y el cielo azul de otoño, y piensa que el día es magnifico para el ejercicio y para la posterior ducha, también dormirá como un niño chico por estar impregnado de endorfinas. Escucha una voz tenue que le llama por su nombre, gira la cabeza y contempla en el paseo su adorable y pesada tía Carmina. Se detiene y trepa la muralla que los separa para llegar a saludarla, varios besos y las manos sujetas, le pide su parecer con los acontecimientos ocurridos en el Partido Conservador, cuando le da una impresión somera y reducida más por cortesía que por interés, tiene que escuchar en primer lugar la reprimenda por su actitud crítica y liberal, y con posterioridad una amplísima versión sobre su justificación de la metedura de pata del líder conservador. Cuando comienza a sentir la piel erizada, se acerca y después de darle dos besos se despide con confianza, aunque aún tiene que sentir a sus espalda el apelativo de Radical.
Cien metros delante encuentra a Rosita, una antigua y deseada novia que con un magnifico conjunto contonea su atributos en espera de mejorarlos si es que eso es posible. Rosita viene de vuelta, aunque según refiere ella no corre más de una hora a paso soportable, y por su aspecto así lo diríamos. Le cuenta los problemas que tiene con sus padres y explica él porque de esa actitud, hace un análisis pormenorizado de los momentos en que le han hecho insoportable su vida y los motivos que tenían por sus continuas desavenencias personales y de pareja. El corredor intenta quitarle importancia, pero Rosita amplia su disertación incluyendo su postura sobre el feminismo y el uso de la píldora. Hace fresco y el sol se ha ocultado, Rosita decide despedirse y deja al corredor que mira como se aleja contoneando sus atributos a paso de expectación.
El corredor cruza la carretera del Paseo Marítimo y se introduce en los callejones que van hacia la Avenida, piensa que hoy tampoco podrá hacer su ejercicio que tantas satisfacciones le produce y que también le sienta, pero sobre todo se encuentra muy molesto porque esta cansado de escuchar las opiniones de todo el mundo y él no quiere escuchar opiniones, solo quiere correr y sentir las drogas que tiene oculta en sus entrañas.
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domingo, 16 de febrero de 2020

EGOÍSMO







Me pregunté él porqué de sus gustos, desconocía por completo aquel personaje, y ahora me encontraba con toda este enorme volumen de libros y discos. Miré en derredor y calculé que podía haber unos tres mil libros, de cuyo contenido no sabia nada. Los más próximos a los discos de música eran libros menudos y muy usados, de temas muy poco uniformes y que para nada me interesaban. Los de su izquierda libros de Psiquiatría, que ignoraba su utilidad ya que mi padre nunca se dedicó a esta especialidad ya tan en desuso. Moviendo mi cuerpo con precaución, me dirigí hacia el lado contrario donde me encontraba, sorteando cajas llenas de libros y papeles, junto con revistas esparcidas por todo el suelo sobre literatura y política, algo difícil de entender.

Pasé junto a la turca, y deslicé la colcha que la cubría para ver que abultaba. Inicialmente no comprendí que era, pero en escasos segundos un horror recorrió mi cuerpo, aquel bulto era una persona boca abajo y en estado de momificación. Su pelo cubría una superficie muy adherida al cráneo, de color y textura muy parecida al cuero, y estaba largo y muy tieso. Sus manos eran huesos cubierto por la misma piel curtida, marrón y tersa que cubría todo el resto de piel que se pudiera ver . La espalda se encontraba al descubierto por haberse deshecho la tela de la camisa que lo cubría. Al retirar el mueble pude ver su cara, pero nada reconocí, aunque no parecía tener el rostro y gesto de sufrimiento. Junto a la turca y sobre una biblioteca baja, había unos papeles sueltos, los cogí y me puse a leerlos para aliviar mi tensión, eran frases elegidas de su lectura habitual que iba anotando para mantener su recuerdo. Otra hoja contenía un poema dedicado a su hijo, a nuestro hijo León.
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Fragmento de un libro 



jueves, 23 de enero de 2020

PÁGINA EN BLANCO






La primera vez que me enfrenté a un folio en blanco con el deseo de comunicar una idea, me encontraba en la universidad. Me aburría por una mala administración del tiempo libre, y decidí escribir unos requiebros amorosos a la joven que se encontraba en la ventana central del patio del colegio de las universitarias . Había decidido escribirle porque soy un tímido compulsivo y no tenía valor para invitarla a tomar un refresco. Cogí papel y lápiz y me lancé, ¿que le digo? Levanté la cabeza y volví a mirar en la dirección de la ventana donde se encontraba ella, se levantó y desapareció. La verdad que el gesto me desanimo, pero decidí continuar y contar mis deseos castos para con ella. Volví al papel y puse el encabezado, “mi querida amiga” puaff.. es una cursilería, como voy a dirigirme a ella llamándole “Querida”se reirá de mi. Continué arrancando hojas del cuaderno y lanzando a la papelera, pero de escribir nada de nada. En verdad no lo intenté muchas más veces en aquellos tiempos y me colgué la etiqueta de “no tengo puñetera idea de escribir” lo mio es la comunicación oral. Años más tarde y siendo ya un profesional, necesité hacer algunos informes que realicé sin mayor dificultad, y quizás me reconcilio con la organización conjunción y armonía de las letras. Pero siendo ya avanzada mi edad, bueno sin exagerar, debió ser pasados los treinta y cinco años, decidí por motivos de vanidad escribir algún relato que me permitiera competir con la pluma de mi compañera, licenciada en filología hispánica. Decidí escribir con ordenador y puse música de fondo, eligiendo los poemas sinfónicos de Lisz. Por aquellos entonces fumaba y disfrutaba con los cigarrillos, así que tenía un ambiente perfecto, solo me hacia falta escribir. Cuando pulsé la primera tecla y apareció la letra y después la frase, creí morir de gusto, había superado mi asignatura pendiente, ya sabía escribir. Imprimí la hoja de un relato que llamé Ítaca y lo volví a leer, me sentí a gusto y satisfecho, esa sería el primero de una larga sucesión de cuentos que el mundo aceptaría con honores. Lo pasé a mi compañera y me humilló, faltas ortografías, incorrecciones sintácticas y una vulgaridad de composición, así que me tragué mi vanidad y pasaron varios años antes de que volviera hablar de escribir. Decidí continuar escribiendo aunque fueran paparruchadas y así lo hice, cada semana escribía un relato, hasta que conseguí una extensa colección de novelas y relatos, que ya con mayor criterio almacené sabiendo que valían poco pero que me divertían, hasta el punto que ya no podía vivir sin escribir cada día un par de horas. Pero cuando la jubilación se apodero de mi vida y después de algunos problemas mal resueltos, me aparté dos meses de la escritura, esa fue mi perdición. Sentía pánico cuando me sentaba a escribir, y claro ya no tuve valor para superar la barrera del hecho narrativo. Fueron años difíciles, tuve que conformarme con la lectura.
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lunes, 6 de enero de 2020

ALGO NUEVO




Durante años he escrito de una forma peculiar, ni bien ni mal, sino de forma entre confusa y llamativa. Me guió la necesidad de ser entendido y usé y quizás abusé de la descripción narrativa, y para darle un toque de originalidad ciertas pinceladas de escritura automática, algo que no me resultaba fácil pero si el camino que deseaba emplear. La experiencia con la escritura automática fue en cierto sentido frustrante, no estaba habituado y su desarrollo me llevaba a cierta incomodidad que me hacia no estar contento, así que lo abandoné, sustituyendo le de nuevo por lo narrativo, eso si con cierto grado de peculiaridad por el uso de abundantes palabras cultas. Pero nunca abandoné el deseo no solo de mejorar mi escritura, sino de darle la frescura que me costaba tanto trabajo. Aprovechando que me encontraba fuera de los riesgos de la depresión habitual, en mi cotidiana personalidad, y acompañado de las necesaria urgencia por sentir que se acababa mi tiempo en los margenes del hombre lento, me dispuse a buscar cierto grado de originalidad en mis escritos. ¿Pero como hacerlo? Dividí los escritos en dos deseos, el deseo de la idea, y el deseo de la forma, me sentía cómodo en las ideas, porque fluían con naturalidad en mis composiciones, y cuando sentía que el vacío llenaba mis intenciones, abandonaba la escritura, con algo menos de cuatro días en mi tabuco, donde en compañía de la música esperaba el fin de mis momentos. Bueno he de decir que en la mayoría de mis escritos tienen un componente trágico, algo que ignoro los porqués, pero se que enfada a mis hipotéticos lectores que para nada quieren desgracias, que ya bastantes tenemos en nuestra vida cotidiana. Yo le llamo a este escritura la del sentimiento trágico de la vida, pero que puedo decir, me sale de forma natural aunque no me lo proponga. En cuanto al deseo de mejorar la forma, tengo mayores dificultades, muchas debido a mi falta de disponibilidad de tiempo y también a una cierta disléxia que me viene al pelo cuando me doy cuenta de mis errores, algo que no siempre me ocurre. Me pongo a escribir y cuando llevo tres renglones, me doy cuenta que escribo con letra cada vez más pequeña, tanto que antes de llegar a la mitad de pagina he convertido las letras en un reguero de hormigas y con bastante dificultad se puede leer. Busco una lupa de aumentos y el último renglón no puede distinguir que es lo que he escrito, así que debo dejar de juntar letras porque esta micrografía terminará por parecer una cinta en código morse. Me propuse que tenía que decidir, o abandonaba la escritura y me dedicaba a la lectura, o escribía solo para mi, aún con las muchas dificultades que se me presentaban, como es la la letra pequeña. Me senté en la butaca y puse en marcha la audición de HAYDN, cerré los ojos y esperé, había decidido que el tiempo se hiciera cargo de las mejorías que deseaba para mi vida.
 INDALESIO